Reseña del libro “Las chicas de la 305”, de Ana Alcolea
Casi todo el que se acerque a la lectura de nuestras reseñas estoy segura que conoce a Ana Alcolea. Los más jóvenes porque han leído alguno de sus libros durante algún tramo de su etapa escolar, otros porque forman parte de ese gran grupo del profesorado que viene a ver qué novedades hay en el mercado con las que poder atraer a sus pequeños o jóvenes lectores.
Por otra parte estamos “esos” padres, ya saben, esos que también leemos los libros que nuestros hijos leen en su etapa escolar. Esos que sabemos que es una autora que ha crecido año a año, libro a libro, esos que sabemos ya hace unos años y muchos libros recibió el “Cervantes Chico”, que podríamos decir que sería el equivalente al Cervantes pero en literatura infantil y juvenil.
Y en general, aquellos que leen estas reseñas literarias, saben que, como sucede con Las chicas de la 305, su escritura es para un público variado, sin edad, son lecturas familiares, esas que pueden compartir todas las generaciones de una familia. Siempre con una narrativa ágil, muchos diálogos, y como en este caso, una variada colección de personajes.
Ana Alcolea es muy de centrarse en lugares y sobre todos en momentos de la historia. Con ella y con este libro he descubierto cosas de mi ciudad que desconocía. Pequeños detalles que descubrirá el lector, esos que incluso me han llevado al famoso buscador para confirmarlo, pero también grandes hechos de la historia, en los que, como más abajo les contaré, he participado y no tenía ni idea de su procedencia.
Este libro va del grupo de compañeras de la habitación 305 de la Universidad Laboral Femenina de Zaragoza, es 1968 y es el curso de arranque de esta Universidad. Este centro que contaba con 1200 alumnas, no era una Universidad sino una especie de lo que hoy llamaríamos IES donde se estudiaba Bachillerato además de ciertas “formaciones profesionales”. Un inmenso edificio con residencia para las chicas que en la actualidad está completamente abandonado y en desuso.
A mis padres este libro les llevará a una etapa de su vida concreta, entonces ellos no vivían en Zaragoza, el libro ha servido para que recuerden qué hacían y dónde estaban cuando ocurrieron hechos como el asesinato de Martin Luther King, o volver a recordar los almacenes SEPU que tan famosos fueron en la ciudad.
A mi hija le servirá para entender mejor una de las batallitas que le he contado de mi vida en varias ocasiones, o para pensar si recuerda o no esa pieza de música o esa obra de teatro…
A mí me ha interesado por casi todo. Porque he visto a la Ana Alcolea que suele mezclarse entre las distintas personalidades de sus personajes, porque nos habla de determinados momentos o hechos históricos para fijar bien la época en la que le interesa que nos centremos, y sobre todo porque ella sabe que no es inocente que vaya dejando caer gotitas culturales, determinados libros, autores, música clásica: ¡sus grandes pasiones! Ana Alcolea es docente por naturaleza, es algo intrínseco en ella y no hay libro en el que esto no se note. Y eso, como dirían (mal dicho) algunos, “es bien”.
Yo fui en varias ocasiones a la Universidad laboral de Zaragoza. Allí había unas excelentes pistas de atletismo y se celebraban muchos actos deportivos en los que solía participar. La batallita que le cuento a mi hija NO es la de que yo corría cuando tenía pocos años y muchas ganas (que es cierto), solo de pensarlo y verme ahora le debe entrar la risa floja, sino de aquel gran comedor del que habla la autora en el libro en el que descubrí que las naranjas había que pelarlas con cuchillo y tenedor, sin tocar la pieza con las manos. Ahora, y gracias a este libro ya sé que eso era una reminiscencia de cuando se crearon estas universidades durante la dictadura para poder dar formación a miles de chicas jóvenes y moldearlas para lanzarlas al mundo laboral. Maestras, Administrativas, enfermeras, entre otras muchas carreras y profesiones muy feminizadas hacía las que se les teledirigía.
Pues bien, yo no sabía pelar así la naranja, pero tuve la suerte de llevar una mano vendada porque me había quemado hacía unos días, la hermana mayor de una amiga, que sí estudiaba allí, tomó mi plato y muy despacio peló esa naranja para que yo pudiese fijarme en como lo hacía, pues si bien mi mano quemada fue la excusa, mi cara debió ser el poema mejor contado de la historia.
Volviendo al libro y a Las chicas de la habitación 305, aunque en realidad no he salido de él, tengo que decir que la pequeña introducción que nos hace de la vida de cada una de las chicas nos da una idea de lo que era esa España rural y de clases bajas, y de cómo, junto con el Servicio Militar obligatorio para los chicos, fue una manera de mezclar población de las distintas regiones de este país. Estas grandiosas universidades dependían del Ministerio de Trabajo, contaban con residencias, grandes comedores, aulas, zonas de ocio y deportivas.
Tengo que decir que Anaya ha acertado con esta publicación, un libro que me parece muy recomendable para cualquier edad, pero sobre todo para esos encuentros que suele hacer la autora con lectores pequeños, medianos y grandes, porque de las vidas de las jovencísimas Hortensia, Manolita, Asun, Marilines o Sofía hay muchísimo de lo que hablar, temas diversos, casi ninguno amable, porque, como hemos aprendido de la literatura tradicional rusa, las familias felices son todas iguales pero las infelices, y sobre todo las pobres, lo son cada una a su manera.
También, como todos sabemos, la literatura, y en general las artes, son una tabla de salvación, lo ha sido siempre para quienes han tenido que esconderse de atroces realidades y amarguras de la vida que les toca vivir, pero también como nos muestra la autora, es esencial para poder tomar decisiones razonadas a lo largo de nuestra vida. La literatura, el teatro, la música, la pintura o el cine son el alimento que hace crecer realmente al ser humano.
Lo he leído y celebro haberlo sacado de una biblioteca en vez de haberlo comprado porque su adquisición habría equivalido a tirar el dinero. Las Chicas de la 305 me ha parecido una verdadera ñoñería, una cursilada. Hay fallos de redacción, repetición de palabras y un batiburrillo aburridísimo de situaciones. Es increíble que unas chavalillas en 1968 se quedaran tan afectadas por el asesinato de Luther King. Es un libro lacrimógeno. ¿Y esta autora ha obtenido tantos premios y reconocimientos…? Vaya poderío de las editoriales para promocionar a alguien. No creo que vuelva a leer nada más de esta señora.