Conectar con un libro desde la primera página es una experiencia que pocas veces se da. Y a mí me ha pasado con Las madres negras, de Patricia Esteban Erlés. Y no hablo de que desde la primera línea me cautivara la forma de escribir de la autora ni de que no pudiera despegarme del libro. Eso, aunque tampoco me pasa con todas las novelas, me ocurre más a menudo. La conexión de la que hablo es mucho más profunda, y es que al leer las primeras páginas de Las madres negras, sentí que esa misma historia la podía haber escrito yo: Patricia Esteban Erlés había plasmado cada una de mis obsesiones literarias. Esas que me atraen como lectora, esas que me someten como escritora: la fantasía para abordar la realidad más cruda, el choque entre creencia y conocimiento, la mirada de la infancia… y la muerte, siempre rondando.
En Las madres negras, Patricia Esteban Erlés nos adentra en Santa Vela, una mansión laberíntica reconvertida en orfanato que nos cuenta su propia historia. Entre su muros malvive un grupo de huérfanas: Mida, la hija de la bruja, que grita que Dios no existe, que Él mismo se lo ha dicho; Moira, la niña que se muere a veces; las siamesas Lavinilea, que no saben dónde empieza una y acaba la otra; Pola, la de los cabellos verdes y belleza vegetal… Y tantas otras niñas, que han sido despojadas de su verdadero nombre y de sus melenas por mandato de la hermana Priscia, para ser ataviadas con vestidos grises que las convierten a todas en una sola. Y, por supuesto, Dios, que también habita en Santa Vela y que habla de sí mismo en tercera. Un Dios que, aburrido, pasa el tiempo jugando con las internas como si fueran sus títeres, hasta que se enamora de una de ellas y su deseo lo vuelve aún más despiadado.
Esta novela ha sido galardonada con el IV Premio Dos Passos a la Primera Novela, pero salta a la vista que esta no es la primera incursión literaria de Patricia Esteban Erlés. Semejante maestría con las palabras la ha alcanzado tras muchos años centrada en los cuentos, los cuales también han sido premiados en numerosas ocasiones. Y ese pasado como cuentista se nota en los capítulos de Las madres negras, ya que cada uno parece un cuento independiente, que se disfruta por sí solo, aunque esté fuertemente imbricado con los demás para formar un todo, tan poético como descorazonador.
Imagino que cualquier lector no tendrá una conexión tan personal como la mía con este libro; hasta yo dudo que vuelva a tener una experiencia así con otra obra en el futuro. Pero apuesto a que quienes abran esta novela sucumbirán sin remedio a su atmósfera gótica, tan bien lograda que traspasa las páginas. Y leerán Las madres negras con el corazón oprimido, conmovidos por la belleza de la prosa de Patricia Esteban Erlés y por lo descarnado de su historia. Porque no es necesario compartir sus obsesiones literarias para apreciar el talento prodigioso de esta autora.