Reseña del libro “Las madres”, de Carmen Mola
Va a hacer casi un año, cuando se publique esta reseña ya lo habrá hecho, de la polémica del Premio Planeta de 2021 a tres hombres parapetados tras el pseudónimo de una mujer. (¡Oh, por Dios, qué osadía más grande, qué afrenta para las mujeres que tanto han sufrido el ninguneo a lo largo y ancho de la Historia! ¿Cómo se atreven? ¡Rápido, haced una hoguera y quemad en ella sus libros y a los tres perpetradores!) Pues sí, de todo hubo, y como siempre que hay polémica, Planeta es la gran beneficiada, no lo olvidéis. Gracias a todo el ruido y protestas y peticiones de retiradas de libros de librerías (que las hubo), me leí la trilogía de La novia gitana en una semana. Una semana de puro gozo literario. Desde aquí reitero mi agradecimiento a todos los que lo hicieron posible.
Yo ya dejé clara mi postura. Me da igual que en la portada de un libro figure como autor un hombre o una mujer, que firme con pseudónimo masculino y sea mujer o viceversa, o que sean tres, cinco o siete personas usando un único alias. Me la suda. ME-LA-SU-DA. Y como a mí debería sucederle a todo lector al que le interese leer una historia y no el sexo de quien la ha escrito. Y punto.
Pues eso. Tras leerme la trilogía, le tocó el turno a La bestia y ahora, justo un año después, a la cuarta parte de La novia gitana, Las madres. Un libro que sí, puede leerse independientemente de los demás porque desarrolla una trama principal que se cierra, pero que, al estar protagonizado por un mismo grupo de personas convendría seguir el orden correcto para entender las circunstancias personales de todos los personajes.
En Las madres, (que bien podría haberse titulado Los padres, lo entenderéis cuando acabéis el libro) nos reencontramos con la BAC, un grupo de élite dentro de la policía y al grupo que ya conocimos en los tres primeros libros: Elena Blanco, la jefa, en eterno sufrimiento desde la desaparición de su hijo y de los sucesos ocurridos después, enamorada de su viejo Lada, exasidua de un karaoke en donde solo cantaba viejas canciones italianas de Mina Mazzini y exbebedora de grappa, enamorada también de otro miembro de la BAC, Zárate, y encariñada con Mihaela, la niña que daba título al tercer libro (La nena) y a la que quiere adoptar a pesar del rechazo que la niña causa en su pareja, Zárate. Tenemos también al ya mencionado Zárate que va a estar algo disperso y pichabrava intentando resolver a ratos el caso principal y a ratos la muerte de su padre, también policía, y cargando con la mochila de “lo de Chesca”. Completan el grupo Buendía, el forense que ya piensa en la jubilación y que ha introducido a la jovencísima Manuela para que ocupe su lugar; Mariajo, la hacker más extraña y madura(compartiendo honores con la creada por Gellida en otra de sus trilogías), Orduño y Reyes, la sobrina de género fluido de Rentero, el superior de Elena. Una BAC, que antes era fuerte y que por unas cosas o por otras, y también por el imparable paso del tiempo, se va desmoronando.
Antes de meternos en el meollo quiero destacar lo bien hilvanadas que están las cosas en este libro (y en realidad en todos). Todo encaja y cuando llegas a la última página descubres que los cuatro libros que tenemos por ahora están muy bien pensados de principio a final. Que parece que los autores hayan hecho una escaleta no solo para este libro sino para todos los que tienen pensados. No son escritores de brújula, no, son de los de un mapa firme que te cagas. Que aparecen nombres y personajes repartidos a lo largo de todos ellos que van a ser relevantes de manera inesperada en este y en futuros libros (porque aquí hay material para acabar esta segunda trilogía y seguir con una tercera). Que las tramas se van resolviendo y a medida que se resuelven aparecen otras entrecruzadas. Que los personajes los vives. A todos ellos. Los autores saben cómo hacer para ponerte en su puto lugar, cómo contarte su día a día una vez acaban la jornada y vuelven a casa o al bar a tomar un pincho y una cerveza, a sus familias o a sus soledades.
Y venga, va, ¿de qué va este libro? Pues no voy a contar más de lo que dice la contra básicamente. Aparece el cadáver de un hombre eviscerado al que le han colocado un feto en su interior y le han cosido burdamente, como hace un Ferreras en La Sexta. Así de burdo. Las pruebas de ADN confirman que el feto es su hijo. Días después la misma historia en otro cadáver. Huy, huy. Aquí yo veo un patrón. Pues hala. Esto da para 457 vibrantes y absorbentes páginas con un trasfondo de denuncia social (que si en otros países es legal, que si aquí no, blablablá…) que van a hacer que a Elena Blanco se plantee si cruzar o no determinadas líneas rojas y que toca temas como la corrupción, los secretos oficiales, el mal en general y el mal hacia las mujeres en concreto.
Las madres es una novela fuerte, muy bien desarrollada y con un nivel de intriga ascendente. Un entretenimiento que, a pesar de lo gore de las muertes, no se regodea en ellas, se limita a describirlas y encajarlas hábilmente dentro de la narración.
Carmen Mola es una apuesta segura. Literatura negra de calidad.
Dice la faja que “No se puede ir más lejos”. Ya lo creo que se puede. Os juego lo que queráis a que en el quinto libro (que también apuesto que se titulará El clan) aparecerán víctimas que mueren de formas inimaginables y aún más salvajes. Es parte de su ello: su escala es siempre ascendente (gusanos en el cerebro, fetos en la zona abdominal, máquina para hacer chorizos,…y otras bonitas formas del arte del mal morir que no recuerdo ahora con la que nos han deleitado estos tres autores).
Lo dicho. Si sois fan del género y no le habéis hincado el diente a Carmen Mola ya estáis tardando. Las madres es de lo mejor que he leído este año.