Las manos más hermosas de Delhi, de Mikael Bergstrand
El mundo es un lugar lo suficientemente amplio como para encontrarnos a nosotros mismos en cualquier lugar. Los viajes, ya lo dije en otro reseña, son un elemento importante para comprender lo que dejamos atrás y ver, con nuestros propios ojos, lo que nos depara el futuro. Es por eso que yo siempre he sido un apasionado de los viajes (tanto personales como literarios) y por eso me siento tentado a leer todas aquellas historias que tienen que ver con momentos vitales de crisis en los que un viaje se convierte en el protagonista de un relato. Quizá es que yo sea una persona que huye, quizá que durante muchos años me he encontrado a mí mismo volando por territorios desconocidos, o simplemente que sea, como solía decir mi madre hace tiempo, un culo inquieto, el caso es que siempre he intentado encontrar un nuevo rumbo ligando viajes a mi vida. Venecia, Londres, Amsterdam, y en esta ocasión, la India, en lo que puede parecer una llamada de atención para aquellos que vean su vida con los ojos grises de la melancolía. Porque “Las manos más hermosas de Delhi” es lo que un armario para la ropa: guardan aquello que ya no nos ponemos, pero en él encontramos muchas cosas que formaron parte de nosotros y que hemos dejado pasar.
Göran Borg es un hombre que, de la noche a la mañana, se queda sin mujer, sin trabajo, y que tiene una relación escasa con sus hijos. Un día, se le presenta la oportunidad de acompañar a un amigo a la India, y a pesar de las reticencias, se embarca intentando huir de sus demonios personales. Será en este país de contrastes donde encuentre su lugar acompañado de Yogi, donde vuelva a recuperar los latidos del corazón y donde seguir adelante, para poder mirar atrás sin demonios que carguen a su espalda.
Esta historia de Mikael Bergstrand ha supuesto volver a reconocer que muchas veces, huir es la única solución posible. No he entendido nunca aquellas afirmaciones de que hay que enfrentarse a los problemas de frente, de cara, agarrar al toro por los cuernos, cuando en ocasiones la realidad se presenta tan caótica, que es mejor poner tierra de por medio para poder ver las cosas con perspectivas. Y es que últimamente las historias de Alfaguara son una brisa de aire fresco para una persona como yo, adicto a la lectura y a novelas que te hagan reflexionar. Sin perder un ápice de humor, caemos de lleno en un viaje por todo un país de blancos y negros en el que descubriremos que la India es algo distinto, siempre lo fue, y que en él no caben las medias tintas. Será este lugar el máximo personaje de esta historia que te envuelve, te llena los sentidos de olores, imágenes, caricias incomprensibles, como si desde las mismas páginas quizá tú estuvieras por sus calles, vieras lo mismo que el protagonista, y pudieras escuchar las sabias palabras que los diálogos de esta novela recubren un caramelo perfecto, por momentos dulce, por momentos agrio, pero que lleno de matices nos hace saborear una historia diferente.
Puede que “Las manos más hermosas de Delhi” se confunda con otras historias, se intente vender como un experimento muy próximo a otros éxitos editoriales que le preceden, pero estaríamos cayendo en un absurdo. Comparar una historia como ésta con otra, es como intentar saber a cuál de tus hijos quieres más: no hay una respuesta para ello. Cada historia, cada novela, tiene su vida propia. Ésta que me ocupa se vive desde la primera página, desde ese olor a huevos podridos del comienzo hasta el calor que se extiende por el cuerpo del protagonista del final. Estamos ante un viaje en el que podemos descubrir cómo es la India, cómo es su gente, cómo es la vida en un contexto como el de un país que se mueve, se reinventa, se siente cada día de forma diferente, y que, por extensión, nos hace diferentes a nosotros mismos. Porque lo que más llama la atención de la novela del autor Mikael Bergstrand es que a pesar de no haber visto con nuestros ojos la India seremos capaces de dejarnos llevar por las letras que nos describen un lugar, unos habitantes, toda una vida, como si viviéramos allí, como si el olor que dejan los monzones, como si el calor se pegara en nuestro cuerpo y nos hiciera darnos cuenta que lo que dejamos atrás ya no pesa tanto, realmente nunca lo hizo, porque lo que nos espera al otro lado de la calle, al otro lado de la vida, siempre será un lugar mejor que lo que habíamos conocido.