Reseña del libro “Las noches de la peste”, de Orhan Pamuk
Una de las lecturas que más me impactaron en 2018 fue El jinete pálido, un ensayo en el que Laura Spinney analizaba cómo la mal llamada gripe española supuso un punto de inflexión en la humanidad en todas las áreas: social, sanitaria, política y cultural. Por entonces, yo ni me imaginaba que un par de años después sufriría una pandemia en primera persona. Eso hace que me apetezca releerlo con nuevos ojos, pero mientras tanto me he adentrado en una obra similar: Las noches de la peste, de Orhan Pamuk, Premio Novel de Literatura en 2006.
En este caso, no se trata de un ensayo, sino que «es tanto una novela histórica como una historia escrita en forma de novela». Se centra en los seis meses que Minguer, una pequeña isla otomana del Mediterráneo oriental, vivió sumida en una epidemia de peste, allá por 1901. Nos lo narra una historiadora bisnieta del doctor Nuri, uno de los expertos en epidemias que protagonizó aquel momento histórico, tras leer las ciento trece cartas que su bisabuela Pakize Sultan mandó a su hermana Hatice entre 1901 y 1903 y las numerosas crónicas de otros historiadores que han tratado de analizar y comprender todos los cambios que se sucedieron en aquellos días.
Esta novela de Orhan Pamuk es sumamente ambiciosa. A lo largo de setecientas treinta y dos páginas (con letra tirando a pequeña), plasma las decisiones médicas y políticas que se tomaron para controlar la epidemia en un lugar tan pequeño y aislado como Minguer, cuya población, mitad cristiana y mitad musulmana, no aceptaba de igual manera las medidas de la cuarentena. Y no solo eso, también detalla las vicisitudes personales de unos y otros, que más de una vez resultaron trascendentales en los giros de los acontecimientos. A esto se le añade una trama más: un asesinato. Pero no un asesinato cualquiera, sino uno en que será clave descubrir al culpable para lograr detener la epidemia. Y por si fueran pocos los problemas que sacuden a la isla, británicos, franceses y rusos intervienen militarmente para impedir que la enfermedad llegue a Estambul y a Europa. Todo ello lleva a que los miguerenses no solo enfrenten una pandemia, sino una revolución para independizarse del Imperio otomano.
Vivida ya nuestra propia pandemia, mucho de lo que se relata en estas páginas nos resultará familiar: la incertidumbre de no saber con certeza cuál es la forma de contagio, la espera de una vacuna, las múltiples excusas para saltarse la cuarentena… Y nos damos cuenta de que, por muchos años que pasen y por mucho que varíen los contextos, los seres humanos cambiamos poco. Como muestra, una frase de Las noches de la peste que cualquiera podría decir en la actualidad: «Nadie quiere una cuarentena: ni los gobernantes, ni los jefes de distrito, ni los comerciantes, ni los ricos. Nadie quiere aceptar que la placentera vida a la que están acostumbrados pueda terminarse de repente, no digamos ya aceptar que ellos mismos pueden morir».
Reconozco que la lectura de Las noches de la peste me ha parecido bastante densa, ya que la cantidad de información y detalles es abrumadora. Pero no me cabe duda de que estamos ante una novela en mayúsculas, un retrato vívido de una época convulsa que nos deja muchas lecciones, si es que alguna vez somos capaces de aprender de nuestros errores. Los amantes de las novelas históricas rigurosas no pueden perdérsela.