Las penas del joven Werther

Las penas del joven Werther, de J.W. Goethe

las-penas-del-joven-wertherQuien quiera saber rápidamente en qué consistió el Romanticismo debe leer Las penas del joven Werther (muy adecuadamente, creo yo, traducido del original alemán, en lugar de “las cuitas” o “las aventuras”, título éste inexplicable para mí). Esta novela de Goethe constituye una lección muy condensada acerca de aquel movimiento literario y cultural tan mal entendido y de nombre tan maleado hasta significar lo que hoy en día se le atribuye, cuando en realidad, en origen, tenía un sentido distinto y hasta opuesto al que actualmente se le da.

Se dice que Goethe, el gran escritor alemán por antonomasia, renegó en su edad adulta de ese pecado de juventud llamado Las penas del joven Werther. Es de suponer que el Goethe maduro recordaría con sonrojo aquellos años juveniles de tanto ardor, apasionamiento, furiosa melancolía, devoción sin límites y coqueteos con la idea de morir por amor -idea que, afortunadamente, se abstuvo de intentar llevar a la práctica-. Sin embargo, nos legó una auténtica joya de la literatura que constituye no sólo un tesoro de lenguaje deslumbrante, no sólo una representación fiel del contexto literario en que fue escrita, sino también un acendrado compendio de retratos psicológicos y una demostración clara y adelantada a su tiempo del uso del punto de vista y del narrador poco fiable.

Este libro, que ha dado lugar a un arquetipo que epitomiza el romanticismo exacerbado (y un poco psicológicamente masoquista, todo hay que decirlo) es uno de los pocos cuyo título se ha acortado para condensarse en el héroe que lo protagoniza; es “el Werther”, igual que decimos “el Quijote” o “el Otelo”. La razón es clara: Werther, un joven del que poco más sabemos aparte de su extracción social aproximada y unas pinceladas sobre su educación y su círculo de familiares y amigos -un círculo muy pequeño, y no por casualidad-, prácticamente monopoliza el relato -salvo una segunda parte relativamente breve, inteligentemente manejada por Goethe para hurtarnos cualquier tipo de información que pudiera complementar o incluso desmentir aquello que hemos tomado por verdad de boca de Werther, que sirve de contrapunto-, así como el punto de vista y, por tanto, todo aquello que llega a nosotros, lectores. Lo que leemos no es parte de la vida de Werther, sino Werther. Tomémoslo o dejémoslo. Todo lo que se nos cuenta e importa aquí es Werther como joven totalmente dominado por un enamoramiento que roza no sólo lo obsesivo, sino ya lo morboso. Todo en él es hiperbólico, extremo, apasionado, furioso; siente, padece y goza (aunque es justo decir que de esto último es de lo que menos hay en este libro, y cuando lo hay, es un goce hondamente melancólico, como no podía ser de otra forma) con igual intensidad y sin morigeramientos. Siendo así, todo fluye para acabar lógicamente -así es, aun tratándose de una historia tan puramente romántica como es ésta- en la forma en que acaba.

Todo lo que hizo del Romanticismo lo que fue está condensado en este libro, no sólo la historia de amor romántico entendida como fuente de indecible sufrimiento, sino también el paganismo, la sublimación de la naturaleza como ente vivo que refleja los sentimientos del personaje espectador, los reproduce y los amplifica; la sensibilidad extrema hacia la belleza; la turbulencia anímica y psicológica… Pero Las penas del joven Werther es más que el compendio de un movimiento cultural. Nos muestra claramente el desastre en que se convierte la vida cuando se la hace girar en torno a un solo eje, máxime cuando éste es el amor -obsesivo, como dijimos- por una persona, y cómo todo lo que tenía importancia o valor para el personaje antes de su enamoramiento se cifra automáticamente en cero en cuanto prende la llama del amor. Werther pasa de ser una persona -adivinamos- sensible, inteligente, con talento, con diplomacia, con ambición… a ser una hoja seca vapuleada por el viento, que sopla siempre según su amada Lotte le dedique un gesto esperanzador o, por el contrario, se reafirme en su amor por su legítimo esposo, Albert -con quien se forma un curioso y nada convencional triángulo amoroso-amical.

Todos los demás personajes palidecen en comparación con el gigante que es Werther como ente de ficción humanizado. Nunca llegamos a saber cómo es en realidad ninguno de los otros, sobre todo Lotte, que aparece como la mujer perfecta, compendio de virtudes y cualidades positivas, salvo que jamás podremos estar seguros de si es realmente tal como la ve el Werther loco de amor o no. Podemos sospechar que es una mujer corriente, seguramente encantadora pero no diferente de muchísimas otras, dado que nadie es tan perfecto como Werther pinta a su amada.

Las penas del joven Werther se lee con una facilidad insólita tratándose de un clásico -es uno de los clásicos que menos acusa el paso del tiempo-, quizá también con cierta curiosidad malsana por llegar a un desenlace que la popularidad del libro ha hecho de sobra conocido, pero que no por ello deja de ser fascinante con todo lo que tiene de sentimiento, de oda al fatalismo, de nihilismo adelantado en siglos al movimiento que popularizaron filósofos vigesímicos. Y, sin embargo, a pesar de todo, hay una pequeña luz que titila a lo largo de toda la historia, incluso en el final. Ni la soledad, ni la pérdida, ni la desesperanza, ni la muerte son totalmente victoriosas en la novelesca vida de Werther. Es un personaje único por cuanto es la suya una historia donde la rendición ocurre justamente cuando mayores esperanzas tiene de conseguir el objeto de su deseo. Tal vez sea eso lo más fascinante y lo más excéntrico acerca de Werther: que nunca llegamos a explicarnos bien el porqué de la decisión que lleva a la práctica con una tozudez a prueba del mayor quiebro del destino. No entendemos a Werther, no parece ni siquiera realmente humano, presa de ese amor que lo desborda, que impregna todo su mundo tan totalmente, pero es imposible no derramar una lágrima por tan triste personaje, para quien el mundo nunca fue suficiente. Incluso, la maestría de Goethe hace que este libro admita otra lectura más -entre, seguramente, muchas otras-: una lectura de una historia de terror con el amor como protagonista, como virus o infección que coloniza, neutraliza y finalmente acaba con su huésped sin que nada ni nadie pueda entenderlo ni, mucho menos, impedirlo.

Dignas de elogio son también las delicadas y sensibles ilustraciones de Rosana Mesa, que cuentan su propia versión de Werther dentro del Werther, una historia gráfica por sí misma, a la par que ayudan a situarnos en la época y en el entorno de nuestro joven amigo Werther.

2 comentarios en «Las penas del joven Werther»

    • Es un neologismo para indicar que algo es del siglo XX. Busqué en Internet y encontré neologismos propuestos por otros, pero ninguno me convencía plenamente. Uno proponía vigesimónicos, por ejemplo.

      ¡Gracias por leer y por fijarte en esa palabra! 🙂

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