Siempre he creído, supongo que por ser costumbre o ser lo tradicional, que los libros de viajes cuentan un recorrido por una zona, una ciudad, una costa o cualquier sitio apartado y admirable; pero este libro no hace exactamente eso, sino que te lleva de visita a unas edificaciones concretas, sin desvío ni lugar a la duda: las Catedrales de España, entendidas, tal como dice en el preámbulo el autor, como el lugar en el que tiene la cátedra el obispo. Este libro, primera parte de un proyecto más grande, recorre, más o menos, la parte norte de España si esta se partiera por dos. Es decir, visita las catedrales de Galicia, Castilla-León, Asturias, Cantabria, País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña. “Las rosas de piedra” es un itinerario hecho en varias fases y años, y que cumplimenta un protocolo, casi un rito concreto, en cada una de las ciudades y templos a los que visita, admira o critica. Dicho protocolo empieza cuando llega a la ciudad, allí encuadra el templo en su contexto, admirándolo y describiéndolo desde fuera, hasta que penetra en su interior, momento en el que busca un guía personal o literario, según casos y necesidades, que le muestra la parroquia y sus sitios conocidos o escondidos, o sus historias reales o legendarias; al mediodía sale a comer, y vuelve a la tarde para acabar el recorrido y, en la mayoría de los casos, admirar el museo diocesano. Pautas que van repitiéndose en todos los lugares visitados mostrando, casi, un inventario y un cuadro exacto de cada lugar.
“Las rosas de piedra” son un recorrido por lo material, por lo sólido, pero también una mirada y un guiño a lo humano; a las personas agradables, antipáticas, respondonas, simpáticas, tímidas, escurridizas, cansadas…que encuentra en cada lugar. No todas ellas trabajadores o rectores de esos lugares de culto, sino que también aparecen una multitud de variados personajes, a veces principales, a veces secundarios, que se mueven en esas ciudades y en aquellos años: taberneros, pordioseros, drogadictos, libreros, albañiles, turistas, amigos del autor o puros transeúntes. Todos partes del paisaje del jardín donde se encuentran esas rosas de piedra de las que habla Julio Llamazares.
No todas las catedrales son del gusto del viajero que habla desde las páginas del libro: hay algunas olvidadas, otras vulgarmente nuevas, otras mal cuidadas, otras con residentes mal encarados; pero , así y todo, en casi todas encuentra , o le descubren, un vestigio, o multitud de ellos, de lo que iba buscando: sitios exactos en los que aparezcan esos aires y esas piedras, esas alturas y bellezas que concibieron hace siglos aquellas personas para las que construir era un arte que debía durar para siempre. Artistas que imaginaban y construían no solo los edificios, sino también sus altares, las capillas, los retablos, las vidrieras o las simples esculturas, como partes de un mundo superior; destinados, por ello, a honrar, amar y también a enseñar al pueblo, los dictados de la fe. Julio Llamazares, hace revista de todo lo que ve, de modo que habla de autores, estilos, años, materiales o restauraciones; pero también enseña su opinión personal, demuestra la pasión y el gusto por las cosas bien hechas, por los retablos hermosos, por los edificios grandiosos, o por las estatuas, tumbas o capillas, que despiertan algo más que curiosidad en su mente.
Este visitar, enseñar y hablar sobre catedrales es también un recorrido por la juventud del lector, la mía, que enseña o, más bien, recuerda los nombres de los elementos arquitectónicos, estilos, autores o excelencias que se desarrollan en esas Catedrales góticas, románicas o neo-clásicas. Así vuelven a ti, alimentando tu ego y tu recuerdo: aquellas columnas infinitas, arquivoltas, pechinas, arcos de medio punto, rosetones, tímpanos, pórticos o arbotantes; y, también, personajes como Churriguera o el maestro Mateo, Herrera o Berruguete… Partes de un pasado común a casi todos los posibles lectores del libro. Un recorrido por esas obras es un recorrido por un momento concreto de la historia, no ya de España, sino también del mundo; en el que todo se movía al ritmo de la religión. Siendo ahora exponentes, esas obras, de un universo en el que compaginar belleza, utilidad y fe, era lo único posible.
Este viaje muestra un posible y apetecible viaje, no ya solo por lugares de culto y de arte, sino un paseo por el pasado de un pueblo o una ciudad. Pasado, a veces penoso, a veces grandioso, que nos enseña la futilidad del poder de las personas y los pensamientos, pero, también, la permanencia del arte, de lo sólido, de lo palpable. Siempre somos parte de los pasados y, por ello, somos posibles viajeros a los lugares donde nos lo muestran.