Hay nombres que, al oírlos o verlos escritos, hacen que sepas lo que te vas a encontrar. Mejor o peor, uno nunca sabrá esas cosas de primeras, pero al menos va haciéndose una idea primitiva, casi sin ningún fundamente objetivo, que ponga en evidencia lo siguiente: cuando seguimos a un autor que nos gusta, leemos lo que escribe casi con una devoción ciega. Algo así – aunque aún me quedan algunas obras suyas – es lo que me sucede cuando veo que Javier Ruescas saca un libro nuevo. Y no son pocos. Me encantaría – y lo digo con cierta envidia – tener la capacidad de escribir que tiene el autor. Pero más allá de su nombre, Latidos se convirtió en una de mis lecturas porque ya había leído Pulsaciones que, para mí, fue una sorpresa increíble ya que unía en su forma – todo se desarrollaba como una conversación dentro de una aplicación – y en su contenido, todo un acierto para que los jóvenes de hoy en día entendieran que la literatura no se aleja demasiado de la realidad y puede, incluso, saber reflejarla a la perfección. Porque si se le puede atribuir algo al autor es haber sabido conectar al público joven – que siempre ha sido acusado de no tener interés por los libros – con la literatura. Pocas veces habré visto, en lo que llevo como redactor de reseñas, un autor que congregue a tal cantidad de adeptos de sus historias. Vuelve, junto a Francesc Miralles a traernos una historia de amor, pero sobre todo una historia sobre la vida y sus complicaciones. Porque no hay que olvidar que, cuando uno es joven, las preguntas se agolpan y pocas son las respuestas que se acercan.
¿Qué sucedería si te cruzaras con una persona, conectaras con ella, y de repente cada uno tuviera que irse a la otra punta del mundo? Eso es lo que les sucede a Remo y Carol. A través de una aplicación de móvil irán descubriendo que si al recibir un mensaje tu corazón deja de latir, tiene que ser por algo.
Tendemos a pensar que las historias para jóvenes pecan de no tener interés para nosotros. Y todo eso lo suelen decir aquellos que, alejando la mirada de las estanterías de literatura juvenil, se han quedado estancados en la época en la que sólo florecían, al abrigo del éxito de alguna que otra saga literaria, historias fantásticas que poco tenían que ver con la realidad ni con lo que llevaban en su interior los jóvenes. Como ya he dicho al principio, Javier Ruescas es uno de mis escritores favoritos en este género. Y lo es por un motivo: porque consigue que centremos la atención y que creamos que todas las historias – al menos las que tienen que ver con esta realidad que vivimos – son verosímiles. Y como ya me sucediera con Pulsaciones, me parece sobresaliente la facilidad con la que el autor, junto con Francesc Miralles nos dibuja un escenario y crea una historia que podría haberse convertido en una historia más, en una de tantas, una historia que no deja ningún poso, pero que sin embargo te obliga a plantearte muchas cuestiones que, cuando se es joven, uno no tiene nada claras. Quizás por eso, como reflejo de lo que vivimos o, si me apuráis, dejamos de vivir, ya merece la pena.
La literatura juvenil ha creado un universo propio dentro del mundo editorial que no se veía desde hace años. Autores que, cuando yo era joven, era impensable que aparecieran en el panorama narrativo, lo hacen ahora y con una fuerza desmedida. Javier Ruescas, y aquí vuelve la envidia, haga lo que haga acierta. ¿Es Latidos lo mejor que ha escrito? Muy posiblemente no o, al menos, no es lo que más me he gustado de toda su bibliografía, pero lo que sí evidencia, y lo hace a la perfección en este juego de mensajes que tanto se asemeja a como nos comunicamos hoy en día, es que cuando alguien escribe, cuando vive lo que está haciendo, cuando se toma su profesión como algo que realmente le interesa, es capaz de traspasar fronteras y de convertir una historia como la que hay en esta novela en una especie de relato generacional que, a golpe de teclado y fotos enviadas, irá creando las vidas de dos personas que, aun en la distancia se sienten el uno al otro. ¿Os suena?