De las infinitas citas sobre el amor que existen, hay una que en mi adolescencia me producía sentimientos encontrados. Se trata de aquella que dice algo así como que es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado. En mi caso, quería convencerme de que era mejor haber amado, aunque no te hagan ni puto caso, que morrearte con una persona que ni fu ni fa. Me decía a mí mismo que mi inevitable fracaso me daba igual, que los rolletes de discoteca de mis amigos estaban muy por debajo de mis caballerescas ensoñaciones. Sin embargo, una parte de mí no podía dejar de envidiar que esas relaciones de morreo y manoseo de mis amigos les dieran tantísimos… problemas.
¿Fulanita te ha dejado? ¿Menganita te ha puesto los cuernos? ¿Zutanita corta contigo por vacaciones? ¡Pues quién tuviera tus problemas!, me decía. Claro que mis amigos nunca se liaron con un pedazo de menganita como Laura Dean.
Laura Dean me ha vuelto a dejar comienza cuando Frederica Riley, Freddy para los amigos, escribe a Anna Vice, una columnista del corazón, para contarle su pena, que no es otra que la que da título a esta magnífica novela gráfica. Queda claro, pues, desde la portada misma, que la tragedia de Freddy ya viene de lejos.
Pese a respetar escrupulosamente todas las orientaciones sexuales, no puedo presumir de ser un gran conocedor del mundo LGTBI. Esa ignorancia, sin embargo, no me ha impedido reconocer desde el primer momento a un personaje tan irresistible y odioso como Laura Dean, que demuestra, por si alguien se atrevía a dudarlo, que entre las lesbianas también se cuecen habas. Laura Dean es la guaperas del instituto, y, posiblemente desde que tiene uso de razón, sabe que una mirada suya, un guiño, un gesto con el dedo de “ven aquí”, le basta para que las piernas de su presa se derritan como mantequilla. Laura Dean es esa clase de persona que no puede estar sola, quizá, quiere uno pensar, porque su propia compañía le resulta insoportable. Por ello enlaza relaciones como quien enciende un cigarrillo con la colilla del anterior. Para su desgracia, Freddy ha caído en su red, y, lo que es peor, sabe que volverá a caer una y otra vez. Y mientras tanto, la otra red, la que sostiene a Freddy, es decir, la que forman sus amigos de verdad, se va descomponiendo como consecuencia de esa relación tan tóxica.
Quizá, más que de la toxicidad de algunas relaciones, Laura Dean me ha vuelto a dejar nos habla del amor como relación de poder, si no de sumisión absoluta, entre dos personas, la fuerte y la débil, la abandonadora y la abandonada, la que dice “ven” y la que lo deja todo.
La canadiense Mariko Tamaki nos presenta a unos personajes que todo lector que haya pisado un instituto o se haya buscado un curro para pagarse los estudios conocerá muy bien, y consigue sorprendernos con una historia tan vieja como el mundo. Por su parte, la estadounidense Rosemary Valero O’Connell ha hecho un sensacional trabajo de ilustración. Sus retratos tienen gran influencia del manga, y su uso del color, curiosamente, es muy parecido al de la obra de Ulli Lust que os presentábamos hace unos días. Pero es sobre todo en sus composiciones, con el punto justo entre el caos que asfixia a Freddy y la claridad que busca, donde mejor se refleja el extraordinario talento de esta ilustradora.
Laura Dean me ha vuelto a dejar, pero este libro se queda en casa.
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