La llamada de lo salvaje vuelve a susurrarme con esta obra, Leñador, al igual que lo hicieran las novelas de Jack London o de Jon Krakauer con Hacia rutas salvajes. El territorio de Yukón, en Canadá, vuelve a ser el mágico escenario para evadirme de las distracciones y vulgaridades de la civilización. Una habitación rural en un hotel de Cercedilla en Madrid no es Canadá, pero yo, que soy lector de método y me meto en el papel de los personajes, me fui allí a leer este libro. Y fue el libro el que me hizo viajar mucho más lejos. La literatura, siempre la literatura, vuelve a convertirse en el mejor medio de transporte para viajar a lugares lejanos, naturalezas con tanta belleza como hostilidad y que, en mente y espíritu, me permite vivir una de las mejores experiencias. Experiencias sonoras: los vientos del norte, el ulular de las aves nocturnas, los aullidos de los lobos; experiencias olfativas: el olor de la miel recién extraída de los panales, el de las hojas de los pinos, el de la carne en las brasas; también visuales: los paisajes salvajes e inhóspitos de las tierras del norte, los atardeceres tras las montañas. Esas tierras a las que huyó el autor de esta obra, Mike Wilson. Sus motivos tenía para emprender este duro viaje y vivir la mayor aventura de su vida. En palabras de Thoreau, uno de los padres de la literatura estadounidense: «Cada cierto tiempo, el escritor debe recorrer la senda del leñador para beber en una nueva y más tonificante fuente de las musas».
Esa senda fue la que decidió seguir Mike Wilson cuando, en un acto de crisis existencialista, decidió abandonar cuanto tenía y conocía para emprender esta aventura y asentarse en una comunidad de leñadores al noroeste de Canadá. Quizá buscaba un motivo para encontrar sentido a la vida. Quizá tan solo necesitaba volver a sentirse vivo. Vivir es alejarse de las preguntas que se hacen los hombres; vivir es el fortuito encuentro con un oso o un alce en pleno bosque; vivir es seguir el curso del río para pescar allí donde confluye el cambio de corrientes; vivir es aullar por la noche junto a los lobos y por la mañana trabajar duro cortando leña.
Cuando supe de este libro no me lo pensé dos veces. Tras la experiencia de la novela ya citada de Jon Krakauer, esta aventura prometía aportar otra visión de alguien que, lejos de aislarse y buscar la soledad como el protagonista de esa obra, quería adentrarse en una comunidad. Vivir con una comunidad ruda como es la de los leñadores rurales de Yukón. Aprender con ellos, su trabajo, su día a día, su modo de cazar, observar lo cotidiano dentro de ese pequeño grupo en un lugar tan magnífico. Lo que no esperaba es que este libro se convirtiera en un atlas sobre la vida en el bosque. Ahora lo explico mejor.
Yo partía de la base de que se trataba de la experiencia personal de su autor y las aventuras que allí vivió convertidas en novela. Bueno, desencaminado no iba, pero este libro tiene eso y mucho más. Es novela, es una guía de viajes, es un diccionario, es un tratado de naturaleza, es… en fin, son muchas cosas que nunca había leído. Durante todas las páginas encuentras definiciones sobre todo aquello que empleaba en su día a día con los leñadores: desde herramientas de pesca, leña o caza con todas sus piezas y utilidades bien detalladas, a los orígenes de los inuit, antiguos pobladores de Yukón. Emplea en toda su obra los distintos tipos de textos: expositivos, descriptivos, instructivos y narrativos. Estos últimos son más escuetos y preceden o continúan a las explicaciones vertidas sobre un elemento de la naturaleza concreto. Por ejemplo, para narrar la experiencia que vivió de cómo los leñadores navajos le enseñaron a identificar las huellas sobre el terreno y las plantas, dedica unos párrafos a contar los hechos para después hilvanarlos con una explicación etimológica sobre el sistema de rastreo y el tipo de árboles o fauna que se encuentra en esa zona concreta.
Leñador, que no llamaré novela porque no lo es como tal —las etiquetas que puedo ponerle son infinitas—, tiene, también, varias formas de ser leído y comprendido. Se pueden leer solo los párrafos narrativos que desarrollan la acción y seguir, más o menos, el recorrido que experimentó el autor. Ya te digo que vas a seguirlo más bien menos. Puedes solo tomarlo como un atlas de vida salvaje, es la mar de práctico con todas sus descripciones y consejos informativos. O puedes leerlo en su totalidad y vivir, por unas cuantas tardes y tal como hice yo, lo que Mike Wilson vivió durante años en aquella comunidad. Todo comenzó así:
«Hui hasta llegar a los bosques de Yukón. Me recibieron en un campamento de leñadores […]. Eran hombres rudos. Me otorgaron un hacha, filo de acero. Aprendí cosas».