Lenta demolición, de Diego Alfonsín
La distopía es un género que, pese a generar grandes historias, nunca ha estado entre mis lecturas predilectas. Sin embargo, en menos de un mes he leído dos, sumando a Madrid: Frontera, reseñada hace pocos días, esta ópera prima de Diego Alfonsín, Lenta demolición.
Fernando Marías define esta obra como “Un seductor debut literario”. También pensaron lo mismo los miembros del jurado de la primera edición del Premio Literario Miguel de Unamuno, que galardonaron esta novela entre casi un centenar de textos presentados. Con semejante bagaje, afronta uno más confiado la lectura.
Definir el ecosistema que nos describe Lenta demolición es difícil. Diego Alfonsín recrea un mundo casi apocalíptico, donde una empresa de derribos se dedica a ir tirando uno a uno todos los edificios, hasta que en estos empiezan a aparecer unas misteriosas pintadas. Todos los trabajadores de dicho mundo trabajan para la empresa de derribos, aunque muchos saltan al vacío entre las grietas del terreno y nada más se sabe de ellos. También hay un claro en el bosque, una mujer misteriosa y bandadas de pájaros con no muy buenas intenciones.
La sugerente narración de Diego Alfonsín está cargada de matices y detalles, una armoniosa lectura que describe sonidos, ambientes y sentimientos de un modo muy sutil, para verdadero goce del lector.
Pero no solo es sugerente lo que cuenta y como lo cuenta, Lenta demolición es interesante también por lo que no cuenta. Y es que tras su trama principal, subyace el verdadero motivo de la novela, que es la eterna lucha entre el Norte y el Sur. Entre ese Norte devastador y devastado, cuyo fin único es derribar todo lo que haya en pie en pos del buen desarrollo del capitalismo, y ese Sur, todavía auténtico e incorruptible, que pide a gritos (o mediante pintadas) que se le escuche, que solo él puede aportar luz a las tinieblas.
Se reconocen en la lectura influencias de grandes autores de la literatura. Uno lee Lenta demolición y se acuerda de José Saramago y su denuncia social patente en cada una de sus novelas, de esa dificultad constante y eterna que supone luchar contra el sistema no solo para beneficio propio, sino para beneficio de toda la sociedad. Porque los que mandan parecen tener siempre miedo de que la sociedad empiece a pensar por sí misma, con los peligros que ello puede conllevar. Pero también esta lucha Norte vs Sur nos hace acordarnos del franco-libanés Amin Maalouf, que también ha tocado el tema de esta difícil dicotomía en varias de sus historias.
No quiero con esto comparar a Diego Alfonsín con estos dos gigantes de las letras, solo dejar patente la calidad que atesora su novela, sin duda todo un descubrimiento literario. Por eso os recomiendo que leáis Lenta Demolición, y disfrutéis de una bella forma de contar una historia.
César Malagón @malagonc