Libros educativos para descubrir el mundo 27
Hay momentos en los que no sabemos muy bien lo que ocurre. Esos instantes en que el miedo o los disgustos nos hacen ver la vida de otra manera. Es algo natural, no podemos estar siempre felices, pero lo que es innegable es que, a los niños, es posible enseñarles que a pesar de todos esos momentos difíciles, al final acaban pasando y que nada es lo suficientemente importante como para que duren en el tiempo. Por ello, los últimos libros infantiles de los que hablaré en esta sección infantil antes de mi marcha, van dedicados a esos momentos en los que ciertos miedos, ciertas situaciones que nos provocan lágrimas, tenemos que plantearlos como lo que son: pequeños instantes en los que la tristeza o el miedo avanza, pero que nunca, jamás, deben ganar la batalla a la sonrisa de un niño. Este es mi pequeño homenaje a esas situaciones en las que no somos nosotros mismos, o lo somos, pero de una forma diferente.
Uno de los personajes que aparecen pululando siempre por estas reseñas es mi sobrino. Con él he conseguido recuperar un poco de esa inocencia impregnada en los ojos que tantas veces he echado de menos. Él vive la vida con otra mirada, y algunos de los miedos que yo tenía de pequeño – y que siguieron incluso de mayor, sólo que más controlados – aparecen en todo su esplendor por vivirlos por primera vez. Mi sobrino tiene uno de los miedos más comunes. Teme a la oscuridad como si estuviera lleno de monstruos y son las sombras las que más “daño” le hacen cuando intenta dormirse y piensa que van a venir a por él, a llevárselo a un mundo, cómo él lo llama, “negro negro tío, allí no se ve nada de nada”. Para que vea que cuando la luz se apaga todo es diferente pero no amenazante, leímos La noche y la oscuridad y él entendió que, por mucho que todo quedara a oscuras y lo único que le alumbrara fueran las estrellas o pequeñas porciones de la luna, en realidad lo que era la oscuridad era sólo una cosa más, un momento que llega cuando el sol se pone, y una oportunidad para crear historias distintas que le llevaran a un mundo mucho más luminoso y lleno de aquellos juegos que no son posibles durante el día.
Pero además, uno de los instantes en los que los niños nos demuestran que son iguales a nosotros, sólo que en un tamaño reducido, es cuando lloran y se ven disgustados por algo. Mi sobrino suele tener rabietas cuando algo le sale mal o cuando cree que alguien se está riendo de él. ¿No es tan descabellado, verdad? Pero él no lo entiende, no sabe muy bien lo que le pasa, sólo que le entran ganas de llorar y no puede pararlo hasta que alguien le calma. El libro Los disgustos fue una parada estupenda para que él entendiera qué es exactamente lo que estaba viviendo, lo que estaba sintiendo, y de paso, le sirvió para entender que en ocasiones, la gente nos hace daño sin saberlo y lo importante que es hablar, decir lo que nos está pasando, lo que nos sucede por dentro, y resolver lo que nos ha disgustado porque eso supondrá que podemos llegar al final de las lágrimas y al principio de la sonrisa. Él lo tuvo claro desde el principio, y cuando terminamos de leerlo, se quedó pensando, y yo empecé a temer el momento en el que la pregunta que estaba creando en su cabeza la hiciera sin ningún tipo de miramiento. Y llegó, de la siguiente forma: “Oye tío, ¿y si es tan bueno hablarlo, por qué a veces la gente mayor se queda callada?”. Ahí está, la inteligencia de los niños que nosotros, en ocasiones, hemos perdido por nuestra tozudez adulta.
No hay nada mejor que un libro para refugiarse. Todo lo demás sirve, pero lo que nos enseñan los libros no es comparable. Puede que por ello hoy, el disgusto, lo tenga yo porque esta es la última reseña infantil que hago. Pero después he hablado, lo he dicho, y parece que todo se alivia un poco. Los niños son un tesoro, una vida intensa dentro de un pequeño cuerpo, por eso nadie debe perder de vista que ellos, los más pequeños, son los que pueden enseñarnos a nosotros algunas cosas que teníamos olvidadas.