Libros infantiles de hoy y de mañana 9
Que los libros nos enseñan a soñar despiertos es algo que siempre os digo. Que nos invitan a viajar, otro de esos puntos fuertes que nos unen por encima de todo. Y que nos hacen sentir, es el precio que se paga por ser un lector ávido de nuevas lecturas. Pero lo que siempre me emociona es encontrar libros infantiles que me hagan descubrir que siempre hay nuevas cosas que contar, y además de una manera recomendable, casi diría que imprescindible, para que todos aquellos que somos niños en piel de adulto, o niños a secas con un cuerpo diminuto abran un libro y se les ilumine la cara como si hubieran encontrado un tesoro. Así que, os aseguro, después de leer lo que aquí os propongo que es muy posible que no podáis evitar ir a la librería y queráis haceros con aquellas historias que a mí me han abierto el corazón (en un momento cerrado) y me ha hecho reencontrarme con la belleza de la vida y de la lectura en general.
¡Larga vida a los libros! ¡Muy larga!
Todos nacemos diferentes, pero hay padres que no los soportan. Que pretenden que sus hijos sean normales a toda costa. En este caso, un pequeño en la familia nace con los Ojos Negros pero nada más. Y unos padres ciegos intentan hacer todo lo posible por esconderlo. ¿Qué hay de malo en la diferencia? ¿Será que en esta vida tenemos que ser todos cortados por el mismo patrón? Quizá este libro contenga dos públicos: el pequeño, que puede entender que aquello que somos es una cosa extraordinaria, sin pensar en lo que piensen los demás; y el adulto, para que aprendamos de una vez que aquello que nos hace diferentes, es lo que nos hace especiales, que no todo el mundo es igual y que debemos mirar mucho más allá, mucho más allá de todos nosotros para que entendamos, de una vez por todas, que cada uno somos únicos, que cada uno somos especiales, y que cada uno, por mucho que haya alguien que no lo entienda, merece vivir como quiera, sin ataduras, y es por ello que esta lectura nos enseña a todos que somos libres, sin necesidad de colgarnos unas gafas que nos nublen la vista eternamente.
Pero también hay un momento en el que queremos encontrar nuestro sitio, saber qué nos gusta hacer, qué no nos gusta, y sentirnos bien por saberlo. Quizá El Monstruo Malacresta lo sepa a la perfección y por eso se sintió aliviado cuando no tuvo que asustar a más niños nunca más. Porque tantas veces nos hemos preocupado por hacer lo que los demás nos decían que teníamos hacer, que cambiar eso puede ser el mayor terremoto que ha habido sobre nuestro mundo. Porque no hace falta que sean monstruos, criaturas propias de la noche que vienen a nuestro cuarto a asustarnos, para que necesiten encontrar su lugar. Todos y cada uno de nosotros, como en este precioso cuento, luchamos por hacer aquello para lo que creemos valer, y tenemos en nuestro interior algo que nos gusta, y que nos disgusta, pero con lo que estamos contentos. Un monstruo puede decidir dejar de asustar a los niños pequeños, pero nosotros también podemos decidir vivir una vida de juegos y alegría, mientras los demás intentan inculcarnos todo lo contrario. Será nuestra decisión, por mucho que los demás intenten lo contrario, y además sabremos que, quizás, los que hacen cosas diferentes, pueden ser tan felices como los que siempre se mueven en la rutina más absoluta.
Porque cuando somos felices, cuando nos damos cuenta que aquellos que nos rodean son felices con nuestra compañía, sólo nos queda hacer una cosa: agradecérselo. Y será entonces cuando vivamos lo que, conoceremos por primera vez, como beso. Y así, en ¡Besos como estos!, encontraremos todas aquellas uniones de besos que desconocíamos, las de unos animales que se quieren y se enamoran, que viven y sienten en su mundo, para mostrarnos a nosotros, los humanos que viven alejados de ellos, que siempre es agradable quererse, sentirse unos a otros, acariciando nuestros labios con la mejilla del otro, con los labios del otro, con la nariz del otro, en un ejercicio de felicidad extremo. Besémonos, como lo hacen los protagonistas de estas pequeñas historias, porque por un segundo, quizá dos, lo que tarden los besos en terminarse, seremos conscientes de la gente que nos rodea, de aquellos que nos quieren por el simple hecho de querernos cerca, de necesitar sentirnos alrededor, pululando al compás de un corazón que nos abraza como sólo pueden hacerlo las buenas intenciones. Compartamos un beso, porque es una caricia dulce, tan dulce, que cualquier regalo se queda corto a su lado.
¿Y por qué no, mientras no queremos, nos contamos historias que no acaben nunca, que varíen, con las que encontrarnos una y otra vez de forma distinta? Quizá todos vosotros conozcáis a Ricitos de Oro, pero ¿si yo os cuento que aquí, aquí dentro de estas páginas, os encontraréis con otras Ricitos, qué me dirías? Porque en Erase muchas veces Rizos de Oro no sólo conoceremos el cuento clásico, no, además conoceremos otras historias que desconocíamos y que nos harán vivir aventuras increíbles, rodeados de osos, de bliiims y de objetos, que nos harán vivir un viaje mágico por un mundo para el que no estábamos preparados. Seremos, gracias a él, niños de nuevo, viajaremos con nuestros pequeños por teatros, por casas, por platos en los que la comida desaparece, y a través de su movimiento, veremos como la luna y el sol se ponen para hacernos vivir, día tras día, una nueva historia que contarnos a nosotros mismos, a nuestros mayores, a nuestros niños, y a vivir como si no hubiera un mañana aquellas historias que todos conocíamos, pero desde una perspectiva diferente. Porque nunca hay que olvidar, que las mejores historias son aquellas que se cuentan siempre con un detalle nuevo, convirtiéndolas en algo distinto, y de las que siempre se podrá aprender algo nuevo.
Por eso me detengo aquí, sí, aquí queridos amigos. Para enseñaros como una historia de cuento de hadas, se puede convertir en una historia real, como la vida misma, con todas esas cosas que se viven en nuestra realidad. Y es que La niña de rojo ya no será Caperucita Roja nunca más, porque puede ser esa niña que te cruces por la calle, que viva en tu mismo edificio y que, cada mañana, tenga que recorrer callejones sin salida, tenga que conocer a policías que le ayuden en el camino, o a chacales y lobos que acechan al cruzar un paso de cebra resquebrajado. Estamos ante una historia conocida, como casi siempre pasa con las historias que nos suceden a pesar del tiempo, pero que todos podemos vivir en un mundo lo suficientemente peligroso para que una pizca de fantasía sea el motor que encienda la luz que nos ilumine. Tendríamos que vivir pegados a sus páginas, a sus ilustraciones de maestro en el difícil arte de llenar con imágenes un cuento como este que nos recuerda que los peligros que acechan en la calle, que los lobos que nos persiguen, pueden estar a nuestro alrededor pero que siempre, siempre, habrá un lugar, un resquicio de esperanza, para que nos salvemos de sus garras y seamos felices, felices para siempre.