Lo reconozco: cuando era pequeña soñaba con encontrar el billete dorado dentro de una chocolatina, como el afortunado protagonista de Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Daba igual que mis tabletas no fueran de la marca Wonka, nunca perdía la esperanza. Me imaginaba en esa enorme fábrica y ¡uf!, se me hacía la boca agua, ¿habría en el mundo algo mejor que eso?
Pasados unos cuantos años, me he dado cuenta de que sí. Ya no me vale con un simple billete dorado, necesito que me toquen los Euromillones o el gordo de Navidad aunque sea. Puedo comprar tantas chocolatinas como quiera (o que mi salud me permite), pero tengo otros sueños más caros, mucho más caros. Ahora, en vez de ir al kiosco a probar suerte, me conecto a theLotter.es, para jugar a la lotería online, a ver si la fortuna llega hasta mí sin tener que salir de casa. A veces me pregunto: ¿qué estaría dispuesta a hacer para que me tocara la lotería? ¿Sería capaz de cambiar de identidad y fugarme de mi país para siempre? Eso es lo que hace la protagonista de The winner, de David Baldacci. Un sacrificio muy grande, ¿verdad?, pero cien millones de dólares quizá lo merezcan.
¿Quién no ha fantaseado con ese instante en el que se comprueba el décimo y te das cuenta de que te ha tocado? Ser yo la que descorcha la botella de champán delante de la administración de lotería el 21 de diciembre. Debe ser una sensación indescriptible: alivio por los problemas que se evaporan de golpe, euforia por todas las oportunidades que se abren ante mí, la felicidad absoluta. Solo espero que no me pasara como al matrimonio del cuento de Antón Chéjov, El billete de lotería, que con solo imaginar lo que harían con el dinero, ya se odian por todas las disputas y envidias que ocasionará.
Aunque yo creo que a mí eso no me pasaría. Estoy segura de que no perdería la cabeza porque me tocaran millones y millones de euros. Es más, lo primero que haría es compartirlo con las personas que se lo merecen, pero quizá no lo hiciera tan a lo grande como Molly, la protagonista Molly´s Millions, de Victoria Connelly, que recorre el país repartiendo su riqueza entre las masas, como una Robin Hood contemporánea, antes de que su familia y los medios de comunicación la alcancen. Me limitaría a mis seres queridos más cercanos, no daría ni un euro a gorrones como los del libro La lotería, de Patricia Wood, que regresan a la vida de Perry, un chico de treinta y dos años y setenta y seis de cociente intelectual, solo cuando se enteran de que le acaba de tocar la lotería.
Ya sé que el dinero no da la felicidad. No como Teddy de The rich part of life, de Jim Kokoris, que lo comprueba cuando ve que tener ciento noventa millones de dólares no le libra de sufrir altibajos en su vida o Tobias de You never know, de Lilian Duval, al que le toca la lotería tras años de desgracias y, sin embargo, tampoco eso supone un golpe de suerte en su caso. No me hace falta ser multimillonaria para valorar las cosas verdaderamente importantes: yo aprecio a cada persona y experiencia que me hacen más agradable el día a día. A mí el dinero no me cambiaría, os lo aseguro. Creedme, de verdad. Dadme un décimo premiado y os lo demuestro.