Qué decir de Machado que sea nuevo, ¿no? O incluso de Ian Gibson sobre el poeta. O peor todavía, sobre algo nuevo en forma de libro que aúne Ian Gibson y Machado. Pues sí, aunque parezca mentira todavía se pueden ofrecer cosas (esa es la magia de la literatura), y un ejemplo de ello es el libro del que hablo hoy. Cogiendo como base la canónica biografía de Ian Gibson sobre Antonio Machado, Ediciones B la ha condensado y convertido en cómic de la mano de Quique Palomo (pareja de autores también de aquel Vida y muerte de Federico García Lorca), con el icónico título de Ligero de equipaje. ¿Y qué ha salido de ahí? Pues de eso voy a hablar, pero ya lo adelanto: genialidad.
El libro empieza con Machado de niño, correteando por los alrededores del Palacio de las Dueñas (donde vivían varias familias humildes de la Sevilla de la época), junto a su hermano Manuel y su abuelo. El abuelo como pilar de sabiduría. Es a él a quien recurren para cualquier duda. Pero también está el padre, otro intelectual con el mayúsculo objetivo de recoger el folklore andaluz a partir de sus cantes, y la abuela, y la madre, y más. Pero no el dinero. Los padres de los Machado tienen entre ceja y ceja que sus hijos se formen en la recién abierta Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos, y consigan alejarse así de la retrasada educación, gobernada en su totalidad por la Iglesia. Para que ellos puedan ir el padre debe renunciar a sus sueños de conocimiento e irse a trabajar a Puerto Rico, donde acaba contrayendo una grave enfermedad y muere sin despedirse de sus hijos.
Machado se formará en la ILE junto a su hermano Manuel, pero al acabar se dará cuenta de que esa formación (sin libros, sin imposiciones, totalmente personalizada y libre y crítica) no le servirá para sacarse el bachillerato oficial. Y entonces el retraso. Sin bachillerato, con seis hermanos más y sin ninguna fuente de ingresos más que sus abuelos, los dos hermanos Machado se verán estancados en una España cutre, rancia, cañí. Pero descubrirán a Rubén Darío, el Modernismo, las revistas y publicaciones satíricas, y todo ese vendaval vanguardista los llevará a París. Y allí, los cafés, los teatros, los cabarets, la noche, la bohemia, los poetas y el poeta: Paul Verlaine. Pero aquí tampoco el dinero. Y Machado volverá a Madrid a pedir consejo a su maestro Giner de los Ríos, quien le aconsejará aprovechar el francés aprendido para dar clase en algún instituto. Encuentra una plaza en Soria, y cambia todo. Machado tiene 30 años.
Será en Soria donde Machado descubra los campos castellanos, donde nazca Campos de Castilla, donde empiece su reconocimiento (que no su fama, ni el éxito, y mucho menos económico) y, sobre todo, donde se origine el amor. Será en Soria donde Machado se enamore de Leonor, a quien conoce teniendo 13 años. Se casan cuando ella tiene 15. Machado recibe una beca para continuar sus estudios en París, su ciudad. Nada más llegar a París, la pareja encontrará la felicidad y, tristemente, la fatalidad. Escuchaba ayer en una entrevista a Juan José Millás decir que siempre debemos encontrar la compensación a nuestros momentos de gran felicidad, porque si no vendrá el destino y nos los compensará por él mismo con la fatalidad. ¿Será eso lo que le pasó a la pareja? Leonor enferma de tuberculosis y muere. Solo tiene 18 años. A Machado, él mismo lo reconocerá, solo le salva en ese momento el éxito de Campos de Castilla. Aún tiene mucho que decir.
Ya en España (por cierto, qué doble página tan bonita la de Baeza), Machado volverá a las clases de francés, en una nueva plaza de instituto, ahora en Baeza, que no es París, ni Madrid, ni siquiera Soria. Será allí donde Machado se encuentre de cara con la España a la que se enfrentará toda su vida: la España estancada. Y se enfrentará a ella a partir de la educación del pueblo. También será allí donde conozca al joven Lorca. Machado sigue estudiando, empieza la carrera de Filosofía. Al tiempo consigue una plaza como catedrático en Segovia. Machado ya es licenciado, por fin, con 43 años.
Será en Segovia donde todo coja inercia, donde sus obras se consoliden, donde nazcan las obras teatrales de mayor éxito coescritas junto a su hermano Manuel, donde empiece la rueda de viajes constantes a Madrid en vagones de tercera, donde cree las figuras de Abel Martín y Juan de Mairena y, sobre todo, donde aparezca en su vida Pilar de Valderrama, la diosa, Guiomar. De fondo, el golpe de estado, la dictadura de Primo de Rivera, la segunda República, el levantamiento militar. Y Machado tiene que huir, primero a Valencia, luego a Barcelona, y finalmente a Francia. Sin nada, ni siquiera el maletín con sus últimos papeles. Bajo la lluvia, ligero de equipaje.
Acabará en Collioure, donde morirá a los pocos días al lado de su madre, ya en coma, quien también morirá solo tres días después que su hijo (y será enterrada en el cementerio de pobres). Y en esos últimos días, el famoso papel en su gabardina, y la oferta tardía de un trabajo por fin estable. Pero no, solo el recuerdo de la infancia, de los días azules, de la inolvidable Guiomar. Triste y, sobre todo valiosa, historia.
Cuento la trama (aunque por encima) porque no es lo más importante en este Ligero de equipaje. Quizá lo sería si estuviera hablando de la biografía, al uso, de Ian Gibson. Pero esto es más un libro regalo (lógicamente para hacerte sobre todo a ti), un artículo de lujo para tu biblioteca, un libro para oler, para degustar (aunque tengo que decir que hay momentos con la letra, para mí, demasiado pequeña), para disfrutar. De los poemas, de las ilustraciones, de los diálogos, de la configuración del libro, del olor y, sobre todo, de Machado. Recordémosle aunque lo tengamos lejos, porque sus libros (cuento también como suyos todos los que hay escritos sobre él) los tenemos cerca, muy cerca. Este es uno de ellos. Y uno muy bueno. No lo dejéis pasar.
Tomo nota del libro. Tengo toda la obra de Machado, he seguido sus pasos por allá por donde él paso, vivió, se enamoró… De hecho me casé con un soriano 😀 Soy machadiana no solo en mi forma de escribir, también en mi forma de pensar, yo también quiero una España unida, avanzada, moderna, y pasear una otra vez entre San Polo y San Saturio viendo ese Duero eterno, como la poesía del propio poeta.
Qué comentario tan bonito, Susana. Viva Machado. ¡Muchas gracias!
Machado y Serrat , qué grandes , cada uno en lo suyo y los dos unidos por las letras y la música que ambos parieron .