Decir que George Saunders ganó el Man Booker Prize en 2017 con esta, su primera novela, sería injusto. Lo cierto es que el autor norteamericano ya contaba con la experiencia y la técnica necesaria para hacerse con el galardón. Libros como Diez de diciembre o Pastoralia, lo convirtieron hace algunos años en el rey del relato corto. Su mordacidad y su capacidad para provocar extrañeza desde lo cotidiano, le han valido numerosas menciones y reconocimientos. Sin embargo, ¿qué hay de todo eso aquí? Advierto desde el principio que el salto cualitativo es brutal. Si te gustaron sus relatos, vas disfrutar muchísimo de esta novela. Si nunca has leído a Saunders, esta es una carta de presentación como ninguna otra. Dicho todo esto sólo queda preguntarme ¿es esto en realidad una novela? Desde luego no lo es en el sentido convencional del término, pero con George Saunders nunca lo es.
Estamos en 1861, el primer año de la guerra civil norteamericana. Tras un aluvión de críticas ante la mala gestión llevada a cabo por el presidente Abraham Lincoln, éste se enfrenta a uno de los episodios más oscuro de su vida: la muerte de su hijo Willie, de once años. La noche del entierro Lincoln vuelve al cementerio de Oak Hill, para sacar el cuerpo de su hijo del féretro y sostenerlo por última vez. Es en este episodio nocturno donde se expande toda la novela y la lleva hasta el extremo más posmodernista. Hay una ausencia total de narrador para guiarnos por el libro. Tenemos, a cambio, la perspectiva de todas las vidas en suspensión que pueblan el cementerio para ir narrándonos lo acontecido en esa noche histórica. Entre ellas la de Willie, que en su absoluta ingenuidad se niega a aceptar el hecho irrefutable de estar muerto. Y es de esa negación donde surge el escenario del Bardo, un plano de transición entre la vida y el más allá que tiene sus orígenes en el budismo y que Saunders utiliza para dar rienda suelta a sus personajes y forjar una mitología propia.
A la construcción fantasmagórica del relato, se le suma otra capa. En el transcurso de la historia encontramos un sinfín de citas históricas en las que nos cuentan de primera mano cómo fueron los días en los que la tragedia golpeó a la familia Lincoln. Una ristra de comentarios, algunos verídicos y otros surgidos de la imaginación de Saunders, que consiguen darnos una visión fehaciente de la opinión pública del momento. La anulación del narrador, sumada al coro de voces y a estas notas, no hacen más que aproximarnos a la idea más sólida, que no por ello perfecta, de verdad. Otorgándole a lo sucedido la capacidad poliédrica de contener todos los puntos de vistas, incluso aquellos que mienten, se contradicen o ocultan algo. Todo suma en esa idea de verdad que dista del viejo relato unidireccional e irrevocable.
Lincoln en el bardo es una novela que no podría haber sucedido en otro momento de la historia. Es una hija de su tiempo, del hoy más inmediato. La correlación de testimonios y la forma de interpelarse entre sí, se asemeja sin ningún tipo de pudor a la idea de documental. Y digo documental y no ensayo, ya que las interferencias e interrupciones de los participantes convierten esta historia en un artefacto casi audiovisual. La fuerza de las imágenes, la brevedad de ciertos momentos y la aparente falta de constricciones convierten a la novela en un producto propio de una era digital y líquida. Y George Saunders consigue hacer todo esto sin salirse del formato más analógico que conocemos: un libro.
Hay en toda la obra de Saunders una denuncia hacia la deshumanización. Hacia la pérdida continuada de los rasgos que nos ennoblecen como especie. En su primera novela consigue evolucionar esta crítica realizando una transición desde la mordacidad hacia la empatía. Saunders realiza el ejercicio de ponerse en el lugar del otro más ambicioso llevado a cabo por la literatura contemporánea. No escatima en recursos para hacernos entender la verdad de los demás. He de decir que aun siendo numerosas, todas son pertinentes. Nos coloca dentro, literalmente, de sus personajes y nos abre los ojos ante un dolor que todos podemos comprender si prestamos la suficiente atención.
La pérdida y la segundas oportunidades. Negar lo evidente por miedo a lo desconocido. Y dejar ir. Lincoln en el Bardo contempla cada una de estas posibilidades para llevarlas a un nuevo estadio. Nos obliga a entender que el tiempo es finito en términos biológicos, pero que juega con otras reglas cuando el reloj se sumerge en nosotros. Saunders nos recuerda que dentro de cada uno hay espacio suficiente para multitudes, fantasmas o para aquellos a los que no pudimos decirles adiós cuando llegó el momento de hacerlo.