Linda, como en el asesinato de Linda, de Leif GW Persson
A Evert Bäckström, auténtica leyenda viva de la policía de Suecia, la cerveza le gusta fría, en abundancia y compartida con colegas cuidadosamente elegidos; las siestas, largas y tan frecuentes como se merezca un comisario en dura lucha contra el crimen (y con un hatajo de compañeros completamente idiotas); y las señoras, rollizas pero sin pasarse, alegres y con un buen par de domingas por delante, y eso sí, que no superen la fecha de caducidad de las señoras. Bäckström es, ya lo decimos, una leyenda de la policía judicial central de Estocolmo, y eso que ha de lidiar además con esos compañeros totalmente idiotas e incompetentes a los que hay que dárselo todo hecho, y que pocos de ellos son tíos como Dios manda; la mayoría, mariquitas sin remedio a los que les gusta el cine y sólo saben sentarse en plan finolis. Y de los criminales, ni hablemos; el que no vea que el primer sospechoso de cualquier crimen es seguramente un habitante foráneo, es que es otro de esos idiotas sin cura.
Así, como ven en ese resumen las gasta uno de los protagonistas más atractivos y fascinantes de la literatura escandinava contemporánea y de la literatura criminal en términos generales: el comisario sueco Evert Bäckström, obra de Leif GW Persson, que es, lo digo claramente y sin miramientos, un genio de la literatura. Bäckström es una caricatura y, como todas las caricaturas, se corresponde con la realidad, más de lo que nos gustaría admitir; el propio Persson ha dicho que es un personaje para el cual se ha “inspirado” en policías que conoció. Y nosotros, lectores, aunque no seamos criminólogos ni grandes conocedores de los entresijos de ningún sistema policial, sabemos sin duda que Bäckström es real, auténtico y genuino, porque, quien más, quien menos, todos nos hemos cruzado o hemos sabido de personas como él, que, por carambolas de la vida, terminan en un puesto de poder y autoridad y hacen que el desatino se desparrame de arriba abajo, amenazando con arruinar cosas tan importantes como una investigación por asesinato, tal es el caso en Linda, como en el asesinato de Linda.
En Linda, como en el asesinato de Linda, se nos plantea un escenario de crimen en la plácida ciudad de Växjö. La víctima es la estudiante de policía de 20 años Linda Wallin, que aparece muerta y torturada en su apartamento. Un grupo formado por “los mejores”, con Bäckström al frente, se traslada a Växjö para investigar el hecho y apresar al culpable. Bäckström está rodeado de policías muy competentes, ninguno de ellos perfecto pero todos dotados de alguna cualidad que complementa las de los demás y hace que formen un buen equipo capaz de resolver el crimen en un breve plazo de tiempo. Lo malo es que tienen por líder a Bäckström, quien no hará otra cosa sino entorpecer la investigación con sus métodos (o su falta de ellos): más preocupado por pillarse buenas curdas, ver películas porno y perseguir a cuanta señora rolliza se le ponga a tiro, lanzará a sus agentes a una descomunal campaña de recogida de muestras de ADN.
Linda, como en el asesinato de Linda es una novela de muchas capas, y es una narración exhaustiva y detallada, muy realista –no en vano Leif GW Persson es un respetado criminólogo, ha trabajado para el Ministerio de Justicia sueco y es catedrático de la Junta Nacional de Policía de su país–, nada adornada ni atemperada de una investigación de asesinato, y ésta está pasada por el tamiz del personaje de Bäckström como suma expresión de los males que azotan a cualquier estructura institucional de Occidente. Además, como muchos personajes de la vida real en notorias posiciones de poder, nunca renuncia a su puesto ni a sus privilegios, aunque esté demostrado que se equivoca o que ha cometido un grave error; bien al contrario, se aprovecha de su rango y de su inmerecida autoridad para medrar todavía más. Así, al relato de la investigación policial, ya viciada por defectos y personajes ajenos a Bäckström, se superpone el relato de la incompetencia, la burocratización y, en suma, la estupidización de muchas de las estructuras actuales destinadas, oh ironía, precisamente a facilitarnos la vida y a solucionar los problemas de nuestra sociedad.
Linda, como en el asesinato de Linda es, por otro lado y en su vertiente más convencional, una apasionante y verosímil historia policiaca. Y es también una colección de retratos psicológicos a cual más fascinante: la de la víctima y sus allegados y las de otros policías que luchan por esclarecer los hechos a pesar de Bäckström. Y todo ello, con el estilo satírico, a ratos melancólico, a ratos desternillante, de ese inteligente escritor, Leif GW Persson.
Pero, insisto, es, por encima de todo, una novela de personajes, dominada por esa estrella rutilante llamada Evert Bäckström, quien, como persona, seguramente deja mucho que desear, pero, como personaje, es más que perfecto; es insuperable, inolvidable. Y ello, porque es real. Y, admitámoslo: ya estamos cansados de esos policías de novela tan apolíneos, exquisitos como lores británicos, amantes de la ópera, héroes de acción que harían palidecer de envidia al Bruce Willis de sus mejores tiempos a la par que enigmáticas figuras con un sinfín de traumas infantiles que esclarecer. Ellos son todo mentira, y Bäckström es tan real como ustedes y como yo. En realidad, todos tenemos un poco de Bäckström, por eso no podemos evitar engancharnos a él.
Digna de destacar es también la excelente traducción de Carmen Montes Cano, un nombre que me he encontrado frecuentemente en mis lecturas “criminales” suecas, y cuya labor siempre me ha causado una grata impresión, ya que las novelas que ella traduce -y éste es un buen ejemplo- siempre suenan naturales, como si hubieran estado escritas originalmente en español. Linda, como en el asesinato de Linda está, además, llena de palabras, giros y modismos coloquiales, muy difíciles de traducir acertadamente a menos que se conozcan al dedillo tanto la lengua original como la cultura del pueblo que la habla.
El único pero que le pongo a esta edición de Linda, como en el asesinato de Linda es ese inadecuado desecho por partida doble, que en ambas ocasiones me dejó deshecha por faltarle esa hache intercalada, la cual no era aquí un desecho sino una letra necesaria. Confío en que Grijalbo enmiende esta errata para futuras ediciones.