Little Bird

Reseña del cómic “Little Bird”, de Darcy Van Poelgeest e Ian Bertram

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El cómic de Little Bird empieza con una guerra perdida y un plan desesperado. “Teníamos un plan. Liberar al hacha. Salvar al pueblo. Liberar al norte. Salvar el mundo.” Como en cualquier conflicto, la resistencia no lo da todo por perdido y cree que todavía hay esperanzas. Estas personas que deciden plantar cara a lo inevitable son la Resistencia Canadiense: hombres y mujeres que viven en armonía con la naturaleza y que durante treinta años han visto como el Imperio Estadounidense lo arrasaba todo a su paso. Estados Unidos se ha convertido en una súper potencia tiránica que poco a poco ha ido conquistando medio mundo. Los preceptos absolutistas en los que se basa esta nación son ultra conservadores y tienen como base la teocracia. Creer en Dios, regirse por Dios y acabar con todo rastro de creencias paganas. Evidentemente eso choca de frente con los nativos canadienses y con Little Bird, una niña mestiza que con tan solo doce años se las tendrá que apañar para poner de nuevo en pie a la resistencia y de paso descubrir cuáles son sus verdaderos orígenes.

Little Bird es uno de esos curiosos ejemplos de que en ocasiones menos es más. El director de cine y guionista Darcy Van Poelgeest plantea algo muy grande, una guerra de proporción global que lleva varias décadas en marcha para, paulatinamente, mostrarnos un conflicto mucho más personal y, llegado el momento, incluso íntimo. El guionista se vale de esto para acercarnos con meticulosidad a cada uno de los personajes y enseñarnos los diferentes matices que perfilan la pisque de cada uno. Aunque también es cierto que desde el primer momento queda bastante claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. Un contraste que va más allá de los personajes y que principalmente podemos observar en el mundo distópico y futurista en el que transcurre la acción. Mientras en el Imperio Estadounidense, irónicamente, creen en la tecnología más avanzada, sobre todo en armas de guerra, la Resistencia Canadiense se las apaña, sobre todo, con arcos, flechas y dagas, aunque tampoco hacen ascos a una buenas bombas o a las armas de fuego. Mientras los habitantes de los Estados Unidos se hacinan en grandes megalópolis que parecen mausoleos en los que se busca la sangre más pura, los ciudadanos de Canadá hallan refugio en pueblecitos escondidos en lo más profundo del bosque y recogen con gusto a cualquier persona con modificaciones corporales o a seres con mutaciones. En cierto momento, en Little Bird el misticismo, la magia y las fábulas que los ancianos cuentan a los niños nativos entrarán en la órbita de colisión de la particular guerra santa de un hombre ávido de poder, de la redención de otros y de la terrible verdad que esconde el origen de la protagonista. Mientras, seremos testigos de la eterna historia de colonizadores que, con el pretexto de civilizar, se dedican a expoliar tierras, riquezas y vidas. Darcy Van Poelgeest también nos deja el mensaje filosófico, aunque en forma de fantasía onírica, sobre la concepción cíclica de la historia y como el miedo puede llevarnos a ese eterno retorno de errores.

Si en algo sobresale de forma magistral Little Bird es en su apartado visual. El ilustrador Ian Bertram, con ese estilo que insinúa el de Frank Quitely pero de aire más grotesco e incluso underground, nos transporta a un mundo que tiene un poco de Mad Max, que se muestra tan fantástico como Arzach de Moebius y que mezcla con el mismo acierto que Nausicaä del valle del viento la espiritualidad y la ciencia. Pero aunque Ian Bertram (al igual que cualquier otro dibujante) tiene sus influencias, su dibujo está rubricado con ciertas particularidades que lo hacen inconfundible: rostros con ojos desproporcionadamente grandes de mirada intensísima, diseños de personajes meticulosos y muy detallistas (algo de agradecer en un cómic de ciencia ficción de este calibre), texturas que hacen que casi podamos ver todos los granos de arena del desierto o que podamos tocar las nubes y, sobre todo, esa forma de retratar la violencia. Little Bird goza de bastantes escenas donde la sangre salpica las viñetas e incluso llega a marcar un recorrido, donde las tripas se derraman y los miembros son cercenados con precisión o donde las vísceras son parte de un complejo entramado que conforma una maquinaria mitad biológica mitad artificial. Es curioso ver como Ian Bertram es capaz de convertir lo gore en algo bello que goza de armonía. Aunque todo lo anterior se quedaría a medias sin la acertada forma de emplear el color (con predilección por la paleta de colores pastel) que tiene Matt Hollingsworth.

En resumidas cuentas, Little Bird (en una estupenda edición gracias a la editorial Nuevo Nueve) mezcla de forma equilibrada la ciencia ficción más extrema, distópica y atrevida con el misticismo de corte fantástico de los pueblos indígenas. Un cómic que retrata de forma minuciosa los contrastes entre dos sociedades opuestas pero que se detiene en enseñarnos las historias pequeñas, privadas e íntimas.

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