Llamadme Alejandra, de Espido Freire

Llamadme AlejandraLa protagonista de esta obra, su entorno y su tiempo constituyen sin duda une escenario atractivo para una novela, la certeza de su destino y el papel que juegan en el imaginario colectivo logran que una parte del camino ya esté andada antes de abrir el libro. Alejandra Fiodorovna, la última zarina, sería por tanto una protagonista excepcional de una novela histórica al uso, algo que desde luego no es Llamadme Alejandra, lo que habla muy bien del valor de la autora que no se limita a escribir un texto con baile, lujo, amor, intrigas y sangre aprovechando que quien más quien menos conoce parte de la historia y sabe del trágico destino de los protagonistas, Espido Freire se deja abducir por Alejandra (es reseñable la profundidad psicológica de su retrato) y cuenta su historia, la historia de una mujer triste, en primera persona. El relato en primera persona tienen un riesgo evidente, el de resultar parcial, pero la autora logra transmitir la diversidad desde la particularidad. Verlo casi todo mirando desde unos ojos. Ayuda sin duda que son unos ojos muy particulares, unos ojos extranjeros en un país que sienten suyo del que obtienen muchas cosas, sin duda, pero la popularidad no es una de ellas.
La voz narrativa es necesariamente original puesto que debe ser la de una protagonista con unos condicionantes muy particulares. Su educación es, en todos los aspectos, diferente, por no decir antagónica de la de su entorno. En una corte dada al exceso, ella es tímida, austera y celosa de su intimidad. Fue una mujer sumamente impopular, incluso odiada por su pueblo, una extranjera en un país que precisamente entró en guerra con el suyo de origen, lo que sumó a su condición de foránea la de enemiga. La sensación que transmite Llamadme Alejandra es la de una mujer que creó una burbuja, su familia, en la que estar relativamente a salvo un ambiente hostil, lo que paradójicamente aumentó su impopularidad y sin embargo no dejó de convertirla en una mujer triste. Llama la atención la sencillez de la voz protagonista, sin duda un aspecto más de la identificación que logró la autora con su protagonista, en contraste con la complejidad de la situación que con ella se logra transmitir.
Las relaciones familiares y sociales también tienen un lugar muy destacado en la obra, singularmente entre las primeras su abuela, la reina Victoria, y entre las segundas Rasputín, un personaje siempre misterioso. Pero sobre todo son sus hijos y la relación con su marido, el zar, las que dan sentido no ya a la novela, que también, sino a la vida de la protagonista. Una relación entrañable en tanto que llena de amor, sí, pero sobre todo en cuanto que se mantiene frente al mundo. El tono familiar y desenfadado en el que se retrata a estos últimos Romanov (uno no espera leer que a Nicolás II le llamen Nikki, pero en su contexto es incluso lógico) redunda en esa empatía que tanto y tan bien genera la novela. Y tiene su mérito, ver a los protagonistas en su ámbito familiar más íntimo consigue que veamos a una familia que era todo menos normal como si lo fuera. Hay también fragmentos de diarios de las hijas que abundan en esta sensación. Sin embargo la realidad se abre paso como algo relativamente lejano pero muy presente, que se sabe que está ahí pero que la protagonista, aunque preocupada y tratando de influir en ella, no logra ver de otra manera que como algo ajeno a su inmutable realidad.
Y la forma en que la realidad se hace finalmente presente es brutal. Narrativamente inesperada pese a que se espera desde la primera página.
Lo que me gusta especialmente de Llamadme Alejandra es que, pese a ser un relato en primera persona de un personaje histórico que evidentemente interesa a la autora, quien reconoce haber tardado quince años en dar forma a la novela, no es un panegírico, no se trata de una reivindicación personal ni histórica sino de un retrato personal, íntimo. Espido Freire no juzga a Alejandra, el personaje históricamente controvertido que fue será igualmente complejo y contradictorio, literariamente hablando, a ojos del lector. Puede que tras leer el libro su idea sobre ella cambie o se mantenga, pero en cualquier caso será la suya.
La constante tensión entre el tono sencillo e incluso desenfadado con el que la protagonista recuerda su vida a sus hijas en los últimos días de su reclusión en contraste con la gravedad del momento histórico es un motor narrativo de primer orden. El atractivo de una mujer triste que vive contra su entorno, de una familia que vive contra su destino, hace el resto. A mí nunca me ha interesado especialmente la familia Romanov, aunque sí su contexto histórico, sin embargo el inteligente enfoque de la autora ha logrado que disfrute enormemente con este libro.

Andrés Barrero
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@abarreror

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