Reseña del libro “Llueve en la taza”, de Henrik Nordbrandt
Hablo de ti
y me es difícil hacerlo.
Así es que hablo de que hablo de ti
cuando hablo del otoño, de telarañas tan delicadas
como perdidas en los surcos por novias olvidadizas
de las pesadas gotas del rocío bajo el tardío sol vespertino
y más tarde de las largas sombras sobre la explanada
de la tormenta que sacude las copas de los tilos
ya antes de que yo empiece a hablar de las estrellas
(…)
de todo esto, de todo esto que habla de ti
y de lo que es tan difícil hablar.
Así te hablo a ti.
Hacía muchísimo tiempo que no empezaba una reseña con una cita, pero esta vez no he podido resistirme. No me ha costado nada en absoluto poner la cursiva y plasmar palabra a palabra lo que me he encontrado dentro de este libro. Sin embargo, lo que sí que me ha costado ha sido decidir cuál era el poema que debía ser retratado. Porque más que un deseo, se trataba de una obligación. Un deber que me empujaba a compartir contigo, lector, un trocito de este poemario que tantísimo me ha gustado y que difícilmente voy a borrar de mi memoria. Y eso que eso es algo que sucede con tremenda facilidad.
El caso es que me va a resultar imposible olvidar Llueve en la taza y, más concretamente, la preciosa forma de escribir de Henrik Nordbrant, porque me ha calado tan hondo que me han entrado unas ganas tremendas de descubrir más escritores daneses, tan desconocidos para mí hasta la fecha. Me ha gustado esta forma de decir mucho con pocas palabras, de no bordear, de no adornar, de saber qué es lo que quiere que el lector lea y, espera, que interprete. Me ha fascinado la capacidad de decir mucho con poco y la seguridad de saber que, con esas pocas palabras, es más que suficiente.
Será esta suficiencia nórdica, esta seguridad, lo que me ha cautivado del autor danés. Quizás sea porque estoy más acostumbrada a leer otro tipo de poesía, más redundante, más avariciosa y mucho menos atrevida. Quizás sea ese el motivo por el que me hallo cautiva ante sus palabras. Y no es para menos, pues dicen que menos es más y, a veces, incluso en la poesía, esa es una teoría acertadísima.
Una de las cosas que más me han gustado de Henrik Nordbrant es que me ha dejado formar parte de su intimidad sin ser yo consciente de que él mismo estaba abriendo la puerta que nos separaba. Él se ha encargado de derribar el muro interpuesto entre nosotros, solo que no lo ha hecho con un martillo ni con una bola de demolición; lo ha hecho con un cincel. Un cincel pequeñísimo y diminuto, que no hace ruido pero que agrieta y agujerea como el mejor de los taladros. Y gracias a ese cincel ha ido destrozando los ladrillos que nos separaban, sin darme yo cuenta, sin permitirme darme cuenta de lo que estaba ocurriendo. Solo cuando ya era demasiado tarde para volver a levantar esa pared, él se ha tomado la molestia de explicarme qué estaba ocurriendo.
Así me he sentido yo leyendo Llueve en la taza. Poética sin serlo, enganchada sin estarlo, y tranquila como nunca. Seguro que también gracias a la impecable traducción de Francisco J. Uriz y a las ilustraciones de Kike de la Rubia. Una mezcla perfecta para un resultado perfecto. Pocos piropos más se me ocurren para este libro que, ahora sí que sí, me ha abierto la puerta a un género nuevo que por nada del mundo voy a dejar escapar jamás.