Federico García Lorca es el poeta español más leído en el mundo, y yo no conozco ni uno solo de sus poemas. La poesía, en general, me da pereza, me abruma, no me atrevo, y es una de mis eternas cuentas pendientes, un punto rojo en mi expediente de lectora voraz. Pero en el caso de Lorca me siento aún más culpable, no solo porque sea nuestro poeta más reconocido, sino porque sus obras teatrales me han maravillado. La casa de Bernarda Alba, Yerma o Bodas de sangre reflejan la psicología femenina y las opresiones sufridas con una profundidad extraordinaria, de la que solo es capaz aquel que tiene una sensibilidad y habilidad fuera de lo común. Por eso quiero leer al Lorca poeta, de verdad que quiero, aunque postergue el momento una y otra vez. Al ver la novela gráfica Lorca, un poeta en Nueva York supe que era la lectura perfecta para conocer un poco más del célebre poemario y, quizás, liberarme al fin de mis últimas reticencias.
Lorca, un poeta en Nueva York es una novela gráfica de Carles Esquembre, un músico y dibujante valenciano de treinta y un años. A partir de materiales y testimonios de la época, Esquembre narra el viaje que el poeta granadino hizo a Nueva York. Las ilustraciones, en blanco y negro, son de trazo cuidado y ricas en detalles. Además de ser un placer recrearse en ellas, es posible sentir las emociones de Lorca y la magnificencia de la ciudad sin ni siquiera leer los diálogos. Visualmente es una delicia, pero es que la historia que cuenta —la de una época y la de un hombre excepcional— es cautivadora.
El viaje a Nueva York, con la excusa de aprender inglés, fue trascendental para la vida de Lorca y también para la historia de la poesía universal. En esta novela gráfica se cuenta ese viaje mostrando el lado humano de Federico García Lorca: sus obsesiones y miedos, su creatividad y mirada artística y crítica de cuanto le rodeaba. En Nueva York, esa gran ciudad en la que en solo «tres calles cabe toda Granada», presenció desde el levantamiento de los edificios más emblemáticos —el Chrysler estaba en plena construcción— hasta el crack del 29 y sus «ríos de sangre y oro»; se adentró en Harlem, «el auténtico Broadway», e incluso se saltó la ley seca en numerosos bares clandestinos. Conocemos Nueva York a través de sus ojos, siendo la urbe la otra gran protagonista de esta obra, como no podía ser de otra manera, y sus infinitos rascacielos contrastan con el pequeño Lorca. Pese a todo, él es el punto de luz en el plano de una ciudad «mecánica, deshumanizada y cruel», con una «geometría y angustia» que le inspiraron para crear el poemario que le daría fama mundial. El joven artista necesitaba huir de la etiqueta de poeta gitano, de su estilo localista y folclórico, y Nueva York le sirvió para coger perspectiva de su país (una España dominada por Primo de Rivera), tomar conciencia de un mundo muy diferente al suyo y del fin de una época, e incluso pronosticar su fatal desenlace.
Lorca no quería que el mito trascendiera al hombre, pero su prematura muerte no le dio alternativa. Sin embargo, esta biografía gráfica de Esquembres consigue que el hombre eclipse al artista para rendirle el homenaje que merece como tal. Pero como en Lorca parece imposible la disociación entre ser humano y artista, Lorca, un poeta en Nueva York es también un homenaje a la obra que le da nombre. Su lectura sirve para que los conocedores del poemario lo relean con nuevos ojos y para que el resto de lectores deseen adentrarse en él sin demora, sobre todo si ya disfrutaron de sus obras localistas, y comprobar cómo esos versos rompieron todas las etiquetas que encorsetaban a Lorca. Carles Esquembres nos hace ver, sentir y entender cómo Lorca escribió ese retrato atemporal de la ciudad que nunca duerme y por qué supuso «un grito para los que se quedan sin aliento». Así que, como este joven dibujante ha acabado con todas mis reticencias respecto a leer de una vez por todas Poeta en Nueva York, he de agradecérselo recomendado esta, su primera novela gráfica, una lectura imprescindible para los admiradores de nuestro poeta más universal.