Los aires difíciles, de Almudena Grandes
Somos seres movidos por el viento. Veletas que giran sin sentido y que se pierden por los caminos que un destino azaroso ha querido ponernos enfrente. Nos movemos por inercias, por sentimientos, por huidas que se convierten en persecuciones, por abandonar nuestro mundo y construir otro nuevo. Y por si eso fuera poco, el viento, ese viento que se mete en los huesos, en el cerebro, que nos provoca el escalofrío final, ese que sube desde la médula espinal y que no te abandona salvo en la muerte. Será el viento el que nos haga sufrir, el que nos conmueva, el que nos haga descubrir a una persona que sufre como nosotros, pero a la vez que busca la mano que tiende la suerte, la pasión, la humanidad, refugiándonos en un cuerpo distinto, que se convertirá por efecto del viento en una extensión del nuestro. Así es como Los aires difíciles nos convierte en pequeños pañuelos que, removidos por la corriente, se juntan en el mismo mar, en un océano plagado de hombres y mujeres como nosotros que, experimentando los mismos efectos del viento devastador, de esa masa de aire que remueve el cielo y la tierra, sienten que su vida merece un descanso, un pequeño paréntesis, para que todo vuelva a restablecerse, a ser lo que era, o simplemente, a convertirse en algo completamente distinto.
Juan y Sara son dos desconocidos que se instalan en una urbanización de la costa gaditana. Arrastran con ellos secretos que quieren guardar, un pasado del que intentan huir. Y así, como el viento que azota, se verán removidos por el presente que siempre busca fisuras para que el pasado pueda entrar a su voluntad.
La mejor novela de Almudena Grandes. Sí, he empezado fuerte, pero la apuesta estoy seguro de ganarla. Hace un tiempo, cuando yo todavía no sumaba tantas lecturas a mis espaldas, y mis dioptrías no habían aumentado con riesgo de no ver lo que hay a unos pocos centímetros de mi cuerpo, tuve una de esas revelaciones en forma de lectura que lo cambió absolutamente todo. Fue Los aires difíciles, con su inicio sosegado, con su introducción que nos pone en situación y que nos revela, ya cuando empieza el primer capítulo, que estamos ante algo grande, ante una de esas historias que hay que leer sentado, reposando bien las palabras, porque hay algo que se va a meter en nuestro interior y que no nos va a dejar escapar por mucho que lo pretendamos. Me sucede con pocas escritores y siempre lo digo, pero es que con la Grandes, con esta mujer, no soy objetivo, no puedo serlo, porque desde esta misma lectura, desde que me impregné con la historia de estas dos personas que se buscan pero no se encuentran, que se pierden a ellos mismos sin remedio, para dejarse llevar por el viento que sólo trae desgracias, ya no hubo un mañana en el que no echara de menos encontrarme con ellos una vez terminada su historia. La última página, ese gran enemigo de todo lector que intenta que su lectura no se acabe nunca, que sea eterna, que contenga un secreto que la haga seguir durante toda una vida. Ese es el aire, y no difícil precisamente, que exhala esta novela desde sus páginas.
Y a pesar de ello escribo una reseña, de esas reseñas que son fáciles de escribir porque las palabras salen solas, porque no hay mejor tesoro que poder escribir sobre una novela como Los aires difíciles y que ese recuerdo de evasión, de estar fuera de la realidad, de haber visto con mis propios ojos esa urbanización, haber escuchado esos secretos, haber paseado por la infancia de los protagonistas, vuelva a mí con toda su fuerza. Produce turbación que Almudena Grandes consiga ese efecto en mí. Turbación y orgullo, un orgullo sano de esos que producen cosquilleo, de esos que nublan el juicio de la alegría que produce que una obra te haya llegado a lo más hondo, te haga coger aire, aguantarlo durante unos segundos y soltarlo después, con calma, sin aspavientos, rememorando en todo momento lo que te hizo sentir. Pero lo repito: no soy objetivo. No hay necesidad de serlo. Vivo cada día como si fuera una lectura, como si un libro nuevo se abriera ante mí y me hiciera visitar otras ciudades, conocer otras personas, pero sólo una, sólo esta novela, hace que después de tanto tiempo vuelva a pasear por la costa gaditana, oliendo, saboreando, degustando aquellos placeres y desengaños que la literatura da y quita en una misma lectura. Y así, a lo largo de toda una vida, recuperamos aquello que consiguió llegar a un corazón que, de tanto latir, es posible que acabara fatigado.
Una novela maravillosa, que se deja leer, que se deja saborear, degustar lentamente…
Besotes!!!