Pensaréis que pierdo el culo detrás de todo libro en el que aparezcan destacadas las palabras vampiro, Drácula, Transilvania, vurdalak, strigoi, estaca o todo lo relacionado con ese palo. Pero no. Soy muy selectivo, creedme, y he tenido que leer mucha mierda para llegar a desarrollar el fino sentido de la intuición literaria a la hora de distinguir a la legua el oro del guano en lo que a nosferatus se refiere.
El esfuerzo e inversión en tiempo ha merecido la pena pues no hay mayor placer que beber una copa… (de vino no), a la luz de las chorreantes velas de un viejo candelabro mientras suenan uno tras otro el Requiem de Mozart, el de Ligeti, el Ave Satani de Goldsmith o los tristes y tétricos acordes de la banda sonora que Wojciech Kilar compuso para el Drácula de Coppola, mientras te adentras y te pierdes en la lectura de un buen libro de chupasangres.
Pues eso es lo que he conseguido con Los archivos de Van Helsing. Un libro que va más allá del libro de vampiros. Un libro que ha masturbado mi cabeza, literalmente. Porque ha cogido no solo a Drácula, el vampiro por excelencia, dándole un pasado en el que ha mezclado la realidad histórica del voivoda valaco con la ficción, sino que ha logrado integrar en él el libro de Stoker y ha sabido seguir a partir de él de forma brillante-orgásmica dotando al príncipe (pues ese es su título real y no el de conde) de algo más profundo que el ser un mero ente maligno: he visto en este Drácula la personificación del Diablo, del Mal con mayúsculas, como nunca en ningún otro libro dedicado a él. Un villano inteligente, estratega, maquiavélico, guerrero, gobernante y también un cabronazo sádico, cruel hasta lo inimaginable, todo un hijodeputa con sus enemigos o con los pobres desgraciados que le miren por encima del hombro o le falten al respeto. Cuidadín con él.
“Tras haberle servido como sacerdote durante más de sesenta años, he llegado a la convicción de que Dios no existe, porque nunca he encontrado rastro alguno de su existencia. En cambio, sé que existe el diablo, porque lo he conocido personalmente.
De hecho, conocer personalmente al diablo es una especie de tradición familiar para los Van Helsing.”
Es este un libro que trata mayormente del mal, pero también de la naturaleza humana, del miedo a ser libres, de los sistemas de gobierno (socialismos, democracias, dictaduras, tiranías,…) y de lo perdido que se encuentra el hombre desde que viene al mundo.
La historia está muy bien trabada y construida (quiero suponer que en un claro e intencinado homenaje a la novela de Stoker) mediante la recopilación de cartas, recortes de prensa, emails y memorándums que el padre Abraham Van Helsing (¿soy el único cuyo rostro no puedo desvincular del de Anthony Hopkins?) sacerdote, ha conseguido de su padre, abuelo, tatarabuelo (llamados con el mismo nombre)… reconstruyendo así un árbol genealógico que siempre ha confrontado al dragón.
Desde el horror nazi, a las guerras napoleónicas, pasando por las luchas contra los turcos y la crisis económica de 2009, toda la trama es un flashback, con intervalos de momentos más o menos cercanos al presente en donde se van desgranando casi sin querer ni darse uno cuenta, pedazos de historia europea en la que, por si fuera poco, Xavier B. Fernández logra meter como si nada, sin calzador aparente, con mucho tino y de una u otra manera, personajes como la condesa sangrienta, (Erzsébet Báthroy), Napoleón, Víctor Frankenstein, Conan Doyle, Oscar Wilde, Bram Stoker, Hitler, Ceaucescu, Bela Lugosi antes de ser Bela Lugosi… y los engarza en un engranaje que se ajusta como picha a culo a un argumento tremendamente enganchante, absorbente y en ocasiones metaliterario.
Los archivos de Van Helsing es una novela de vampiros muy bien escrita e ideada, pero es más que eso, mucho más. Es una lección de historia y un tratado de política, economía y naturaleza humana. Un estudio del mal y la crueldad, de los gobernantes y los gobernados, tan hipnótico que una vez empezado no podrás abandonar, como si el mismísimo príncipe te hubiera atontado para ello. Sus 530 páginas, y sus cinco siglos, me los he bebido, sin dejar ni una gota, en tres días de luna llena.
Xavier B. Fernández compone un villano con un par de cojones, con infinito respeto al universo creado por Stoker y también con una enorme labor de documentación para que todo cuadre, para que todo fluya sin obstáculos, como la sangre por las venas. Apostaría un bigote genízaro a que se ha divertido de lo lindo escribiendo el libro, finalista en 2017 del Premio Fernando Lara.
Un libro especial, de lo puto mejor en su género, que va a ocupar un hueco importante en la estantería dedicada a él porque me ha pajeado la mente a base de bien. Recomendabilísimo tanto si os gusta como si no.