Reseña del libro “Los brotes negros”, de Eloy Fernández Porta
Qué complicado es a veces hablar de según qué libros (no mientas: de todos). Qué vas a poder decir tú que no haya dicho ya el autor (que al final es quien importa), qué vas a poder decir tú que no haga daño al texto, que pueda ser necesario, que sirva de algo. La respuesta es clara: nada. Pero algo hay que decir, porque para eso estamos aquí. Así que nada, esto es Los brotes negros, la primera incursión de Eloy Fernández Porta en los ‘nuevos cuadernos anagrama’.
El texto que acompaña al título ya nos da algunas pistas del tema sobre el que vamos a leer: «En los picos de ansiedad». Y es que en eso se centrará el libro, en una apertura en canal del autor para enseñarnos ese ascenso a lo hondo del que hablaba José Ángel Valente en alguno de sus poemas. Al principio del libro, en una especie de rápido travelling por la Barcelona actual, se puede leer que ese inicio no es más que un intento de recorrido por «los días oscuros de mi zona céntrica». Vale, en ese momento habla del centro de Barcelona, pero coged esa frase como si hablara de sí mismo. Eso es el libro.
Por las páginas de Los brotes negros nos encontraremos con un amor perdido (¿la causa de esos brotes negros? Yo no lo sé), con un autor ya reputado y con nombre que es expulsado de un museo en el que ha colaborado en varias ocasiones al ser confundido con un yonqui, con un catálogo impresionante de medicamentos («un feligrés de las farmacéuticas»), con gritos, crisis fuertes, ideas suicidas. Él, que se ve como «un residuo de la industria cultural», se y nos llenará de preguntas acerca del origen de su sufrimiento. Porque eso sí, aquí Eloy Fernández Porta nos hablará de él. Sí, nos llevará por su habitual espíritu crítico ante la sociedad del momento, la cultura, el mundo, pero siempre de dentro hacia fuera. Y es por eso que veremos puñetazos y bofetadas contra sí mismo, que veremos miedos a ser rechazado, apartado, olvidado; miedos, en definitiva, a ser quien se dice que eres sin saber tú mismo quién.
Leía anoche el post de un autor también de Anagrama en el que hablaba de cierto libro de la editorial Cabaret Voltaire, y allí se preguntaba si era necesaria tanta crudeza, que seguramente sí y que sería imposible evitar las pesadillas de aquella noche. Yo estaba terminando Los brotes negros y me dije «Víctor, parece que lo hayas publicado tú». ¿Es necesaria tanta crudeza? No lo sé. Tampoco sé por qué leemos estos libros (¿Como botes salvavidas? ¿Como avisos ajenos de derrota? ¿Como libromancia de un futuro que a nosotros aún no nos ha llegado?). Porque es eso de lo que quería hablar al principio. Yo, que nunca he vivido episodios como los que se relatan en Los brotes negros, me veo que en los últimos meses he leído Un perro rabioso, Maelstrom, Yoga, El duelo es esa cosa con alas o Por si las voces vuelven. Pero al fin y al cabo, qué necesidad hay de preguntarse estas cosas. Leemos y punto.
Como dije hace unos días por Twitter, el Eloy Fernández Porta más crudo. Crudo y necesario. Un claro reflejo de lo que hay, de lo que podemos ser, de lo que quizá, en el fondo, somos. Un cuestionamiento en poco más de cien páginas del yo, porque, como se pregunta el autor en alguna de las páginas del libro: «¿Yo soy propiamente mi droga?». ¿Lo es? ¿Lo somos?