Acabé de leer Los caminos de la luz el pasado 13 de diciembre, Día de Santa Lucía, la patrona de la vista. Y justo al día siguiente era el aniversario del fallecimiento de mi tío, que nació ciego. Un cúmulo de casualidades que ha hecho que la lectura de esta biografía novelada de Louis Braille, el inventor del sistema de lectura y escritura táctil que abrió las puertas del conocimiento a las personas invidentes, fuera aún más personal.
Como no pude conocer a mi tío (falleció cuando yo era muy pequeña), siempre lo he tenido idealizado por las historias que me contaban de él. Según mi abuela, él solito cogía el autobús y se iba a la ciudad para vender sus cupones, de los que se sabía todos los números de memoria, y además hacía las cuentas más rápido que nadie. Yo, que me pierdo hasta siguiendo el Google Maps, que no soy capaz de retener en mi cabeza secuencias de números y que me tiro minutos para hacer un cálculo simple, siempre he admirado que mi tío, en medio de su oscuridad, se desenvolviera con más soltura que yo en tantos ámbitos. Como no puedo ni imaginarme cómo es vivir privado del sentido de la vista y me pesa tanto no haber tenido la oportunidad de que mi tío me lo explicara, leer Los caminos de la luz, de Coia Valls, se convirtió en una necesidad vital para mí. Y, afortunadamente, ha cumplido mis expectativas.
Coia Valls se remonta al otoño de 1812 en Coupvay, cuando el benjamín de los Braille, con tan solo tres años, tuvo un accidente con un utensilio del trabajo de su padre y se quedó ciego. Rompiendo todos los pronósticos, el pequeño demostró su capacidad de adaptarse al entorno y su inteligencia, por lo que tiempo después decidieron internarlo en Instituto Nacional de Jóvenes Ciegos de la ciudad de París, para que aprendiera todo lo posible, dadas sus circunstancias. La vida en aquel instituto no fue fácil —Coia Valls nos hace sentir el frío, la enfermedad, el hambre—, pero Louis Braille había venido al mundo para sobreponerse a cualquier adversidad, y no desaprovechó la ocasión de empaparse de las ideas que otros ya estaban gestando para conseguir que los ciegos accedieran al conocimiento. Así, poco a poco, fue perfeccionando el alfabeto definitivo, que permitiría a los invidentes escribir y leer por sí solos, es decir, dar un paso gigantesco para ser respetados y valorados como personas capaces. Bautizado como braille en su honor, hoy en día es un sistema de lectura y escritura mundialmente conocido.
Los caminos de la luz no es solo la biografía de Louis Braille, sino el reconocimiento a todas aquellas personas que contribuyeron a su logro. Y también es un retrato de la Francia de aquella época, especialmente convulsa. Se nota que Coia Valls se ha documentado sobre cómo eran las calles, los hábitos, las tensiones políticas y sociales; pero es que también lo ha hecho sobre el mundo de los invidentes, haciéndoles esas preguntas incómodas que la mayoría no se atreve a decir en voz alta. No podía ser de otra forma si quería escribir un libro honesto y valiente, a la altura del hombre que homenajea. Un libro necesario para acabar de una vez por todas con las barreras y prejuicios que aún perduran, esos que Louis Braille empezó a derribar hace casi dos siglos.