Los cansados, de Michele Serra
La nueva generación. Que nace, crece y se reproduce. Como todas, como ninguna. Y un nuevo sentimiento, que parece indisoluble. La apatía. Ese cansancio que sabe a derrota, o a simple dejadez, que construye el abismo que existe entre unos y otros, entre los llamados viejos y los jóvenes, entre dos generaciones que están destinadas a no entenderse. Ellos se miran, pero no se reconocen. Se observan, se analizan, pero no logran encontrar un punto en común. La juventud frente a la vejez. La generación perdida frente a las generaciones luchadoras. El “tenerlo todo” frente a “tener por lo que luchar”. Una sensación que parece una tormenta a punto de estallar. Y un desencuentro, una mirada lejana que separa y nunca une. La forma de ver, de escuchar, de tocar. O la falta de ello, que de todo hay. Los cansados puede ser una novela, pero en el fondo va por otros derroteros. Por caminos que son más una radiografía, un estudio pormenorizado de lo que son los jóvenes hoy en día, no todos, afortunadamente, pero sí en general, que es lo que preocupa. Un cansancio que llena los ojos, la piel, y que hace que permanezcan sentado en el sofá, abducidos por la televisión y la música, que amansa y no violenta, que deja los instintos dormidos. Dos imágenes diferentes: la de un padre que lo intenta todo, la de un joven que no intenta nada. Y así una carretera, dos coches en sentido contrario, que en un momento determinado se cruzarán, pero no podrán verse. Porque sólo hay una opción para juntar los destinos: chocar a lo kamikaze. Dos edades que se estudian, pero que no acaban de aprehender los contenidos. Y un sólo presente que se mezcla con un futuro que, no hay que olvidarlo, resulta bastante oscuro.
Hay una especie de conversación que, entre los que son de mi generación, se reproduce cada vez que unos cuantos amigos nos juntamos: la juventud de hoy en día está anestesiada. Unos intentamos dar razones para evidenciar que eso no es así (15M, Plataforma contra los desahucios, y un sin fin más de movimientos que han surgido) y otros siguen en sus trece, pensando que la sociedad, la de hoy en día, está abocada a no ser crítica con lo que les ha tocado vivir. La desesperanza en su estado más crudo. Y hay algo en la literatura que da esa especie de visión catastrófica, pero desde un punto de vista tan sincero que a veces asusta. Los cansados, ya desde su título, refleja perfectamente lo que se está viviendo en los últimos tiempos: la sensación de cansancio que hay en nuestros jóvenes. Esta es la historia de un padre que habla consigo mismo, que intenta hablar con su hijo adolescente, que permanece tumbado en su sofá, silenciando todo lo demás con su Ipod y que no tiene interés por nada que no tenga que ver con la televisión o comprarse una sudadera en concreto. Es así como nos evidencia Michele Serra que algo se hace mal, y que tenemos que estudiarlo, que analizarlo, que ver nuestros propios errores para enmendarlos de alguna manera, o por lo menos para hacer saltar una pequeña chispa, que puede no acabar en incendio, pero a lo mejor consigue hacer saltar el resorte necesario.
Yo, considerado un elemento más de la “generación perdida”, he observado en Los cansados una especie de hermandad entre hombres, un modo de darnos a conocer lo que vivimos, lo que estamos destinados a vivir con nuestros jóvenes, si solamente pensamos que son ellos los que tienen que actuar y nosotros no hacemos nada. Michele Serra contribuye a alargar la sombra de la apatía, de ese nihilismo que caracteriza una época y una generación que, de no cambiar, contribuirá a que este mundo se vaya a la mierda, así, sin miramientos, sin utilizar palabras que endulcen lo que vemos día a día en las aulas, en las casas, en los trabajos, aunque no en todos, y esa es la salvación que nos decimos a nosotros mismos. Pero aquí hay mucho más. Porque en esta novela, que no lo es como tal, ya lo he dicho, hablamos de las relaciones entre padres e hijos, de una sociedad en permanente cambio, de las ilusiones de no cometer los mismos errores que ya nos costaron la falta de libertad que, ahora, parece que estamos repitiendo, y también de las verdades de un padre sobre su hijo, sobre todos los hijos que son un reflejo de lo que les enseñamos, y que nos olvidamos que forman parte de nuestra vida. Ellos están cansados, pero nosotros no lo estamos menos. Exhaustos de luchar por un futuro que parece negro, y que para ellos ni siquiera supone una preocupación. ¿Estamos haciendo mal? Lo estamos. Pero la literatura, como en la vida, ayuda a verbalizar aquello que nunca se dice por miedo a que, irremediablemente, se haga verdad.
Hola, me interesa el tema, aunque me parece (por el prólogo) que estigmatiza un poco la mirada de la juventud…habría que leerlo (no dejo de pensar que transito esta etapa, pero tengo un sentimiento encontrado y es el del punto de negatividad donde se paró la autora) y me parecería también importante mencionar, y atender, que es lo que hace que este “desencuentro kamikaze” se de…y si vale la pena escuchar porque el joven está en el i-pon y que responsabilidad tienen los adultos con esto también.
Saludos.
Martín.