Los capullos no regalan flores, de Moderna de Pueblo
Capullo, dícese de aquel espécimen masculino del que se está enganchado, pero del que piensas que no puede ser verdad lo que te acaba de decir, hacer, o recriminar. En nuestra vida, hay muchos capullos que se esconden cual tigres de bengala detrás de los matorrales esperando cazar a su presa. Así que, ¿cómo identificarlos? Hay varias opciones, veámoslas: como si de un safari se tratase, coger una escopeta e ir aspirando el aroma a capullo hasta dar con él y ¡pam!, asunto resuelto; poner una trampa como la del queso para los ratones y ¡paf!, seguro que caen como moscas; ir a un terapeuta para que nos diga lo que estamos haciendo mal (aunque al final de mes nuestro bolsillo se vea tremendamente mermado) o, por el contrario, leer “Los capullos no regalan flores” y darte cuenta de que en un mundo de capullos, en un mundo donde hasta el más tonto hace relojes con las dos manos, en un mundo donde que te digan que te quieren parece lo mismo que decirte “pásame la mantequilla”, lo más importante es no perder nunca el sentido del humor y darte cuenta que si ellos no quieren más que sexo y rock & roll, tú puedes aspirar a encontrar alguien al que cuando le digas que te gustan las flores no te conteste que el cementerio está lleno de ellas.
Pasen y vean, pasean y vean. Un recorrido por los capullos más extendidos de la faz de la Tierra. Si después de leer se dan cuenta que uno es su pareja, lo siento, no se les devuelve el dinero, al fin y al cabo, la labor social ya está hecha.
Cortar por lo sano. Moderna de Pueblo debió pensar algo así cuando se juntó en su vida con tanto capullo suelto. Decidió contarlo y aquí la tenemos para que nos ilumine el camino. ¿Una gurú del siglo XXI? Puede que exagere, qué sé yo. El caso es que después de recorrer laberintos emocionales y darme cuenta que en mi vida lo único que ha habido han sido capullos con el suficiente encefalograma plano como para no entender que amor no es igual a echar un polvete en el bar de una discoteca, acabé leyendo este “Los capullos no regalan flores” para divertirme, para entender que aquello que yo creía algo excepcional, a saber: ¿Qué narices he hecho yo para merecer esto?, resulta que no lectores, que ahí fuera, ahí en el mundo universal, en el mundo globalizado, resulta que hay más gente que se tropieza con idiotas integrales y que se queda con una cara de asombro tal ante lo que están viendo y sintiendo, que casi son como esos pacientes con síndrome de Estocolmo, que saben que no les están tratando bien, pero oye, que así tan bien se sienten a gusto. ¡¡ERROR!!. Pero si algo hay que saber, y eso es gracias a este libro, es que reírse de uno mismo es tan importante y libera tanta tensión (muscular y de la otra, que no todo va a ser sexo) que aunque sea sólo por ese pequeño rato ya merece la pena abrir y leer las desventuras (o aventuras arriesgadas en algunos casos) de nuestra protagonista y su camino por la ciudad una vez abandonado su pueblo.
Si tienes un capullo a mano, puedes exterminarlo. Dicho así suena que estoy incitando a la violencia, pero no, no se trata de ir como en “Un día de furia” cargándose a todo bicho viviente. Lo que yo estoy diciendo, es que hay que aprender a ver las señales (al fin y al cabo, los capullos y los fantasmas se parecen más de lo que yo creía) que nos ofrecen. Por ejemplo: ¿que en una conversación él habla y habla y habla sin parar de sí mismo dejándote decir una sola frase como, qué sé yo, “hola”? Pues ese es un capullo y hay que alejarse. ¿Que te dice lo mucho que te quiere pero que después nunca te dice para quedar porque está muy liado? Pues ese es otro capullo del que no sólo tendrías que alejarte, sino al que le tendrías que comprar una agenda para que sepa administrar su tiempo. Y así es como Moderna de Pueblo ve a los hombres. Y quizá yo también, porque eso de ser un perro del hortelano, que ni come ni deja comer, qué queréis que os diga, nunca ha sido lo mío.
“Los capullos no regalan flores” es lo que la risa a un chiste muy bueno, es lo que sería las sábanas a una cama bien hecha (o deshecha, ya me entendéis, ejem ejem), en definitiva, es una visita obligada para reírte del mundo, de ti mismo, y después, tirar de la bomba y decir que ya está bien que los capullos conviertan tu vida en una mierda, porque para saber vivir tu vida, ya estás tú.