Reseña del libro “Los chicos”, de Toni Sala
Ya lo dijo (creo) Harold Bloom. Si un autor no escribe en una lengua de las consideradas dominantes, nadie o casi nadie lo conocerá (¿era algo así?).
Pues esto es verdad.
Pero solo es verdad a medias.
Y me explico.
Primero. Para mí (y sé que también para usted), la buena literatura, los libros con calidad, aquellos que te dejan poso, que te golpean, te vuelan la cabeza o aquellos que recordarás durante bastante tiempo por el placer que te proporcionó su lectura, esos libros siempre tendrán una (otra) oportunidad. A pesar de la infamia del mercado, esos seguirán vivos. Crecerán o volverán a nacer, según se mire.
Segundo. Un ejemplo de esto que digo es que al escritor Toni Sala, uno de los autores contemporáneos más importantes de las letras catalanas, con más de 20 años de carrera a sus espaldas y algunos premios (de los serios) en su haber, sí que lo conocen fuera (de Cataluña). Porque a Toni Sala lo han traducido al inglés (en 2014) y, entre otros idiomas, también al croata (¡sí, joder, al croata también!).
Tercero. Sin embargo, (y más allá de una traducción al castellano de alguna de sus novelas menores que ya nadie puede encontrar, aunque quiera), a Toni Sala no lo conocía ni la madre que lo parió más acá del río Ebro. Doy fe. Hasta este año, claro. (2022, recuerde). Y todo por obra y gracia de la gente de Trotalibros, otra editorial independiente que está ayudando a intentar nivelar el naufragio.
Y cuarto. Ahora saque usted sus propias conclusiones.
De momento, la mía o la que yo quiero exponer aquí es que Los chicos es un libro sobresaliente (algo que, tratándose de literatura nacional, ya es para abrirse unas botellas de vino y beber a morro y gritar y tal). Porque, teniendo en cuenta las aburridas mamarrachadas históricas, los cutres clanes familiares, las aventuras mortadelianas post/pre/o durante la Guerra Civil, los amores empalagosos, cutres e inverosímiles que nos enseñan sus “costuras” (ja-ja y otra vez ja) o los fuegos artificiales post modernistas de los que se creen el hijo bastardo de Don Delillo a los que nos tiene acostumbrada la mayoría de la prole literaria patria, Los chicos es, sin ninguna duda, OTRA COSA. Es tan (tan) otra cosa que no parece que sea de aquí (y esto es, si uno lo piensa y viendo cómo está el patio, de lo mejor que podrá decirse del libro dentro de unos años).
Esta es una novela oscura, sórdida y violenta. Brutal. Pero también es profunda, inteligente y reflexiva. Un libro de personajes reales, humanos, imperfectos, dolientes, contradictorios y, por eso mismo, tan bien construidos. Un libro que se centra en los sentimientos que nos produce la muerte y lo que esta puede dejar tras ella (que es, básicamente, soledad, abandono, miedo, olvido y desesperación). Un libro que une con maestría la tragedia del otro con la tragedia propia. Y esto, tan difícil, Sala lo hace con una estructura coral sumamente original y llena de oficio.
En Los chicos, dos jóvenes adolescentes, hermanos y muy conocidos en el pueblo de Vidreres, pierden la vida trágicamente un accidente de tráfico a las afueras del pueblo. A partir de ahí, a través de 4 personajes muy distintos y al antojo de esa prosa calculada, tensa, a veces fría, a veces explícita y a veces lírica del autor, daremos vueltas en torno a estos grandes temas de la literatura. Y todo ello, con el decorado realista de la crisis económica, que también va haciendo trizas cualquier vida con la que se cruza, igual que la muerte hizo con la de esos dos jóvenes de Vidreres.
Aquí hay corrupción, pobreza, prostitución, desempleo, estafas bancarias y un trágico accidente como fuente de emisiones retroalimentándolo todo. Un cóctel narrativo lleno de capas veladas y con un final fabuloso y explosivo. Un libro lleno de negrura que pone delante de nuestros ojos los mecanismos y las formas que suelen adoptar las sombras más oscuras que esconde un ser humano cuando está lleno de espanto, rabia y dolor.
Con Los chicos termino una nueva y breve (y, menos mal que controlada y esporádica) incursión en cierta actualidad literaria nacional.
Tras la aventura solo queda decir que la cosa, por desgracia, sigue igual que la última vez.
Pero como uno había elegido muerte, al final esta nos llevó a Toni Sala.
¡Pues oiga, ni tan mal!
(Y por si no nos vemos antes por estos lares y no coincidimos en las sucias barras de bar de Madrid, qué usted se la pegue padre estos días.
(Y, por supuesto: no haga ni caso a ninguna Lista de libros del Año de Mierda.)
(Sobre todo si esa lista es mía).