Los corruptores, de Jorge Zepeda Patterson
Un disparo. A plena luz del día, en una habitación con ventanas resquebrajadas. Un tiro en la sien de esos que resquebrajan cualquier tipo de emoción, con violencia, con esa violencia que permanece impune porque se mira para otro lado cuando ocurre. Un sonido que corta el silencio que reinaba en las calles, salvo el de algún coche que pasaba por allí, pero que no detiene la vida de los que giran alrededor. La bala que entra y sale, que quita una vida, que atraviesa el cerebro y deja a su paso algo más que vísceras. La muerte en su estado más puro. Una muerte de la que todo el mundo hablará, pero a la que nadie querrá poner culpables. Las consecuencias de querer callar, de querer que se olvide, porque lo que una vida puede quitar, es infinitamente menor que lo que una muerte puede llevar aparejado. Otro disparo, esta vez para confirmar lo que ya era evidente antes. Y un libro, Los corruptores, que es como esa bala, la que expulsada de la pistola con un objetivo fijo, envuelve al lector en lo que aquel silencio que dejó el proyectil nadie quiere que sepas. Esto no es un cuento para niños, es una novela donde los malos intentan ganar, a toda costa, a pesar de ti, de mí, de todos nosotros. Y esto es sólo el comienzo de lo que sucede, porque lo que sigue te hace sentir escalofríos. Un disparo. Qué devastador puede ser sólo un disparo.
Pamela Dosantos, mujer de amplios muslos y embajadora del amor para los políticos más conocidos de México aparece salvajemente asesinada. Tomás, un periodista hastiado con su vida, escribe una columna sobre dicha muerte en la que aparece un dato que hará que su vida cambie para siempre y sea perseguido por alguien que quiere silenciarle. Pero será entonces cuando empiece la batalla, junto a sus antiguos amigos, Los Azules, en una carrera por encontrar al asesino la mujer y destapar la red que hay detrás de dicha muerte.
Nunca he sido muy aficionado a considerar a un autor el sucesor de nadie. Me parece arriesgado, a la par que innecesario, contribuir a crear mitos por el simple hecho de que su historia pueda recordar a otras. A Jorge Zepeda Patterson se le ha comparado recientemente con Stieg Larsson y aunque no dudo de lo fundada de la comparación, diría que no estoy del todo de acuerdo con ello. A decir verdad, diría que su estilo, que su historia, que su novela, no tiene nada que ver con aquella que suscitó tanto interés hace unos años. Pero, ya que uno tiene que ceñirse a lo evidente, diré que, para mí, siempre para mí, este autor ha conseguido superar con creces al sueco con esta Los corruptores. ¿Es difícil? Puede que para algunos lo sea. Puede incluso que con el simple hecho de haber pronunciado esta frase algunos se interesen por el libro y lo compren en nuestra librería online. Pero el hecho evidente es que estamos ante una historia como pocas, como esas historias clásicos en las que cada dato, cada pequeño detalle, es relevante a la hora de formarnos una idea de aquello que el autor ha querido contar. Es fácil suponer, por tanto, que aquellos que disfruten de las novelas policíacas descubrirán un nuevo exponente que ha tardado mucho en llegar, que incluso diría que tendría que haber escrito varias novelas mucho antes. Pero vayamos por partes, que aquí hay mucha tela que cortar.
Uno de los principales aciertos es contextualizar la historia de Los Corruptores en México, lugar donde el narcotráfico campa a sus anchas, donde los políticos no juegan a la política, sino a la doble moral, al juego del silencio como cobro de favores. Y despunta esta novela por una razón muy evidente: la corrupción, esa palabra que leemos en cada uno de los periódicos con los que nos despertamos cada mañana, se refleja aquí con toda la crudeza que puede suponer para la gente de a pie. Pero lo que importa realmente es la historia criminal, el grueso de esta historia de amigos que se reencuentran en un momento crucial de sus vidas. Porque de lo que aquí se trata es de encontrar a un asesino, a la persona que apuntó con el dedo pero no apretó el gatillo, que fue demasiado cobarde para hacerlo por sus propios medios, y que baja un peldaño más en la miseria humana. Quizás me encuentre frente a una de esas novelas en la que cada uno de los personajes se encuentran tan bien estructurados que, cada uno a su manera, despierta un sentimiento contradictorio en el lector. Sus acciones, sus pensamientos, sus sentimientos, son una continua batalla en la que el espectador, vosotros y yo, nos vemos inmersos y ante los que intentamos desentrañar cuáles son las razones para dichos comportamientos. Eso es de lo que trata la lectura, de conseguir con unas líneas crear un personaje de la nada y Jorge Zepeda Patterson es un maestro en la materia (y, recuerden, es su primera novela). Aquí nadie es lo que parece ser.
Por lo tanto, alejémonos de comparaciones. El autor no es otro autor, es él mismo, es como ese disparo del principio de esta reseña, es esa bala que se incrusta en nuestros cerebros y no nos abandona hasta que no hemos cerrado su última página. ¿Quién es el culpable? En realidad lo somos todos cuando miramos para otro lado ante las injusticias. Vosotros, yo, cualquier desconocido, Jorge Zepeda Patterson, somos culpables de lo que nos pase, y en este caso es disfrutar como niños de una historia negra y violenta sobre lo que es el mundo hoy en día y sobre lo que podría ser si no hubiera un cambio profundo. Eso es así, y las balas lo único que pueden hacer es silenciar por momentos lo que es ya un clamor que se convertirá en grito airado.