Desde siempre me han gustado las historias narradas en primera persona por el personaje protagonista, tanto en literatura como en cine y televisión. Hablo de aquellas en las que el narrador nos hace partícipes de todos sus pensamientos y sentimientos, por insignificantes o banales que estos sean. Cuando este tipo de obras están bien elaboradas, algo que, por desgracia, no siempre sucede, hacen que empatice fuertemente con el protagonista, por mucho que sus vivencias tengan poco o nada que ver con las mías. Quizás El guardián entre el centeno es la novela que mejor se adapta a lo que comento, ya que tuve la fortuna de leerla en un momento en el que mis dudas existenciales eran enormes; el testimonio de Holden Caulfield me ayudó, si no a superarlas, sí al menos a sentirme acompañado en esos momentos, lo que creo que es una de las mayores virtudes que puede tener un libro.
Addison, el protagonista de Los criminales de noviembre, no es Holden, por mucho que parte de la crítica haya tendido a asociar a ambos personajes. En lo que sí se asemejan ambos es en la forma de contar lo que les ocurre en sus primeros años de juventud: desnuda, sincera, directa y con un sentido del humor muy particular. A partir de ahí es cuando comienzan las diferencias. El protagonista de Sam Munson es un chico resabiado y pedante, con una personalidad muy fuerte y con la firme convicción de que sabe más que nadie de la vida a sus dieciocho años. Sus principales pasatiempos son el tráfico al por menor de marihuana y la lectura de La Eneida —en latín, claro—. Sé que esta descripción no invita a encariñarse mucho con este chico, pero el autor es hábil a la hora de lograr que acabemos cogiendo simpatía a lo que en el fondo solo es un joven que busca sentido a su vida.
La trama se centra en la investigación que emprende Addison para descubrir quién ha asesinado a Kevin, un compañero de su instituto. Lo que comienza como simple curiosidad —el protagonista y el chico asesinado ni siquiera eran amigos—pronto se convierte en una obsesión para él, lo que le lleva a dedicarse en cuerpo y alma, junto a su «no novia» Digger, a localizar pistas que les puedan ayudar a esclarecer los hechos, lo que les causará no pocos problemas.
Pero, como comentaba, el núcleo de este tipo de novelas es el propio narrador y me atrevería a decir que en ésta la importancia de la personalidad de Addison es muy superior a la media. La manera en la que cuenta lo que le ocurre y lo que se le ocurre, ligeramente desordenada pero cargada de detalles, me atrajo desde el principio, así como otros recursos que a medida que avanza la novela se van haciendo familiares, como sus continuas interpelaciones al lector para llamar su atención o sus tiras y aflojas con Digger para mantener su pacto de no noviazgo. Al final, o al menos es mi impresión, la trama queda en un plano muy secundario y creo que dependerá mucho de cuánto le atraiga a cada lector Addison como personaje para que este libro le acabe gustando o no.
En lo que a mí respecta, Los criminales de noviembre me ha parecido un trabajo entretenido y original, que tal vez flaquea en su ritmo narrativo pero que lo compensa con un personaje tan bien construido como el irritante y entrañable Addison. Y soy de los que nunca se cansa de este tipo de seres.