Si hay algo que no soporto en las novelas de adolescentes es la manida obligación de imponerles la salvación del mundo. Ponerlos bajo el foco para que hagan frente a los problemas de los demás. Y es que es una falta de tacto por parte de cualquier autor olvidar la verdadera guerra de todo joven entre los 13 y los 18 años. Decidir qué hacer con el mundo no es un problema que les atañe a estos protoadultos. Al menos, no de momento. Zombis, vampiros, inmortales y dioses paganos. Todo esto debe esperar hasta que uno sepa cómo estar bien consigo mismo. Y aunque tardes en saber quién eres y qué puedes ofrecerle al mundo, hay que llegar a ese punto si quieres ejercer de héroe. Es la regla básica en la que todo escritor de novelas juveniles debería trabajar. O aprenderla directamente de Patrick Ness y sus libros. Porque este señor pone a todo adolescente en su sitio y nos deja mirar por un momento desde dicha perspectiva. No es banal y no es redundante. Y encima en cada nueva incursión narrativa se permite la licencia de ofrecer algo nunca visto hasta la fecha. ¿Estoy siendo confuso? Cuando tratamos con jóvenes rebeldes todo lo es.
Los demás seguimos aquí son dos historias capaces de complementarse pero que casi no llegan a coincidir. Hay un ejercicio de metaespectadores que puede sorprender a cualquier lector desprevenido pero que funciona a las mil maravillas. Todo parte de la divergencia entre los elegidos y el resto de la población juvenil. Los primeros conforman un grupo inferior pero destinados a estar siempre en el ojo del huracán. Desde que reciben el nombre de nacimiento ya están abocados a enfrentarse a un sinfín de amenazas que ponen en peligro la vida tal y como la conocemos. Y después está la masa uniforme de alumnos de instituto. Esta no es la historia de los elegidos. Esta es la visión de esos extras que pululan por los pasillos entre clase y clases y notan en el aire que algún tipo de apocalipsis se está fraguando en algún lugar mientras llegan tarde a la próxima clase de química. Y es que mientras que a los primeros les arrancan el corazón, a los segundos se lo rompen la capitana de las animadoras. Mientras los primeros tragan la sangre de un dios, los segundos se provocan el vómito del almuerzo para domesticar sus cuerpos. Mientras que los primeros luchan contra el despertar de los muertos, los segundos lidian con el despertar de una sexualidad que no saben reconocer como propia. Aquellos que no disfrutan de esa importancia capital en el devenir de los acontecimientos se contentan con acabar el día salvándose así mismos de las inseguridades propias de la edad. ¿Magistral? Sí.
Decía antes que Patrick Ness deposita aquí algo que nunca había visto. Porque otros autores me han acostumbrado a sentarme en la primera fila de la batalla definitiva del bien contra el mal, pero ninguno ha tenido la osadía de contar lo que sucede en la butaca que tienes justo a tu derecha. La historia de lo anodino a la sombra de lo increíble merecía la pena ser contada y Ness ha asumido el reto. La estructura que utiliza para ello es, cuanto menos, sorprendente. Mientras que cada capítulo se inaugura con una entradilla que te pone al día de esa guerra que los elegidos están llevando a cabo, el resto del capítulo narra los desencuentros de un grupo de jóvenes normales que indagan en los problemas propios de la edad. Ambas líneas argumentales se van tocando tangencialmente, pero en realidad entendemos desde muy temprano el muro que separa ambos mundos. Así como la importancia de darle el valor necesario a cada parte. Y es que me quedé igual de paralizado ante el despertar de un ciervo zombi como con el reconocimiento de que es posible tener 17 años y sufrir de depresión por ser incapaz de saber qué quieres de la vida y sus múltiples posibilidades. ¿Lo mejor de todo? Que esta novela no te obliga a elegir qué historia quieres escuchar esta noche. Porque ambas tienen cabida.
Después de un tiempo, todo empieza a tener sentido. Después uno se ríe del ridículo que hizo en el baile de fin de curso. Pero en su momento todo importa y todo da miedo. Mientras el poder que nos da la juventud es el de engrandecer lo que sentimos y lo que llegamos a vivir, el poder de la madurez es el de la bendita relatividad. Ambas capacidades son igualmente útiles para sobrevivir. Ambas nos enseñan de qué pasta estamos hechos y cuánto somos capaces de soportar. Y lo mejor de todo es que esta novela nos ayuda a sobrevivir a dicha transferencia de poderes. Patrick Ness concibe un relato sobre la madurez y sobre lo extraordinario que se vive en primera y en tercera persona. Otorga atención a lo que sucede fuera y dentro de nuestras cabezas y asume que ser joven es la mayor aventura que cualquiera podría imaginarse vivir. Aunque dicha gran aventura tarde en arrancar, aunque parezca que nuestro papel sea pequeño o prescindible. Espera aquí y verás.