Reseña del libro “Los dioses analfabetos”, de Manuel Espinal
Hay novelas que suponen todo un viaje. Los dioses analfabetos te extiende una mano imaginaria con un billete de ida hacia lugares, tanto físicos como mentales, a los que no esperabas ir. Un libro que al abrir sus páginas te susurra, como las sirenas a Ulises, viejas melodías venidas de otros continentes y siglos. Una historia en la que quedarse a sentir y ser, por mucho que a veces duela. Sin duda, una novela con sello propio, original e inesperada la que nos regala Manuel Espinal.
Siempre me repito con este asunto, pero no puedo evitarlo. No hay nada que me guste más que los poetas que escriben novelas. Me fascina reconocer su voz lírica en otros géneros, percibir ese sentimiento único que nace de la poesía convertida en prosa. Porque siempre hay algo de poesía en sus textos. Esto es lo que le ocurre a Manuel Espinal, autor nacido en Don Benito y finalista del premio Ciudad de Badajoz con su poemario Un alma de noche. Hay tanto de esa voz poética en esta novela que la convierten en algo muy especial.
Situada en un mar cálido y salvaje, el Paraíso, la isla donde el botánico Alasdair Barrie pasó una temporada, es el lugar a donde volver. Un lugar donde saberse libre y sin ataduras. Con esa idea en la cabeza y, tras la muerte de su esposa Edith, Alasdair se embarca con sus tres hijos en el Enitharmon, dejando atrás Escocia y cualquier rastro de civilización. No viajan solos, a bordo del barco, además del resto de pasajeros, está la señorita Cora, una joven francesa a la que Alasdair contrata como institutriz de los niños, dispuesta a deja atrás la civilización para ir al final de mundo a cuidar de unos chicos que no son suyos.
Así, los dos adultos y los tres niños, Bridget, Maud y Hamish emprenden un viaje hacia aquel lugar del que tanto les había hablado su padre. Un lugar en el que ser los dueños de su tiempo y de su vida, algo que en Glasgow es impensable. Una travesía extenuante, en la que el cielo sirve de brújula y el sonido de una trompeta triste ameniza las noches que prometen un mundo nuevo.
Ya en la isla, aquel paraíso al que Alasdair arrastra a todos convencido de que es la mejor de las ideas, la ansiada promesa adquiere nuevos matices. Es imposible revivir lo que ya fue, solo queda reinventar el presente.
Alternando los diarios de Alasdair y las narraciones de su vida en la isla, Manuel Espinal nos lleva a un viaje al centro mismo de los personajes. Bien elaborados, con sus luces y sus sombras, sumisos y maquiavélicos. Todos ellos encuentran su lugar en el lector, si bien Maud, la niña disconforme ha entrado de lleno en mí mientras leía este libro.
Qué maravilla de personajes. Qué prosa tan cuidada y delicada la de Manuel Espinal. Qué delicia de libro Los dioses analfabetos. No es que el autor nos proponga un viaje al Paraíso, es que consigue llevarnos a él y al límite de nosotros mismos, del lenguaje y de la certeza, del bien y del mal. Imposible no caer rendida ante los pies de esta primera novela de Manuel Espinal.