Los dioses muertos (Canto de Prometeo), de José Antonio Fideu Martínez

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Es raro que tome notas cuando leo un libro con vistas a su reseña. Muy raro. Como mucho lo que suelo hacer es subrayar algunas frases o párrafos que me parecen especialmente significativos o representativos del tono o del tema del libro. Es raro que tome notas cuando leo un libro, pero con este lo he hecho. Porque no quería dejarme nada en el tintero, a pesar de que algo me dejaré, consciente e inconscientemente.

Los dioses muertos es un prodigio literario que sabía que iba a leer en cuanto leí la sinopsis, y que calificaría dentro de un género que no sé si existe pero que aquí está: la ciencia ficción mitológica. Así, como suena. Con un par bien puesto. Un libro que se sirve de los mitos, personajes y dioses griegos para darle unas cuantas vueltas y catapultarlo a un nivel narrativo, e incluso filosófico, de proporciones épicas mediante una trama que no te suelta desde que te engancha en las primeras páginas.

Mientras estaba leyendo el libro me recorría una extraña sensación de ignorante felicidad que rápidamente pude equipar con la que sentí de pequeño, cuando en TVE 1 emitían la peli Furia de Titanes (la de 1981 con Harry Hamlin como Perseo y con Ray Harryhausen a cargo de los efectos especiales). Igual. He estado leyendo una historia que creía que iba a sonarme a conocida, y en parte lo es, pero que no ha hecho sino sorprenderme para bien.

Los dioses muertos es una enorme analepsis con forma de oda, un cantar compuesto a su vez por 53 pequeños capítulos (denominados también cantares) que describen el auge y caída de Prometeo, de la mano de su amigo Cleón.

No hace falta saber de mitología clásica para disfrutar de la aventura que aquí se nos ofrece, pero conviene saber (o refrescar) que según la mitología griega, (la canónica) Prometeo roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. El fuego, como símbolo de sabiduría o de progreso que hace avanzar a la humanidad, y Prometeo, como figura que desafía a los dioses e intenta igualarlos a los hombres.

El paralelismo con el Prometeo de Los dioses muertos va a ser claro.

Los monstruos aparecen en Grecia, sobre todo, cuando acecha el aburrimiento. Cíclopes, minotauros, hidras y tifones, quimeras y demás plagas surgen como setas en un otoño cálido y lluvioso cuando los hombres comienzan a bostezar.

Los dioses se aburren y para salir del aburrimiento buscan héroes que luchen y ganen guerras para mayor gloria de ellos. Prometeo ha destacado en el campo de batalla y ha sido elegido por los dioses olímpicos para ser el héroe de turno. Como si de un videojuego se tratara, cada  victoria que el nuevo favorito logra es como una subida de nivel y es recompensado con dones: mayor fuerza, velocidad, capacidad de sanación rápida…

En cuanto a las batallas, no solo las tiene contra los salvajes (que son todos aquellas tribus que viven en condiciones penosas en una Tierra devastada, fuera de la fortificada y edénica Grecia y que se empeñan cíclicamente en atacarlos para disfrutar ellos también del agua que sale sin esfuerzo de las fuentes, de los campos verdes, de la lluvia que no quema, de la tecnología…) sino también contra monstruos nuevos pero también viejos conocidos.  Sin ir más lejos, tendrá que vérselas con un Minotauro y se valdrá para ello del truco del hilo de Ariadna que ya es famoso de los tiempos de Teseo.

Mitos reciclados y bien aprovechados, como el de Ícaro y Dédalo también.

Los griegos creen. Sobre todo, creen. Pensar viene después. Dudar, casi nunca.

Y es que al principio Prometeo no dudará de las buenas razones de los dioses y buscará tanto servirlos como obtener gloria. Esa gloria de la que siempre es esclavo el héroe y por la que tanto arriesga.

El libro se divide en dos partes, Mythos y Logos, bien diferenciadas y explicadas con esas solas palabras. Por una serie de circunstancias que no conviene decir, llegará el momento en el que Prometeo dude, y ese será el comienzo de su desgracia.

Personalmente siempre he tenido clara dos cosas sobre los dioses griegos y su mitología: la primera es que si el pichabrava de Zeus no lo fuera tanto, la mitología griega se vería reducida a la mitad o más. La segunda es que los dioses muchas veces se comportan como niños caprichosos que manejan a los hombres a su voluntad, que castigan muy injustamente acciones tontas y que además las castigan en inocentes que no han tenido ninguna culpa.

Aquí a Zeus solo se le nombra, pero Atenea… Atenea es una auténtica zorra. Con todas las letras. Una auténtica cabrona que no sabe aceptar una negativa porque está acostumbrada a salirse siempre con la suya hasta que Prometeo se rebela.

Esta es la razón de todo, el dilema sin solución que nos ha traído hasta aquí: Prometeo piensa que debe matar a los dioses. Pero no como idea filosófica ni anhelo poético entre estrofas de un cantar. Piensa en matarlos de verdad, Y, al hacerlo, espera liberar al hombre de la peor tiranía.

Y este será el objetivo de Prometeo. Matar bien muertos a los puñeteros dioses que usan a los humanos como juguetes en sus divertimentos.

Hay mucha miga en este libro. Pero que mucha. Y, cómo avisé, me dejo también mucho que contar, pero creo que decir más es decir demasiado y el lector tiene derecho a sorprenderse de la misma manera que hice yo.

El libro también me ha recordado a Ulises 31, la serie de dibujos animados de los ochenta y es que los trirremes y otras embarcaciones marinas no surcan los mares, ¡sino el espacio!

Por si fuera poco la portada y la edición son de auténtico lujo.

Los dioses muertos es una pasada de libro que pasa a formar parte de lo mejor del peor año sin discusión. Un libraco que no puede perderse nadie que se consideré amante de la mitología, la fantasía, del revisionismo o, en general de las buenas historias y que se devora con fruición, como el turrón fuera de temporada.

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