Estudié Traducción e Interpretación en Granada hace casi diez años. Elegí esta carrera porque siempre me gustaron los idiomas, la gramática, la semántica y todo lo que tenga que ver con las lenguas. Desde pequeña siempre sacaba excelentes notas en las asignaturas de lengua castellana y lengua extranjeras, así que fue más o menos sencillo encontrar mi vocación. Sin embargo, si me preguntasen ahora, no sé si volvería a elegir la misma carrera. No por falta de amor a las lenguas, sino porque a lo largo de estos años he desarrollado un poco de amor-odio hacia la Traducción en mayúsculas. Ha resultado ser una profesión en la que no he conseguido encontrar mi hueco y es un poco frustrante. He trabajado, esporádicamente, para algunas agencias traduciendo tediosos manuales y folletos. He tenido que lidiar con tarifas ridículas y fechas de entrega absurdas y todo para hacer un trabajo que no me llenaba. Quitando un par de traducciones de poemas portugueses, el resto ha sido trabajo, como os decía, tremendamente aburrido y poco valorado. Siempre he preferido la traducción literaria, pero supongo que me rendí demasiado pronto. Me dediqué a la enseñanza, que me resulta bastante más gratificante. Alguna vez acepto una traducción que me llega, muy de vez en cuando, pero el beneficio es irrisorio y aprendí hace ya mucho que ejercer la traducción como única profesión es prácticamente una quimera.
Después de leer Los enemigos del traductor: elogio y vituperio del oficio, de Amelia Pérez de Villar he vuelto a tener sentimientos encontrados con respecto a esta profesión. Este libro de Amelia me ha hecho recordar por qué elegí estudiar esta carrera, pero también me ha hecho indignarme por todo aquello que ocurren entre bambalinas y que, por desgracia, tan solo los traductores conocen. Y qué queréis que os diga, me da mucha rabia.
Pero ya está bien de hablar de mí, me gustaría ahora presentaros a Amelia, porque para los que no seáis traductores, me temo, su nombre no os sonará mucho. Amelia Pérez de Villar lleva más de treinta años ejerciendo esta profesión y Los enemigos del traductor: elogio y vituperio del oficio es un libro escrito desde la experiencia que dan los años. En él, Amelia recoge tanto artículos publicados en diversas revistas de traducción como otros inéditos, en los que habla sobre todo lo que conlleva este oficio tan invisible. Tengo el libro tan subrayado y lleno de anotaciones que no sé ni por dónde empezar.
El trabajo de un traductor no es que sea importante, es más bien necesario. Por mucho que estemos en la era de la comunicación y de las tecnologías, jamás Google Translator podrá realizar el trabajo de un traductor humano. Dense una vuelta por un bazar chino, por poner ejemplo, y disfruten con las traducciones de los productos. Esto, claro está, en una escala menor, imaginaos el crimen que se perpetra contra un libro cuando esto sucede. En el sector editorial las cifras de libros traducidos que entretienen a los lectores en España son muy altas. Ahora, please, que levante la mano quien pueda nombrarme a tres traductores. Cara de póker, ¿verdad? Quitando a los consabidos traductores famosos, que suelen ser escritores célebres, la mayoría de nosotros, lectores empedernidos, no somos capaces de nombrar a los traductores de los libros que leemos. ¿A quién le echamos la culpa? En este caso, en la traducción literaria, deberíamos culpar a las editoriales. Y es que, aunque desde hace varios años muchas editoriales se han decidido a incluir el nombre del traductor en la portada, aún queda mucho trabajo por hacer. Por ello, Amelia decidió comenzar la campaña @credítAME, con el objeto de visibilizar la figura del traductor, ya no solo en las portadas de los libros, sino en las reseñas, en las citas y artículos. Y aquí voy a entonar un mea culpa: ¿cómo puede ser que siendo traductora no haya citado ni un 2% de las veces a los traductores en mis reseñas? Increíble la invisibilidad de esta profesión. Gracias, Amelia, por abrirme los ojos, porque a partir de ahora citaré siempre al traductor en mis reseñas.
En torno a una profesión tan oculta, señalada y vituperada, a la que, supuestamente, cualquiera puede dedicarse, Amelia realiza unas excelentes reflexiones en Los enemigos del traductor: elogio y vituperio del oficio, sabiendo bien lo que se dice. Traductora para editoriales como Fórcola, Galaxia Gutenberg, Capitán Swing, Páginas de Espuma o Impedimenta y de autores consolidados como Robert Louis Stevenson, D’Annunzio, Buzzati, Emily Brontë y otros autores actuales, Amelia conoce bien los entresijos de su profesión y los desenmaraña con la voz de la experiencia y el rigor que requiere en este maravilloso libro que tanto he disfrutado.
Leer a Amelia ha supuesto, como os decía al principio, todo un encuentro de sentimientos. Como dice la autora, se es traductor para toda la vida y yo no voy a dejar de serlo por mucho que esta profesión me cabree tanto a veces. Leed este libro, seáis o no traductores, améis o no los idiomas, porque si sois lectores de los de verdad, todo lo que cuenta Amelia también os atañe. Y además, escribe de maravilla.
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