Hay libros hermosos, en los que si nos ponemos a subrayar una frase que nos parece especial, esta puede convertirse en una línea continua de principio a fin. Pero cuando esos libros cuentan historias tristes, su lectura nos deja una sensación extraña. Su belleza nos inunda y su dolor nos vacía, y los terminamos hechos pedazos, tratando de recomponernos de esa implosión emocional. Eso me ha pasado a mí con Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.
A través de cuatro relatos interconectados —«1939, Primera derrota o si el corazón pesara dejaría de existir», «1940, Segunda derrota o el manuscrito encontrado en el olvido», «1941, Tercera derrota o el idioma de los muertos» y «1942, Cuarta derrota o los girasoles ciegos»—, el autor recorre el campo de batalla, las cárceles de los sentenciados a muerte, los escondites de los desaparecidos, las escuelas y las casas de una España que fingía que todo lo ocurrido en la guerra civil había caído en el olvido en cuanto la fusilería había dejado de resonar en las calles.
Alberto Méndez me ha oprimido el corazón con sus palabras vívidas y certeras, trasladándome a esa época y haciéndome sentir la desolación de los derrotados con toda su crudeza. Y los derrotados no son solamente los que perdieron la guerra. Esa es la perspectiva obvia, tantas veces vista; pero en este libro se dejan a un lado el blanco y el negro y se profundiza en los grises, única forma de retratar con autenticidad algo tan complejo como la naturaleza humana y la tragedia de una guerra. Porque el derrotado no siempre es víctima y el vencedor no siempre gana.
Los girasoles ciegos son cuatro formas de entender la derrota, cuatro maneras de morir en vida y, sobre todo, un lúcido retrato de un periodo y de una sociedad que, pese a los ochenta años transcurridos, a día de hoy aún no ha cerrado el proceso de duelo porque, desgraciadamente, este nunca llegó a existir. Por eso, y por la soberbia escritura y extrema sensibilidad de Alberto Méndez, esta lectura provoca un varapalo emocional. Y por si este no fuera suficiente, la edición especial de Edelvives complementa la obra con las ilustraciones de Gianluigi Toccafonda. Dotadas de una gran expresividad facial, incluso cuando opta por los trazos más toscos, plasman a la perfección el clima desolador de los relatos. Su magnífica propuesta artística se disfruta tanto como acompañamiento del texto como contemplándola de forma independiente.
Para mí, Los girasoles ciegos es una lectura indispensable y esta edición, una joya para cualquier biblioteca. No me cabe duda de que esta obra de Alberto Méndez será un clásico de la literatura española, si no lo es ya, aunque apenas hayan pasado trece años desde su publicación. Porque la atemporalidad de sus palabras, tan bellas y tan dolorosas, seguirán causando estragos en los corazones de los lectores por mucho tiempo que pase. Y es que no solo habla de una guerra, sino de todas; y no solo de un puñado de hombres derrotados, sino del sentimiento de pérdida que ha marcado y marcará tantas existencias.