“Los guardianes del Louvre”, de Jiro Taniguchi
Recuerdo que una vez, de pequeño, en una de las frecuentes veces en las que caía enfermo, llegué a tener tanta fiebre que me levanté de la cama porque empecé a delirar y a ver algo… No me invento nada. Estuve un buen rato dando vueltas alrededor de la cama porque me seguía una cosa verde pero transparente. Era como el fantasma glotón de Cazafantasmas (y la película llegaría unos años después. Sí, sé lo que estáis pensando: soy un visionario…), pero sin cara ni brazos y solo hacía eso, seguirme. No volví a ver esa cosa nunca más, pero para mí –y por lo visto, sólo para mí– fue una visión clara, tan clara que todavía me acuerdo.
Pues bien, en el cómic que hoy nos ocupa, un dibujante japonés –el propio autor– tras un viaje colectivo con otros dibujantes, decide quedarse en París para visitar los museos antes de volver a Japón. Sin embargo, en la habitación del hotel, solo y en tierra extranjera le acomete la fiebre y a esta se le unen unas pesadillas. Al día siguiente, algo recuperado, decide dar un paseo y llega hasta el Louvre.
Sabía que iba a haber mucha gente, pero lo que se encuentra ahí es una marea de gente y unas colas impresionantes que rebasan sus expectativas, por lo que una vez en el interior siente tal agobio que solo piensa en buscar un ala menos concurrida antes de que el mareo que empieza a sentir se haga más intenso y se arrepienta de haber abandonado el hotel estando todavía enfermo.
Pero, de repente, el museo se vacía de gente, o casi. Porque a su lado aparece una mujer vestida con los ropajes típicos de la Princesa del caramelo de fresa y le explica que en el Palacio del Louvre habitan unos guardianes.
Será así como guiado un día por uno, otro por otro, recorrerá el museo y no solo el museo, sino parte de la historia del arte (conversa con Van Gogh, observa pintar a Corot,…) y del propio museo, (en particular la historia del traslado de obras de arte durante la II Guerra Mundial para salvarlas de los bombardeos nazis). Vamos, lo que nos pasa a cualquiera de nosotros cuando vamos a un museo.
Los guardianes del Louvre es un tomo precioso y grande (sus 136 páginas se editan en formato cartoné con unas medidas de 21,6 x 28,6 cm.) y se publica en el sentido de lectura japonesa sin que esto sea mayor problema. Es una edición la de Ponent Mon cuidada en extremo. Casi podría decirse que de lujo.
Sobre el dibujo (preciso, limpio, y colorido) debo destacar el de los paisajes y de las arquitecturas de París así como la propia arquitectura del museo, tanto interna como externa. Hay alguna página dedicada por completo a la escalinata que es una delicia. Se agradece también que el cómic sea en color.
La historia es fácil y rápida de leer y tiene un final emotivo, (en la línea de Taniguchi) que aclara todo el porqué de la ¿ensoñación o realidad? del protagonista.
Sinceramente, Taniguchi es uno de los mangakas que más sigo porque siempre cuenta historias que hablan de las cosas cercanas de la vida: familia, amistad, comida, animales… (aunque no lo haga de una forma muy ortodoxa, como en Barrio Lejano o Cielos Radiantes) y no es fácil en ocasiones reprimir la lágrima (Tierra de sueños es el ejemplo que me viene ahora mismo a la mente: cuatro o cinco historias de humanos con mascotas, desde su llegada al hogar hasta su muerte). Leer a Taniguchi es como ver esas películas en las que el protagonista tiene la oportunidad de enmendar su pasado antes de que sea demasiado tarde, y de paso el lector también.
Los guardianes del Louvre es un relato íntimo, preciosista, tranquilo y bien construido, que gustará a los aficionados a las artes, pero también a cualquiera que no lo sea.
¿Qué más puedo decir? Buena historia, muy buen dibujo y estupenda edición.
Si todavía no has leído nada de este grandísimo autor, Los guardianes del Louvre es una buena oportunidad para iniciarte.