Vivimos en una sociedad mucho más igualitaria que décadas atrás. Hoy en día, las discriminaciones por género, clase social o raza son hechos esporádicos que saltan a los titulares de unos medios de comunicación que se escandalizan ante conductas tan retrógradas. Nadie está sentenciado por nacer hombre o mujer, rico o pobre o blanco o negro, porque todos tenemos la libertad de decidir nuestro destino. Así que si mañana me dijeran que me voy a reencarnar en una mujer, diría que sin problemas, que ya tengo años de experiencia; incluso si me tocara ser mujer, pobre y negra, firmaría. ¿Vosotros no?
Por si no ha quedado claro, pretendía ser irónica. Eso de que vivimos en una sociedad igualitaria nunca me lo he creído del todo, pero leer Los huesos de Louella Brown y otros relatos me ha convencido aún más. Su autora, Ann Petry, mujer negra de clase media nacida en 1908, nos narra cinco relatos donde las tramas e incluso los finales son lo de menos. Lo que sobresale en todos ellos es la circunstancia, un hecho cotidiano cualquiera que desencadena, en la mayoría de ocasiones, la tragedia. Con un estilo pulcro que huye de adornos innecesarios, consigue crear un clima a veces intrigante y otras, caricaturesco, para mostrarnos la moral y las contradicciones que dominaban la interacción entre blancos y negros en los Estados Unidos de los años cuarenta del pasado siglo.
Petry hace fácil lo complejo. Con la descripción de un gesto o la frase irónica en el momento justo, da voz incluso a quien no habla y llena de simbolismo la anécdota para hacernos comprender a unos personajes arrastrados por las circunstancias y por su condición étnica. ¿Qué pasaría si un ejemplar ciudadano negro presencia como cinco jóvenes blancos de familia bien violan a una chica? Esta es la premisa del tercer relato, «El testigo». Al leerlo, anticipamos la desgracia del protagonista, quizá movidos por nuestros propios prejuicios, pero con la esperanza de equivocarnos y ver cómo vence la verdad. En «Los huesos de Louella Brown», relato que da nombre al libro, por el contrario, el tono es cómico desde el principio y Petry hace un alarde de justicia poética retroactiva que nos deja la misma sonrisa que a su protagonista. Los huesos de Louella Brown y otros relatos huye de la moralina y no pretende reivindicar las injusticias sufridas por la raza negra, sino ir más allá: mostrar pequeños retales de la realidad y dejar que sean los lectores quienes decidan si es posible la justicia para estos personajes.
Esta es la primera obra de Ann Petry que se traduce a lengua española. Pese a haber sido la primera autora negra en vender millón y medio de ejemplares con su novela The street (1946), nadie se había molestado en traducirla. Menos mal que Palabrero Press ha dado el primer paso. Gracias a esta editorial podemos disfrutar de estos relatos en los que se plasma con exquisita sencillez los conflictos en las relaciones humanas por motivos de raza, género o clase social de hace medio siglo. O los actuales, añado yo. Y es que ya se sabe que la buena literatura es atemporal y lo malo de los seres humanos es que poco o nada cambiamos.