Reseña del libro “Los incidentes”, de Philippe Djian
En realidad, hemos perdido casi un año. Porque, según parece, el confinamiento de la primavera pasada nos privó de la llegada a España por segunda vez desde 2018, cuando también la editorial Fulgencio Pimentel publicó “Oh…”, (novela largamente aclamada en su país, galardona con el premio Interallié y adaptada al cine por Paul Verhoeven bajo el título de Elle y que yo le recomiendo a usted que lea justo después de esta y sin dudarlo), de Los incidentes, otra formidable historia truculenta del escritor francés Philippe Djian, autor imperdonablemente desconocido aquí, a dos pasos de su casa, y a pesar de ser uno de los grandes escritores franceses de la actualidad con cerca de una treintena de novelas publicadas en su haber.
Enterarme de este lamentable hecho que, por otro lado, ha sido ya finalmente solventado para felicidad suya y mía, como le digo, en lo que a mí respecta, que no me gusta perder ni un minuto del poco tiempo del que dispongo para leer todos los libros buenos que existen, me ha puesto de muy mal humor, pues a pesar del fin de las restricciones, no solo de bares vive el hombre.
Pero, como le digo, el libro ya está aquí y le aviso que es una sutil y elegante bomba que le explotará a usted en la cara desde la primera página. Porque esta novela es también romántica, con todo lo que eso tiene de peligroso hoy en día y a pesar de que Marc, el protagonista de la historia, sea un pobre enfermo del alma que no ha sabido nunca lo que es de verdad el amor. Pero la historia es deliciosamente provocadora y tenebrosa a la vez, a veces difícil de digerir, incluso, algo que considero siempre un punto a favor del autor, que nos lleva con maestría por caminos verdaderamente incómodos y llenos de giros sorprendentes. Pero sobre todo es una historia trágica (muy trágica) con tintes de novela negra melancólicamente elegante, irónica, escrita con enorme sencillez y algún infeliz le dirá que es algo indecente, también, pero como usted y yo no somos de esos no les vamos a hacer ni puto caso.
Lo que está claro es que, aunque podría habernos explotado en la cara mucho antes de lo que lo ha hecho, por fin tenemos la oportunidad de disfrutar de ella en España, gracias, repito una vez más, a los amigos de Fulgencio Pimentel, que siempre apuestan por libros de enorme calidad literaria y alejados de los lugares comunes que pueblan cada día las mesas de novedades.
Tenemos, por lo tanto, a este ambiguo y vicioso ser doliente llamado Marc. Marc es un aspirante a escritor fracasado (que es, por otro lado, a lo que deberían aspirar todos si quisieran ser realmente buenos escritores) reconvertido ahora en profesor de escritura creativa en la Universidad. El bueno de Marc utiliza su carisma, su maduro atractivo de letraherido (y su destartalado Fiat 500) para seducir desde las tablas a las jóvenes e impulsivas alumnas de su clase, que entran y salen de su cama como los trenes de una estación. Ya ven: tenemos un formidable personaje de ficción al que aborreceremos en algunos tramos de la novela pero que, en realidad, solo es un niño herido que busca desesperadamente unos brazos que le protejan (un cuerpo de mujer, generalmente joven, hasta que aparece Myriam, la atractiva madrastra de uno de sus ligues) y así poder esconderse del fracaso y el hastío de la realidad en la que vive. Huir de la incertidumbre del futuro y olvidarse por completo de un horrible y violento pasado. Es el mismo Marc que lanza cadáveres humanos sin miramientos por una sima subterránea situada cerca de la casa que comparte con su hermana. El mismo Marc. Y su hermana es Marianne. Otro ser extraño y atravesado de dolor igual que él, por la huella de una infancia de pesadilla común. De esta forma, los dos hermanos, cincuentones ya, acomodados burgueses, cultos, enfermos de desamor y casi enloquecidos, comparten, además de la mansión heredada y un terrible pasado, algunas cosas más. Todas ellas íntimas y perturbadoras para los que no son como usted y yo. Un apoteósico y brillante final, cierra un círculo insano, emocionante y también luminoso de una novela llena de matices.
Permítame, para terminar, un breve pensamiento morboso. Pues todo lo que ocurre alrededor de la vida de Marc, Los incidentes, los trágicos y los no tan trágicos sucesos que se desarrollan en la novela, hubieran puesto a prueba el sentimiento de placer absoluto que le otorgará a usted leer ahora este magnífico libro, créame, ya que, en esas circunstancias de enclaustramiento forzoso de hace ya meses, nos encontraríamos encerrados a cal y canto con toda la familia (hermanas/os o cuñadas/os jóvenes y salvajes como nosotros, incluidas/os), y no tendríamos otra vía de escape, ¡pobres almas ansiosas las nuestras!, que la de practicar sin descanso los siete pecados capitales juntos, una y otra vez, cada día y cada noche y justo antes de salir al balcón para respirar (y aplaudir) puntualmente a las ocho de la tarde. Se lo aseguro. Todo eso que pasó, con Los incidentes de Philippe Djian de por medio, podría haber sido una (maravillosa) práctica de riesgo.
Por lo tanto, y mirándolo todavía desde esa perspectiva, me alegro de haber leído esta novela justamente ahora, cuando la primavera y los bares van abriendo de nuevo las puertas poco a poco y puedo salir de casa y sentarme tranquilamente en una terraza a leer, a Djian o a quien sea, pero sin ninguna preocupación a la vista. Sin sentir que, de un momento a otro, la locura que nos ronda a todos en la cabeza en estos tiempos se apoderará de mi sin remedio. Confiado, en definitiva, de que nada ni nadie, salvo una estupenda, arriesgada y provocadora novela como esta, me va a querer seducir con sus encantos febriles llenos de vida, deseo y destrucción.
Disfrute con Los incidentes.
(Y fin de los pensamientos calenturientos).