Para mí, esta era una de las novelas más esperadas del año. Tras el buen sabor de boca que me dejó La otra vida de Ned Blackbird, tenía ganas de leer lo nuevo de Alexis Ravelo. Los milagros prohibidos cuenta uno de los episodios menos conocidos de la Guerra Civil Española, la Semana Roja de La Palma. El 18 de julio de 1936, sin derramamiento de sangre, los palmeros consiguieron seguir fieles a la República durante una semana, hasta el fatídico día 25, cuando el cañonero Canalejas arribaba en Santa Cruz de La Palma con orden de poner a la isla del bando de los nacionales y falangistas, bajo amenaza de bombardearla si fuera preciso. Muchos de los leales a la República tomaron la determinación de subirse a los escarpados montes isleños para resistir, convirtiéndose en los primeros maquis del país, ese movimiento de guerrilla antifranquista que poblaría en años sucesivos las laderas peninsulares.
Para narrar esta historia, Ravelo conforma un trío amoroso protagonizado por Agustín Santos, maestro progresista que se echa la monte con un revolver que pretende no utilizar, Emilia Mederos, mujer de buena familia y feliz esposa de Agustín, y por último Floro, al que llaman el Hurón, falangista recalcitrante, cazador de rojos, que ve en el conflicto la oportunidad de volver a su isla convertido en un hombre de pro y vengar la afrenta que guarda grabada a fuego, el rechazo que Emilia le proporcionó en su juventud.
No tenía claro que Dios existiera, pero estaba seguro de que, de existir, no había estado jamás en La Palma
Las novelas negras que tan famosas hicieron a Alexis Ravelo tenían un punto en común, sus queridas Islas Canarias. Tras ambientar en un lugar indeterminado su última novela, el autor vuelve a su tierra, en esta ocasión a la isla de La Palma, paraíso natural que muy pocos españoles tienen la suerte de conocer. Entristece pensar como un lugar tan idílico pudo albergar tanto odio y rencor allá por 1936. Pese a lo negro del suceso, uno lee sobre lugares como la Caldera de Taburiente o el Cubo de la Galga y siente un deseo irrefrenable de cambiar el estrés urbanita por la tranquilidad palmera, dedicando mañanas y tardes a perderse entre sus caminos de laurisilva, al igual que Agustín y el resto de fugados, entrando en contacto con la naturaleza en su estado más virginal. Y aquí, tras buscar los lugares de la novela en internet, he de hacer un reproche. Muchas veces buscamos el paraíso en lugares remotos, cuando lo tenemos a menos de tres horas de avión, sin necesidad de mostrar el pasaporte.
Alexis Ravelo comentaba la larga labor de documentación que había llevado a cabo para escribir dicho libro. Y hay que felicitarle por ello, pues en Los milagros prohibidos todo está cuidado al detalle, desde la descripción de los parajes isleños hasta el habla local. Es muy difícil no sentir apego por los comportamientos de ciertos personajes, por sus sufrimientos y los malabarismos que tuvieron que hacer para salir indemnes (o casi) de este absurdo conflicto. Porque de la absurdez de la Guerra Civil ya se ha escrito mucho, pero nuevamente queda de manifiesto que esta confrontación no fue una guerra entre enemigos. Fue una absurda guerra entre hermanos llena de odio, de rencillas y de heridas mal curadas que tan bien se reflejan en el personaje del Hurón. Un conflicto a muerte sin romanticismo que no dejó héroes, que dejó solamente familias rotas y vidas cercenadas gracias al sinsentido.
No me cansaré de repetir que en Alexis Ravelo tenemos uno de los valores más seguros de la narrativa española actual. Si disfruté con La otra vida de Ned Blackbird, nuevamente vuelvo a quedar prendado del ritmo y de la belleza de la pluma del canario, que sigue aumentando el nivel con cada obra que pasa. Y sí, muchos pensarán que Los milagros prohibidos es otro libro sobre la Guerra Civil, ese conflicto que tanta producción literaria ha creado en las últimas décadas. Pero Alexis demuestra que no todo está contado, y que hay hechos que deben ser recordados. Porque los errores del pasado no deben volver a repetirse en el presente, aunque parezcamos obstinados en seguir posicionándonos en dos bandos.
César Malagón @malagonc