«Las fronteras son mundos fríos y a menudo desagradables, la antítesis del hogar, lugares en los que uno se siente culpable de penas que jamás se atrevería a cometer».
Una de las cosas que más he echado de menos estos días ha sido subirme a un avión y dejarme llevar por lo que el destino quisiera enseñarme. Siempre he tenido un botecito con la palabra «viaje» bien tatuada en el frente donde iba metiendo dinero cada vez que podía. Y, cuando daba para algo, decidía gastármelo en el destino que más me llamara la atención. Por ese bote han pasado sitios como Kenya, Tailandia, México o Estados Unidos. Y es una pena que de momento se vaya a quedar sin próximo destino a la vista. Así es la vida.
Pero menos mal que me queda mi otra manera de viajar: los libros. Leer y viajar para mí son un sinónimo que siempre deben ir de la mano. Si no puedo hacerlo de forma física, al menos lo haré con la mente. Y por eso agradezco muchísimo a autores como Luis López Galán —cuyo libro vengo a reseñar hoy— que se tomen la molestia de permitirme que me dé una vueltecita más.
Esta vez no se trata de un destino cualquiera: he ido ni más ni menos que a Senegal, lugar en el que no había estado antes (ni física ni psicológicamente), y eso me ha sorprendido una barbaridad, porque no es el típico lugar que te esperas encontrar en una novela. A través de las páginas de Los ojos de Jawara me he embarcado junto a Manuel, su protagonista, en un viaje apasionante que ya me habría a mí encantado vivir en mis propias pieles.
Os cuento de qué va: Manuel es periodista, siempre a la caza de la historia perfecta. Cuando su jefe y amigo le dice que tiene que irse a Senegal para hacer un reportaje sobre una empresa, él emprende el viaje sin rechistar. Una vez allí, su chófer —que hace las veces de guía—, le enseñará los lugares escondidos de Dakar y de otras regiones que para él son imprescindibles si alguien quiere conocer de verdad Senegal. Manuel nos irá contando poco a poco lo que ve, lo que siente, lo que vive. Y eso hará que el lector sienta que de verdad es él el que está viajando. Una maravilla, vaya.
Sin embargo, lo mejor no viene aquí. Lo mejor está detrás de la familia de los Jawara. Por casualidad, Manuel se topa con esta peculiar familia que tiene una historia interesantísima detrás. Gracias a ella podremos conocer de primera mano épocas tan crudas como la de la esclavitud en España y que tenía a los senegaleses —entre otros— como protagonistas. Mientras leía esta parte no he podido evitar pensar en la situación que se está viviendo ahora mismo a nivel mundial en cuanto al racismo, y que hacía que me repitiera a mí misma una y otra vez que no podía ser posible que hubiéramos avanzando tanto en algunas cosas y en otras no. No es posible que en pleno siglo XXI se siga hablando de supremacía étnica y de otras barbaridades que ponen el pelo de punta. Amigos, hay que leer más y viajar más. Sea de la forma que sea. Solo así entenderemos que hay que aprender del pasado y que no podemos ser tan cerrados de mente.
Pero volviendo al libro, lo que me parece realmente interesante es que el autor no se queda únicamente con el destino, sino que nos demuestra que el trayecto también es importante; por eso acompañaremos a Manuel a través de aviones, taxis y personajes que irá conociendo a medida que las horas avanzan. Muchas veces he escuchado eso de que los viajes no son el destino, sino el trayecto, y creo que este libro lo define muy bien. Aunque, creedme, el destino final —el verdadero, no el que el propio protagonista se espera—, es muchísimo mejor que todo el trayecto que uno se pudiera imaginar.
No sé si ha sido por la trama en sí, por la forma de narrar en primera persona que hacía que me imaginara perfectamente a Manuel contándome la historia, por la prosa utilizada o por el ritmo, pero el caso es que me he leído Los ojos de Jawara de una sentada. Ayer por la tarde empecé con él y por la noche ya lo había terminado. Muy pocas veces me pasa eso con una novela, porque tiendo a leer una cantidad de páginas diarias para así poder compaginar varias lecturas a la vez. Sin embargo, en este caso, el orden que llevaba se fue a la porra en cuanto alcancé más o menos la página veinte, momento en el que me di cuenta de que me tenía conquistada y que ya no había marcha atrás.
Tal vez fueran mis ganas de viaje, que todo puede ser. Tal vez fuera que tenía una curiosidad tremenda por ver Senegal a través de los ojos de Luis López Galán. Sea como fuere y me quede con el motivo que yo decida, no puedo hacer otra cosa que recomendaros este libro con toda mi alma viajera.
Gracias por el artículo,Ana. Yo que también tengo alma viajera ya me lo he apuntado en mi lista de próximas lecturas. ¡Un abrazo fuerte!