Los pescadores, de Chigozie Obioma
Chigozie Obioma no vive en su Nigeria natal, pero tengo para mí que estamos ante todo un acontecimiento de la literatura africana. Es mi desconocimiento de la misma el que, por pudor, me impide decir que se trata de la obra fundacional de la nueva literatura del continente, pero si uno pudiera decir cosas así no como resultado de una labor de investigación o desde un profundo conocimiento sino por la emoción provocada por la lectura de la obra, tengan claro que lo diría. El único lugar que importa como referencia para el lector no es geográfico, y ya les anticipo que mis coordenadas indican que esta novela se lee desde la conmoción y la admiración más absolutas.
Los pescadores es una novela dura narrada con desde unos ojos infantiles, esto es, inocentes y honestos, y eso va más allá de ser un detalle interesante para quienes se interesen en la técnica literaria, es probablemente lo que convierte la novela en lo que es. Cuenta la historia de una familia centrada en cuatro hermanos y su doloroso descubrimiento de las dificultades de la vida. Hay una interpretación tan brillante como probablemente acertada que dice que entre la vida de estos hermanos y la historia de Nigeria se establece un paralelismo cierto, y diría que va más allá de los hechos históricos detallados en el texto y que desborda el citado planteamiento geográfico: la historia de la incapacidad de estos jóvenes hermanos para manejar los tímidos destellos de libertad que aparecen en sus vidas tras un extraordinario autoritarismo paterno bien pudiera ser una lección de historia para muchas sociedades, africanas o no.
También nos advierte Chogozie Obioma de los peligros de la superstición y de las profecías autocumplidas (en palabras del propio texto: …haciendo que surgiese humo de las cosas que todavía no habían ardido), como nos habla del choque entre tradición y modernidad, y todo ello estaría muy bien si me planteara escribir un interesante estudio sobre Los pescadores, pero no es mi intención, al menos no aquí ni ahora, porque me presento ante ustedes no como el experto que no soy sino como el lector emocionado que acostumbro a ser cuando me encuentro con un libro que merece la pena. Y este la merece.
Dice Chigozie Obioma en un determinado momento que el ojo humano no puede ver nada que le haga llorar lágrimas de sangre, y eso no sólo indica el colorido lírico de contador de historias que el autor ha logrado conferirle a sus pescadores, sino que muestra el optimismo vital pese a las duras condiciones en que se desarrolla la historia. No les voy a comprar prácticamente nada de la trama, créanme que deben descubrirla por sí mismos porque Los pescadores merece que la vivan con los ojos bien abiertos, y eso se consigue mejor cuando se adentra uno en lo desconocido sin más mapa que el que laboriosamente va dibujando su propio asombro.
Si hay algo en Los pescadores que quisiera destacar es su enorme capacidad para plantear situaciones moralmente irresolubles salvo desde la propia experiencia, todos los personajes padecen situaciones que es necesario ser muy osado para juzgar y en las que uno, desde luego sin desearlo, sólo podría saber su reacción o su comportamiento en el caso de vivirlas. Y aun así lo haría probablemente con el mismo asombro con que las vive como lector. Porque da la sensación de que los propios protagonistas son en cierto modo espectadores de una vida que evoluciona autónomamente, que toma sus propias decisiones.
De todos los personajes extraordinarios, bien construidos y que invitan a vivir la historia desde dentro, les voy a pedir que me quede con uno de los que no son protagonistas de la historia en sentido estricto, más que si valoramos el protagonismo en relación directa con el sufrimiento de los mismos. Quiero cerrar la reseña con unas palabras dedicadas a la madre de los hermanos porque lo que dice el narrador de su propia madre me ha parecido una descripción tan tierna como precisa de la conexión de la madre, o de toda madre, con sus hijos: guardaba copias de nuestras mentes en los bolsillos de su propia mente, y de esa forma podía olfatear los problemas desde que empezaban a formarse, del mismo modo en que los marineros alcanzaban a discernir el embrión de una tormenta. Porque de todas las modalidades de sufrimiento desde luego no es la menos cruel el de la madre capaz de olfatear los problemas, pero no de evitarlos.
Andrés Barrero
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