Hay básicamente dos grupos de personas que disfrutarán con este libro, a saber, los anglófilos irredentos, porque Los que no perdonan es una auténtica joya de la literatura inglesa, y todos los demás, porque no se me ocurre una sola razón objetiva por la que este magnífico libro de Charlotte Cory pueda no resultarle a cualquier lector la más apasionante de las experiencias.
Han visto la imagen de cubierta, que es un detalle de una obra de la propia autora, y creo que es un estupendo resumen de un libro por lo demás muy difícil de resumir dada su riqueza en detalles. Se trata de una estampa típicamente victoriana con el pequeño matiz de que las cabezas de las personas que la protagonizan han sido sustituidas por otras de animales. Y no es que estén en actitud agresiva o tan siquiera fuera de lugar, son todo pompa y circunstancia, pero lo cierto es que el conjunto es inquietante. Y así es Los que no perdonan, un relato victoriano que promocionalmente se ha calificado de pastiche, término que no me gusta porque implica, según el RAE, plagio o copia y a mí me parece una obra muy original (aunque se entiende que se refiere a la estética victoriana tratándose de una autora actual). Un relato victoriano, decía, que está a la altura de los grandes relatos de esa tradición literaria, que es sutil, elegante, ácido, contundente en ocasiones, pero que más allá de la estética es actual, moderno y que mantiene ciertas diferencias con aquéllos que probablemente no sean visibles con una mirada superficial. Trataré de explicarme. Charlotte Cory retrata con mucho humor a una familia que vive circunstancias dramáticas y que trata de recuperar cierta estabilidad mediante un matrimonio de conveniencia abiertamente aceptado como tal por los contrayentes, pero es sobre todo una familia que, al igual que muchas otras, esconde bajo el muro de la urbanidad y las buenas costumbres un terrible infierno de resentimiento e incomunicación. Y algún que otro muerto en el armario. Una familia y una clase social que pese a su educación y su arrogancia es presa fácil de todo tipo de pillos.
La narración tiene mucho ritmo y está llena de infinitos detalles en los que detenerse, sin embargo hay momentos en que su fidelidad a la tradición a la que honra hace sospechar que va a ser un tanto previsible. Y sin embargo no lo es. Tengo para mí que son prácticamente dos novelas, una hasta que el desenlace de la trama principal se desencadena casi sorpresivamente y otra después, cuando son otros personajes los que toman el mando y con él la autora muestra una cara más reflexiva y probablemente más dura. Uno ni siquiera se había dado cuenta de que esos personajes tal vez eran los verdaderos protagonistas y que lo que lo que Charlotte Cory nos quería contar en su excepcionalmente logrado escenario victoriano no era un drama costumbrista, sino una reflexión con pocas concesiones sobre la condición humana.
No les cuento más, confío en haber excitado su curiosidad lo suficiente como para que le den una oportunidad a esta obra porque es verdaderamente una experiencia muy especial y no quisiera acabar por emocionarme y contarles cosas que es mejor que descubran por si mismos. Porque es una de esas obras con las que es fácil emocionarse y pasarse horas hablando sobre ella sin llegar a agotarla nunca.
Andrés Barrero
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