Los recuerdos, de David Foenkinos
El tiempo pasa. Y, según las agujas del reloj van marcando las horas, recordaré la primera vez que vi este libro, podré describir con todos los detalles cómo fue la sensación de sostener su cubierta, la imagen su edificio marrón, como una pequeña casita de chocolate, donde el frío y los sueños se dan la mano, y supe que, en un futuro, cuando escribiera este reseña, me acordaría de los sonidos del corazón, de mi corazón que latía despacio, casi en un pequeño susurro, para que las letras que contienen la historia, que la dan forma, no desaparecieran, se quedaran grabadas en un pequeño rincón de la memoria. Ese en el que se guarda lo más importante, lo que de verdad nos llega dentro, nos trastoca, nos moviliza: el mismo rincón donde guardamos “Los recuerdos”
Un narrador anónimo, ese que podemos ser todos nosotros, nos traslada a la vida de su familia, donde su abuela, ingresada en una residencia, escapa un buen día en una carrera para encontrar aquello que se quedó en su memoria para siempre. En el camino, nuestro protagonista encontrará lo que tanto ansía: a sí mismo.
Se pueden contar las cosas de muchas maneras. Podríamos hacer una descripción detallada de lo que vemos, de lo que oímos, e incluso, en un arranque de originalidad, traducir en palabras lo que tocamos. Sin embargo, David Foenkinos nos hace viajar por las sensaciones, nos envuelve continuamente en un caramelo que mezcla lo agrio y lo dulce, en definitiva, lo que es la vida. Resulta que “Los recuerdos” no es sólo una novela. Porque ante nuestros ojos pululan la luz de las farolas en las noches parisinas, el empedrado de las calles que se clava en nuestros pies, el frío de una estancia sin calefacción, el roce de unos guantes que nos dan calor y permiten que nuestras manos sientan el contacto de otra mano, los besos que se dan con la punta de la lengua, que te hacen buscar más, recorrer el cuerpo ajeno del amor que se presenta de improviso. Es un suspiro en la noche cuando abrimos los ojos y nos damos cuenta que, al lado, cuerpo con cuerpo, sigue permaneciendo él o ella, y además, por si no fuera poco, “Los recuerdos” es una llamada de teléfono en plena noche que nos saca de la cama, que nos hace cambiar la vida que teníamos para entregarnos de lleno a otra bien distinta. Y son dos frases, un diálogo que se te clava en el corazón y no suelta por mucho que lo intentes, aquí lo tenéis:
– Louise… mi problema es que te quiero
– Yo también te quiero, pero para mí tú eres la solución, no el problema
Y así, mientras vivimos, mientras sentimos que el tiempo va sucediéndose, que se convierte en realidad, comprobamos que el amor es una fuente donde se puede fraguar el odio más puro, pero también el cariño más absoluto. No se trata de cerrar los ojos, no se trata de no prestar atención. En realidad es todo lo contrario. Porque aquí, junto al David Foenkinos más visceral, conseguimos lo que no pensábamos que un libro pudiera conseguir: girar nuestra cabeza, mirar a la persona que tenemos al lado, y en un pequeño susurro mientras nos acercamos, decirle que como debiera ser siempre, él es nuestra solución, nunca el problema.
Porque, y si la solución está tan cerca de nosotros, tan dentro de nosotros mismos, ¿por qué a veces nos cuenta tanto darnos cuenta?