Reseña del libro “Los relatos de médicos”, de William Carlos Williams
De pequeño yo quería ser médico. Por aquello de salvar vidas y tal, ya sabe. Luego, cuando empecé a volverme gilipollas, me ocurrió justo lo contrario y entonces, para poder matar cabrones (como diría el gran Fernando Mansilla) sin derramar mucha sangre ni armar escándalos a medianoche, me convencí de que lo que debía hacer era, sin ninguna duda, convertirme en escritor.
Pero, ja. Pronto comprendí que lo mío era, en realidad, un querer y no poder (¿o era justo al contrario?) y entonces decidí dedicarme, definitivamente, y por este orden
- a verlas venir
- a leer libros
- a beber ingentes cantidades de Coca-Cola.
Al escritor norteamericano William Carlos Williams no es ni probable que le pasara algo parecido pues él, a diferencia de mí, pudo, supo y, sobre todo, quiso ser coherente con lo que más deseaba. Por eso, durante toda su vida, compaginó la práctica profesional de la medicina (y de la pediatría en particular) en una pequeña población de New Jersey, con la del oficio de escritor (convirtiéndose, además, en un poeta muy notable y bien considerado por autores de la talla de Jack Kerouac, por poner un ejemplo entre otros muchos que le admiraron).
Hoy le invito a que se haga con una verdadera joya del cuento moderno: Los relatos de médicos, donde WCW plasmó a lo largo de treinta años todo ese estilo realista, sencillo, pero profundamente lírico y emocionante que dio fama a sus poemas y a su literatura entre algunos de los mejores escritor de su época y de otras posteriores. Son trece relatos llenos de inteligencia donde el bueno del doctor demuestra un gran conocimiento del ser humano y de sus miserias más escondidas, y vienen salpicados de anécdotas, de un humor muy personal pero, sobre todo, vienen cargados de melancolía y de tristeza, de un clamor por la injusticia de los más pobres y de mucha sensación de esperanza y ternura. Un fantástico retrato para hacer visible la forma de vida de las clases más bajas de la Norteamérica de la época desde el punto de vista del médico que les atendía. Aquellas comunidades de extranjeros llegados desde cualquier parte, jornaleros, desempleados, ex convictos, borrachos y excluídos del sistema capitalista que ya imperaba, sobrevivían a duras penas en sus cuchitriles de los barrios más sucios y los pueblos más abandonados del Oeste del país, sufrían enfermedades y morían en silencio, y ajenos a las luces de Nueva York o a esa pamplina del sueño americano. Gente muy pobre que confiaba en dos cosas: en dios y en su médico de cabecera.
El libro, además de los trece relatos que nos presenta, viene con un cierre espectacular. Un acierto editorial en toda regla de los amigos de Fulgencio Pimentel supongo, a los que volvemos a felicitar. Por un lado, está La práctica médica (de la autobiografía), un texto en forma de monólogo donde el doc nos deja una fantástica reflexión sobre la forma en la que la medicina y la literatura se fusionan cada día en su vida y cómo, de alguna manera, la primera alimenta a la segunda y esta, a su vez, ayuda a la otra en cuanto a un mejor conocimiento de cada paciente y de sí mismo como médico y como persona. En segundo lugar, tendrá usted la posibilidad de leer una recopilación de seis poemas suyos, todos directamente relacionados con su labor profesional diaria, y que dejan constancia de su enorme sensibilidad, de su ironía o de su compromiso con los pacientes pobres a los que siempre atendió. Por último, el libro se cierra con un emocionado epílogo a cargo de su hijo William Eric Williams, también médico como él. Ah! y en la traducción, además, participan un tal César Sánchez y un tal Eduardo Halfon, no sé si alguno de estos nombres les suena a usted.
Los relatos de médicos es, por lo tanto, una deliciosa lectura y un libro único, ideal para adentrarse en el universo de un autor quizás poco conocido por aquí pero que, sin ninguna duda, le dejará con la firme certeza de que estamos ante un escritor mayúsculo, un artista con bata o sin ella que fue monje antes de fraile o quizás justo al contrario.