Voy a hacer una confesión antes de detenerme a analizar el libro de Mikel Izal: mi intención original era que no me gustara. Tiendo a desconfiar de los libros que, últimamente, se publican con nombres de músicos, actores, presentadores de televisión y toda la oleada que ha ido llegando a las librerías en los últimos años. Lo sé, no debería llevar esta mochila a mi espalda porque, probablemente, y en alguna ocasión, me esté perdiendo algo interesante, pero no puedo evitarlo. Hecha esta declaración, sigamos con el recorrido que hizo que empezara a leer Los seres que me llenan. Fue todo, en realidad, demasiado sencillo: una buena amiga me lo recomendó y tiendo a hacerle caso. Reconozco que miré su cara con gesto extraño, pero ella seguía insistiendo en que me iba a sorprender – para bien, se entiende – así que decidí empezar con él de la forma más escéptica a la que me he enfrentado a un libro. Y lo hizo, y de qué manera. Y sí, es muy probable que no estemos ante uno de los mejores libros de relatos del año, que no llene todas aquellas noches de insomnio en los que un libro me dejaba despierto por no poder dejarlo. Pero no creo que ese sea su cometido tampoco. Reconozco mi falta de práctica en algunas cuestiones de lectura a pesar de los años que llevo dedicándome a esto, pero los nuevos tiempos no dejan mucho a la imaginación y, más de una vez, la decepción ha hecho mella en mi capacidad de tolerancia. Así que vayamos por el principio y describamos este libro como lo que es: relatos que pueden sorprender a algún que otro escéptico como yo.
Juguemos la carta de la ignorancia por un momento: conocía, de alguna escucha esporádica en listas de reproducción, a Izal. No son mi grupo de música favorito así que no me veréis hablar de las maravillas de este libro como un admirador que sobrepasa los límites y difumina una disciplina artística con otra. ¿Es Mikel Izal un escritor? Lo es en cuanto que ha escrito un libro. ¿Será un escritor más allá de Los seres que me llenan? No lo sabemos y no seré yo quien tenga la respuesta a dicha pregunta. Lo que sí puedo decir es que, a pesar de las críticas, a pesar de los prejuicios, intentando hacer una separación – como si fuera de poderes – entre la conveniencia de ser conocido y haber conseguido publicar un libro, los relatos que se encuentran en este libro consiguen el efecto deseado: dar a conocer la voz de un autor y dejar, en algunos momentos, al lector con la sorpresa dibujada en el rostro. Tiendo, siempre lo he dicho, a desconfiar de ciertos títulos que se publican últimamente, pero con esta obra me ha sucedido algo curioso: terminaba un relato y me veía a mí mismo con la sensación de haber disfrutado con lo que he leído. ¿Son los mejores relatos que uno puede leer en un año como este? Probablemente no, pero desde luego juegan al despiste y al entretenimiento como alguien que supiera perfectamente lo que quiere su público.
Mikel Izal, este año, tuvo largas colas para que firmaran su libro. Esto, leído por alguien que tenga mal carácter, sería un auténtico sacrilegio. ¿Es acaso Los seres que me llenan el enésimo título que aprovecha el tirón mediático para vender? Pues puede serlo pero, ¿qué problema hay con eso? Repito que no suelo ser amigo de este tipo de transacciones comerciales pero, si después de haber leído el libro, después de haber posado mis ojos en sus relatos, resulta que puedo decir que me he divertido, que me han parecido de nota más allá de un simple aprobado, ¿todo lo anterior lo convierte en un mal libro? Desde luego que no, y aquel que intente ver lo contrario será que le está buscando los tres pies al gato. En la literatura, a veces, se trata de hacer descubrimientos que, por azar, se te presentan sin casi haberlos buscado. Y eso, lectores, también es digno de mención cuando procede.