Hace cuatro años que en mi pared descansa una figura que compramos en México cuando fuimos de viaje. Alguna vez había visto aquel dibujo, pero tenerlo delante hizo que me prendiera de él en el mismo instante que lo tuve en mis manos. Me llevé aquella piedra del Sol y la puse en un lugar muy visible para no perderla de vista ni un solo momento, aunque nadie me explicó qué significaba ni qué historia tenía detrás. Qué curioso que el libro que vengo a reseñar hoy empiece hablando de esta piedra y de su significado.
Veréis, hace unos meses descubrí la editorial Blume y me dije a mí misma que tenía que hacerme con todas las obras que publicaran. ¡No tienen más que joyas! Y una de ellas es la que vengo a reseñar hoy: Los símbolos en el arte, de Matthew Wilson. Esta obra, a todo color y con unas ilustraciones maravillosas, nos habla del arte de la iconografía, demostrándonos cómo los símbolos forman parte de nuestra vida y, por supuesto, también de las obras que nos rodean, aunque se hayan creado siglos y siglos atrás. Y es que, como dijo Samuel Taylor Coleridge, «Una idea, en el sentido más elevado de la palabra, no puede ser transmitida sino por un símbolo».
Jamás pensé, amigos, que lo verdaderamente importante de la piedra del Sol fuera el agua. Jamás. Así que cuando descubrí eso no pude hacer otra cosa que seguir leyendo este libro, con calma para apreciar cada detalle y para absorber todos los conocimientos que este autor tenía guardados para mí. Aunque sea consciente de que se me van a olvidar más pronto que tarde.
El caso es que este autor hace un recorrido por muchos de los elementos que podemos encontrar en el arte y los une de tal manera que nos hace ver cómo fueron viajando de una cultura a otra. Que tal vez no fuera casualidad que los dragones aparezcan en muchas obras chinas y que también lo hagan en otras de origen persa.
¿Cuántas veces hemos ido a un museo y hemos tratado de interpretar lo que el autor quería decir? Recuerdo cuando estaba en el instituto y elegí Historia del Arte; mi profesor se empeñaba en que analizáramos detalle a detalle todos los elementos que componían una obra determinada. Hasta lo más mínimo, aseguraba, tenía un significado. Muchas veces yo ponía los ojos en blanco, porque pensaba que esas teorías eran fruto de una persona que, posteriormente, había decidido darle ese significado en concreto. Sin embargo, en otras ocasiones me dejaba llevar por esas teorías que dotaban a las obras de una trascendencia que de otra forma carecerían. Cuando decidí decantarme más por esa segunda opción que por la primera, me di cuenta de que solo así sería más feliz. Y las palabras de Matthew Wilson me lo ha demostrado.
Ha sido muy interesante viajar de una cultura a otra examinando elementos tales como la sangre, los búhos, las espadas o incluso las amapolas. Elementos que a priori podríamos entender que están puestos al azar, pero que bien analizados nos dan un significado concreto que deberíamos tener en cuenta si queremos comprender al completo una obra. No hay que olvidar que, en muchas ocasiones, ese significado debía permanecer oculto a ojos de cualquiera para que solo pudiera ser entendido por los ojos precisos. Veis por dónde voy, ¿verdad? Al fin y al cabo, como dijo J.C. Cooper, «El símbolo es la llave de un reino más grande que él mismo y más grande que aquel que lo emplea».