Cada vez es más habitual que los escritores se acomoden y repitan una y otra vez la fórmula que los ha llevado al éxito. Por eso, me llamó la atención que Álvaro Arbina, cuyos dos primeros libros han sido elogiados por autoras de la talla de Julia Navarro, haya decidido saltar de la novela histórica al thriller.
De no haber firmado él Los solitarios, no me hubiera dado por leerlo, pero después de ver de lo que era capaz en La sinfonía del tiempo, quise comprobar cómo se le daba el cambio de registro.
Los solitarios arranca con el hallazgo de un cadáver. Y después, de otro. Y de otro más. Así hasta nueve, dentro de una casa cúbica perdida en uno de los lugares más inhóspitos del mundo, o en sus inmediaciones. Cada uno, en una fase de descomposición y asesinado de manera distinta: heridas mortales, disparos, veneno… No existe relación aparente entre las víctimas, pero todas tenían entre cuarenta y cinco y sesenta años. La inspectora jefe Emeli Urquiza será la encargada de resolver este puzle indagando en el pasado de los fallecidos.
Por un lado, conocemos los avances de la investigación; por otro, descubrimos cómo fue la convivencia entre las víctimas. Y no solo eso, también nos retrotraemos a sus vidas pasadas. Álvaro Arbina no escatima en detalles y nos desnuda a todos los personajes, para que comprendamos por qué llegaron a ese lugar recóndito y por qué actuaron de la forma que lo hicieron.
Las ocho partes que componen esta novela van precedidas de un fragmento de la entrevista al autor de Los solitarios, un recurso metaliterario que adquiere una nueva dimensión al final y que ayuda a descifrar los temas que subyacen en este thriller, como son el orden de la civilización frente al caos de lo salvaje.
Por si no fueran suficientes los elementos con los que juega Álvaro Arbina, a las referencias metaliterarias de la propia novela se les suman los constantes guiños a clásicos como El señor de las moscas, de William Golding, Diez negritos, de Agatha Christie, Colmillo blanco, de Jack London, y hasta a la cabaña en el bosque de Thoreau, Kafka y John Lennon.
Los solitarios es puro simbolismo, una alegoría interesante de la humanidad y, sobre todo, de Occidente, disfrazada de asesinato en masa inexplicable. Es un ejercicio literario ambicioso, y admiro a Álvaro Arbina por ello. No obstante, como lectora, me ha dejado fría. Pese a saber tanto de los personajes, no he logrado empatizar; pese a ver cómo iban encajando las piezas de un puzle tan complejo, no he conseguido engancharme a la historia en ningún momento. Y si no conectas con un libro de quinientas setenta y dos páginas, la lectura se hace muy cuesta arriba. Desgraciadamente, eso me ha pasado con Los solitarios, y después de que me gustara tanto La sinfonía del tiempo, la decepción ha sido más acentuada.
No voy a negar que estoy deseando que Álvaro Arbina vuelva a la novela histórica, pero no seré yo quien lo constriña con etiquetas. Ha sido muy valiente cambiando de género literario y se nota que es un escritor con ambición que no piensa acomodarse en su zona de confort. Con los tiempos que corren en la literatura, eso es de agradecer. Así que yo lo animo a seguir explorando géneros, a escribir lo que desee escribir. A pesar del pequeño desencanto, aquí tiene a una lectora fiel. Apuesto a que le queda una larga trayectoria por delante y a que nos va a regalar grandes historias.