Los surcos del azar, de Paco Roca
Somos hilos, que se tejen desordenados, que buscan los requiebros de la vida buscando una salida, un atajo, una nueva mirada que nos haga mirar al pasado con la nostalgia suficiente para que no nos haga sufrir. Somos hilos y, como tales, sufrimos las inclemencias del tiempo, nuestros cuerpos envejecen mientras la lluvia y el viento van horadando los acantilados que se forman con los recuerdos. Y en un instante, quizá con una palabra, tal vez con una simple conversación, recuperamos nuestra viveza, nuestra complexión auténtica y hablamos, nos desahogamos, verbalizamos aquello que manteníamos guardado, reposando la mochila de la vida, de la existencia, que contractura nuestra espalda y nos carga el alma de pequeñas batallas que se libran y no se ganan del todo. Fue Antonio Machado escribió un verso que reza como el título de esta increíble novela gráfica. Son Los surcos del azar, aquellos que abrigan las relaciones, los que en el invierno cobijan de un frío intenso y en el verano, mientras el inclemente calor desalienta al más valiente, nos convierten en luchadores de guerras pasadas, de guerras que se convierten en interminables, de recuerdos que han sido robados y que se rescatan por la mirada de un autor, de un maestro, de un humilde escritor, que regala una nueva vida a aquel que creía haberla perdido entre el oleaje que se removía por la acción de un barco que le alejaba de su casa, de su familia, de todo aquello que conocía. Son ellos, y no nosotros, los que nos incitan a vivir, y a nunca desaparecer.
No soy objetivo, no lo soy porque Paco Roca consigue lo que no consigue nadie con una sola viñeta, porque en su mundo propio consigue trasladarme a un pasado y vivirlo, porque a pesar del horror y la barbarie, encuentra siempre el equilibrio justo para no caer en la desesperanza y porque, sumando a todo esto, consigo acabar una historia suya posando mi mirada en su última imagen y descubriendo que en ese movimiento, en ese hombre que se aleja con su bastón, está englobada toda la resistencia, toda la vida, toda la esperanza y la pesadumbre que una persona puede llevar a cuestas sin ahogarse. Los surcos del azar es la nueva obra de un autor que yo esperaba con ganas. Y es un canto, una oda, un milagro que suscita el interesante debate de la memoria histórica, de cómo a veces los héroes son olvidados y sólo otro pequeño héroe, el autor que aquí me ha traído, los trae a nuestra mesa, a comer con nosotros, a acompañarnos en los viajes de vuelta al hogar, como a mí me sucedió una noche de invierno, y a no soltarnos porque se pegan a nosotros como el poso de uno de los mejores cafés que hayamos degustado en nuestra vida. Será esa mezcla entre amargor y dulzura la que nos acompañara por la vida de un grupo de hombres que se convirtieron en soldados, que lucharon por su libertad, por la libertad de todos, pero que no consiguieron el reconocimiento que se les suponía merecer. Es una historia de cómo lo invisible se vuelve visible a los ojos, a través de las lentes, de un artista que remueve los corazones como si no supiera hacer otra cosa más en la vida.
Y fue en esa noche de invierno, mientras el tren que me llevaba de camino a mi casa traqueteaba y removía mis pensamientos, cuando terminé Los surcos del azar y tuve que mirar por las ventana, a pesar de que era imposible ver nada, y me imaginé la vida de sus protagonistas, el amor que llega y se va de repente, la vida que se liga con la muerte, la bomba y el polvo que desbarata lo que se había construido minutos antes, y suspiré porque Paco Roca, tras un tiempo sin haber aparecido en mi vida, lo había vuelto a hacer con la fuerza necesaria, con la caricia tras el golpe certero, con ese sabor que deja un manjar tras haber sido ingerido y permanece en nuestro paladar días después de haber sido nuestro, de haber participado de nuestra existencia, y que se convierte en algo nuestro. No es, pues, una historia sobre lo bella que es la vida, sino sobre lo real que ésta, lo violenta, lo descorazonadora, que se envuelve en una lágrima que no acaba de salir de las cuencas de nuestros ojos y consigue que un simple mortal, que se mantenía en el anonimato, salga de la oscuridad y se convierta en todos esos héroes que no tuvieron voz, que permanecieron bajo el tronar absurdo de las bombas y la metralla y que consiguieron que la libertad no fuera un simple concepto sino también una realidad. Porque esos surcos del azar de los que hablaba Antonio Machado son los precipicios ante los que nos asomamos, que nos atraen pero a los que tememos, y que nos obligan, pasados los años, a saltar sin importarnos todo aquello que dejamos atrás, porque lo que nos espera delante es vivir.
Maravilloso: ¡que difícil es hablar de un libro desde la experiencia de un lector que se ha rendido a lo que le han contado! Más allá de las criticas sesudas, aburridas y partidarias de los suplementos literarios de los periódicos, existe la opinión de quien te recomienda una forma de contarte una historia. El texto en sí es de una lectura contagiosamente hermosa. Dan ganas de leer no sólo el libro recomendado, sino también más recomendaciones
Gracias Jose María! 🙂 Una pequeña lagrimita me está cayendo en estos momentos! Me emocionan esas palabras! :_)