Nos encontramos en la región histórica de Smolandia, entre los fríos y húmedos páramos del norte de Europa. Nuestra narradora, Fransiska Werner, es una joven recién casada con Lars Anders Werner, el médico de la región a quien ella llama Oso, un hombre mayor que ella, algo rudo pero amable. Ambos se mudan a Rosenvik, lugar donde disfrutarán apaciblemente de su vida como recién casados, tranquilidad que quedará truncada por la llegada de un misterioso forastero, de quien la comunidad especula sobre su origen, su identidad, y su pasado, ya que se deja ver poco y poco se relaciona.
Los vecinos de Fredrika Bremer me llamó la atención porque en su sinopsis se cuenta que Elizabeth Gaskell decía que Charlotte Brontë al leer esta novela creyó que cualquiera que leyese Jane Eyre pensaría que la mayor de las Brontë habría sacado la idea de esta novela. Y ahora que la he leído, pienso que es cierto que ambas novelas comparten elementos similares, pero no me atrevería a decir que una pudiese ser una copia de la otra, es más, pienso que ambas son distintas, interesantes a su modo y especialmente transgresoras para la época en que fueron escritas. Asimismo, como Jane Eyre me fascinó, creí que leer esta novela sería un acierto. Y así ha sido. Con Los vecinos me ha sucedido igual que con aquella: mientras que la historia al principio se desarrolla lentamente, a partir de aproximadamente un poco más de la mitad, el ritmo es mucho más ligero y te encuentras inmersa en el entramado de pasiones, desgracias y alegrías de la comunidad que rodea a Fransiska.
El título de la novela hace referencia a la serie de personajes que acompañarán al matrimonio Werner: desde ma chère mere, madrastra de Oso, mujer orgullosa y algo autoritaria pero de buen corazón sobre el cual le pesa una gran carga que ennegrece su existencia y quien además deberá aprender el poder del perdón, Ebba y Jane-Marie, las cuñadas de Fransiska, Stellan, el alocado primo de Oso o Serena, la dulce y angelical Serena, vecina de la comunidad y nieta de una de las familias más queridas de la comunidad, el matrimonio Dahl, sobre la cual recaerá gran parte de la historia. Y como os podéis estar imaginando, en un momento de la historia, las vidas de muchos de ellos quedarán entrelazadas de algún modo con la del misterioso forastero.
Algo a destacar de la novela es que esté escrita en forma de epístola: Fransiska le escribe a Maria, una vieja amiga, la cual vive muy lejos de ella y de este modo, con todo lujo de detalles, le hace partícipe de su existencia mediante unas cartas llenas de descripciones de su día a día, de las relaciones con su suegra, su marido, sus miedos e inquietudes.
Pienso que las cartas de Fransiska son el plato fuerte de esta novela, ya que a través de ellas, la narradora se nos conforma como una especie de amiga que nos cuenta sus confidencias y sinceramente, ese hecho fue el que hizo que sintiese mucha ternura hacia ella, que empatizase mucho con la narradora y compartiese sus opiniones e impresiones hacia ciertos personajes. Esa misma ternura la sentí hacia el matrimonio Werner, hacia ma chère mere, el matrimonio Dahl… Por otro lado, aunque la epístola es el modo de narración general, la autora también introduce algunas voces narrativas más, que ayudarán al lector a comprender aspectos y escenas de la historia que Fransiska no alcanza a presenciar o saber. Una de estas voces, a las que Bremer llama “siluetas” me parecieron muy curiosas y creo que dan un sentido dinámico (y bajo mi punto de vista incluso algo cómico) a la narración. Así pues, sentí que Los vecinos se me hizo una lectura agradable y cálida, para leer con calma e ir degustándola poco a poco.
Siempre que termino un libro me gusta investigar sobre el mismo y de la autora, Fredrika Bremer, he descubierto que fue una ferviente luchadora de los derechos de la mujer, pero de Los vecinos he encontrado muy poca información, hecho que me apena ya que como he mencionado antes, ésta es especialmente transgresora para la época. Se publicó en 1837 y retrata a las mujeres como seres con autonomía, decisión y autoridad. Es cierto que inevitablemente, éstas se ven abocadas al amor, pero no es este hecho lo que las define, si no que tienen personalidad propia y son dueñas de su propio destino. De manera que ese es el mensaje con el que me quedo al terminar la novela: que la reconciliación en ocasiones es posible y que en Los vecinos, en pleno siglo XIX, hubo autoras como Fredrika Bremer que hicieron que las voces de las mujeres también contasen.