Lucifer 113, de Jonathan Maberry
Siendo Lucifer 113 la primera novela que leo de Jonathan Maberry, voy a ella sabiendo que tengo derecho a unas expectativas razonablemente altas, pues sé que Maberry está considerado uno de los mejores autores del subgénero zombi y ha cosechado varios premios por su obra. También he leído que nuestro autor ha firmado varias sagas de novelas, todas del género de terror: la trilogía Pine Deep, la serie de Joe Ledger y la serie de Benny Imura.
En realidad, Lucifer 113 no es tampoco una obra suelta, pues la continuación se llama Fall of Night. En cualquier caso, Lucifer 113 se puede leer perfectamente como novela independiente de predecesoras o sucesoras y es, en realidad, una buena introducción al estilo de Maberry (para mí, al menos, así ha sido).
Partimos de que nuestro autor es muy competente en lo que hace. Ahora bien. Habiendo sido (aunque ya no) fan fatal de “The walking dead” y, antes que eso, de los filmes realizados o inspirados por el patriarca Romero, y habiendo visto y, en menor medida, leído todo tipo de productos, algunos buenos y otros infumables, con zombis como protagonistas o comparsas, también era consciente de que, si todo no está inventado en esta área, muy, muy poco queda, y en realidad yo no esperaba nada tremendamente rompedor. Y lo cierto es que Lucifer 113 no es una obra que haya roto ningún molde. Quien haya consumido historias de zombis con cierta fidelidad no debe prepararse para ser sorprendido casi en modo alguno.
Casi. Y es que a Maberry hay que reconocerle haber hecho algo que al lenguaje cinematográfico le resulta más difícil -pero que tampoco es que muchos directores hayan intentado-: humanizar a los zombis. Lo hace desde los primeros compases de Lucifer 113, cuando lobotomiza -en sentido figurado- a un pobre hombre agonizante que, lo han adivinado, está a punto de convertirse en zombi, y nos ayuda a imaginar qué debe de sentir alguien que está en un tris de dejar de ser humano y que intuye lo que le está sucediendo. Qué horrible, ¿verdad? Pues este autor intenta abrir esa nueva perspectiva en un mundo simbólico y narrativo tan agotado, sobre todo en los últimos tiempos, lo cual ya es digno de aplauso.
Por lo demás, Lucifer 113 es una correcta y bastante típica historia de apocalipsis zombi, que respeta prácticamente todas las convenciones del género en cuanto a ambientación -ciudad pequeña de la América profunda-, protagonistas -policías de vuelta de todo y periodistas-, momento -albores del apocalipsis zombi- y “malos” -en este caso, un científico al que se le va la olla y no tiene ocurrencia mejor que experimentar su nueva fórmula en un asesino en serie. Naturalmente, como todos sabemos antes de empezar a leer, el asesino en serie no sólo no muere, sino que es más temible muerto que vivo. Cosas que pasan.
El estilo y, sobre todo, el lenguaje de Lucifer 113 deben mucho a la explosión de cómics, películas y series de temática zombi; en otras palabras, a la cultura de lo audiovisual. Son escenas dinámicas, diálogos como ráfagas de tiros, y personajes -sobre todo la protagonista, la dura y curtida policía Dez Fox- un poquito, sólo un poquito caricaturescos, pero aun así suficientemente redondos y humanos -nunca mejor dicho- para que nos preocupe su destino y para que queramos que sobrevivan a lo impensable, que, una vez más, acaba de suceder.
Lucifer 113 es una novela que no va a ser inscrita con letras de oro en la historia de los libros de terror, pero que lo tiene todo para conquistar a los aficionados a las historias de zombis: acción trepidante, protas duros y aguerridos, feísmo y desaliño social suficientes, una división moral neta y, como elemento innovador, una ventanita abierta a la psique -y quién sabe si también al corazón- de los zombis.